
Rauch llevó a cabo tres campañas, entre octubre de 1826 y febrero de 1821 con el objetivo de “arrasarlos” y “exterminarlos”, como señaló él mismo en varios de sus partes. El jefe militar puso en práctica un método que hasta ahora no se había utilizado en las guerras de frontera, consistente en atacará los indígenas en sus propias tolderías.
En una de esas incursiones, en Toldos Viejos, Rauch dio muerte a más de doscientos indígenas, entre ellos a los caciques Cañuquiby y Mulato. En el parte a sus superiores, informó que “se quitaron a los indios 12.000 cabezas de ganado vacuno, de 3.000 a 4.000 caballos, 60 cautivas grandes y 150 entre chinas y chinitos”.
En Sierra de la Ventana, al frente de dos mil hombres, asesinó a cien indígenas y detuvo a cuatrocientos. En esos meses también realizó campañas en Tapalquén, Laguna Epecuén, Tandil y Laguna Brava, en las que siguió adelante con su campaña de aniquilación. “Hoy hemos ahorrado balas, degollamos a 28 ranqueles”, escribió por esos días en otro de sus partes militares.
Para que las expediciones al interior de los territorios de los nativos pudieran llevarse a cabo, resultó sustancial la participación de los indígenas amigos, que no solo integraron en buen número las tropas criollas sino que también aportaron la ubicación de las tolderías que fueron atacadas.
Finalizada la campaña, Rauch informó a Rivadavia sobre el éxito de su tarea:
Este ataque ha puesto a los indios en la mayor confusión, han experimentado que aun donde se creían más seguros, han sido destrozados. Permítame V.E. darle parte que la campaña la creo terminada, sin que un solo enemigo se nos presente ni a la mayor distancia a bichear.
Como reconocimiento a su labor exterminadora, “a sus distinguidos y relevantes servicios”, el presidente Rivadavia le obsequió a Rauch una espada. Y Juan Cruz Varela, uno de los poetas más reconocidos de la época, le dedicó un sentido poema.
La violencia que utilizó Rauch en aquellos años ocasionó cientos de víctimas, o quizás miles, entre las comunidades originarias que habitaban las pampas argentinas.
Su nombre, sinónimo de crueldad, provocaba indignación y a veces hasta temor entre los indígenas que tuvieron la desventura de enfrentarlo en el campo de batalla, pero al mismo tiempo albergó entre ellos un fuerte deseo de venganza que muy pronto Arbolito haría realidad.
Fragmento del libro “Mitos, leyendas y verdades de la Argentina indígenas”, de Andrés Bonatti