Cuando en 1933 el gobierno argentino firmó el tratado de complementariedad económica con Inglaterra, recordado como pacto Roca – Runciman, los gobernantes de nuestro país también quisieron acordar un tratado de comercio con los Estados Unidos, pero no fue posible, ya que ese país producía y exportaba los mismos productos agropecuarios que nosotros y lo sigue haciendo.

La política internacional del actual gobierno no genera los suficientes debates públicos salvo ocasionales comentarios en ámbitos académicos y algún artículo de analistas de esos temas. En general el país político sigue desconcertado por los resultados electorales y dedicado a cuestiones más locales cuando no la chismografía.
Convengamos que en casi todos los problemas que afronta el país cada vez hay menos propuestas y los debates casi han desaparecido y si alguno quiere decir algo que pueda incomodar a los que gobiernan, saldrán los perros sumisos del oficialismo en las redes a insultar, agraviar, difamar y nada más porque no saben que decir que merezca ser tomado con seriedad.
Entre esas escasas opiniones alguna se remonta al pacto Roca – Runciman de 1933 destacando que el gobierno de entonces, presidido por el general Agustín P Justo, prefirió privilegiar la relación con el Reino Unido a pesar de que era una potencia declinante en vez de asociarse con la nueva potencia económica los Estados Unidos.
Desde principios del siglo pasado llegaron al país inversiones de estadounidenses, en particular con la compra de frigoríficos de capital inglés, aportando la tecnología de la carne enfriada que sustituyó a la congelada. Luego de la primera guerra mundial se instalaron plantas de montaje de automóviles y llegaron importaciones de artículos de consumo.
Esa observación sobre el pacto Roca – Runciman parece ignorar la realidad del comercio exterior de entonces, que muestra la importancia de las exportaciones argentinas a Inglaterra en particular, pero también al resto de Europa, exportaciones que se diversificaron en esos años aún más, ya que el famoso tratado sólo tuvo una duración de dos años. Por otra parte, ese gobierno quiso acordar, también, un tratado de comercio con los Estados Unidos, pero no fue posible, ya que ese país producía y exportaba los mismos productos agropecuarios que nosotros y lo sigue haciendo.
Las preferencias a las importaciones inglesas del tratado firmado por el vicepresidente de la Nación, tuvo como consecuencia beneficiosa para el país la radicación de plantas industriales de capital norteamericano, para fabricar aquí lo que anteriormente importaban. Los saldos comerciales desde la década del veinte fueron negativos con los Estados Unidos.
La situación cambia con el final de la segunda guerra mundial, cuando el comercio internacional deja los acuerdos bilaterales y se impone el multilateralismo. En nuestro país los prejuicios y la falta de comprensión de los cambios en el mundo nos aislaron de ese proceso que expandió el comercio global a niveles extraordinarios y los Estados Unidos alcanzaron una primacía económica indisputable hasta hace pocos años.
El problema en la relación económica con la potencia norteamericana es la falta de complementariedad de nuestras economías. Por eso nuestro país necesita mantener buenas relaciones con potencias asiáticas como China, La India, Japón, Indonesia, Vietnam con sus numerosas y crecientes clases medias que demandan proteínas que nosotros producimos.
El gobierno también debe evaluar si las relaciones a fortalecer son con los Estados Unidos o con el presidente de ese país, presidente de un solo mandato, que tiene dificultades en su propia base de apoyos y que ha sufrido en varios estados, en las elecciones recientes, duras derrotas.
El 20 de diciembre se firma en Brasil, al fin, el acuerdo Mercosur- Unión Europa. Es una negociación que se postergó demasiados años, tuvo impulso en el gobierno de Macri y como otros asuntos se cajoneó en el gobierno anterior. El presidente Lula le dio al fin agilidad a las tratativas, al mismo tiempo que acaba de acordar con el presidente Trump acuerdos comerciales ventajosos sin necesidad del seguidismo lamentable de nuestro gobierno.
Esperemos que el presidente argentino esté presente en ese acto. Hay problemas comunes que requieren atención y acuerdos a nivel de jefes de Estado. En especial con Brasil y con Chile. En el caso del estado trasandino es imperioso avanzar en un corredor ferroviario que una los puertos de agua profunda del Atlántico argentino como Bahía Blanca y Puerto Madryn con los puertos chilenos del Pacífico.
La explotación de los yacimientos mineros cordilleranos y su necesidad de agua pueden ser abastecidas desde las plantas desalinizadoras que nuestro vecino levanta en el Pacífico extendiendo los acueductos que las llevaran a los yacimientos de aquella falda de la cordillera.
Nuestra región se ha quedado atrás en el mundo y solos somos aún más pequeños. Es hora de que acordemos una política exterior con los países vecinos para afrontar los desafíos de un mundo en transformación donde reaparecen conflictos, cambios demográficos, tecnologías disruptivas, el cambio climático y sus secuelas en la producción y la logística, amenazas distintas a las tradicionales como son el crimen trasnacional, los ataques cibernéticos, la inteligencia artificial y el futuro del trabajo entre otros puntos de una agenda diferente a las tradicionales.
Por Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de la Historia, para Los Andes
