
Ceremonias para convocar al Dios Neptuno, dan- zas en el mar que servían para coronar a la reina de los mares y fogatas, enormes fogatas que dibujaban la costanera, muchos chicos sumergiéndose en el agua fría: esos -simples y caseros- eran los mejores juegos de artificio que un tosco nadador (naaór, en su decir) sacaba del fondo de su galera y convertía a la ciudad en otra, una Venecia apócrifa, imaginaria. La Noche Veneciana, que durante años fue hito en los veranos comodorenses, ya existe sólo en nuestra memoria y juro que nadie subido a una góndola italiana la ha visto jamás.
Luis Mora se llamaba el morrudo hombre de mar que acostumbró a cientos de chicos y adultos de Comodoro, durante más de treinta años, a respetar el mar y a la vez disfrutarlo.
Sabíamos que a cuatro pasos de la costa ya no hacíamos pie y que esas brazadas iban a ser las que nos salvaran. Sabíamos que, para ayudar a alguien a salir, es importante estar calmo y seguro y transmitir esa tranquilidad. Y también que en años en los que todavía no había guardavidas Luis Mora rescató a todos los que peligraron en la Playa Costanera.
¿Algo más? Que era muy estricto, que al más reo le pegaba con su zapatilla, que, aunque no quisieras te empujaba del bote para que aprendieras a nadar, que no había sandwiches mejores que los de Nora, su esposa, que no enseñaba ningún estilo.
En los setenta, el estilo tenía el nombre del, también queridísimo, profesor Sebastián en el club Huergo esplendoroso, el waterpolo, las competencias a nivel nacional… Pero eso era en invierno… entre noviembre y marzo “Ir a Mora” era otra cosa.
“Ir a Mora” tenía un plus que venía de esa mixtura cultural que unía todo “a la que te criaste” y salga pato o gallareta, los chicos teníamos un bautismo como naaóres a la orilla del mar con harina y zambullida y desde entonces podíamos ser, con suerte diversa, Francesa, Cielito, el míster, Escarbadiente, Tigresa, Impresión, Papafrita o Ester Guiyamson (Ester Williams, la bailarina acuática de las películas).
Después navegábamos en un juego entre Neptuno, el pedregullo y Hollywood, y toda la ciudad acompañaba en un pacto con la inocente imaginación de quien no pretendía ser más de lo que era: Luis Mora, viejo lobo de nuestro mar.
Texto de Majó Abeijón – “Cielito para los nadadores”.