lunes, 28 de julio de 2025

Si bien el intercambio comercial y la complementariedad económica ocuparon un lugar fundamental en las buenas relaciones entre galeses, pampas y tehuelches, no queremos soslayar, en este breve relato, como evolucionó la consideración y la visión que cada grupo tenía del “otro” diferente, a partir de la interacción de sus diferentes culturas, del prejuicio a la empatía.

Tal vez la mayor enseñanza que pampas y tehuelches les brindaron a los colonos galeses, y que éstos mejor aprendieron, fue la del manejo de las normas básicas de la diplomacia patagónica las que se debían seguir para mantener un intercambio pacífico. Estas reglas -condensadas magistralmente en la carta del cacique Antonio- presuponían la necesidad de negociar con los pueblos patagónicos en su carácter de dueños de la tierra y delineaban las reglas mínimas de la ética comercial que debían observarse: ofrecer productos de calidad, pagar precios equitativos, pero fundamentalmente: evitar el engaño. Su aprendizaje y cumplimiento por parte de los colonos determinó que, con el transcurso de los años, pampas y tehuelches prefiriesen a la Colonia Galesa en lugar de Patagones. En este sentido, Musters apunta que en opinión de los indígenas “los honrados colonos galeses tenían un trato más agradable y más seguro que ‘los cristianos’ de río Negro.” (Musters, pág. 185).

Es interesante señalar aquí, que dicha denominación de “cristianos” puesta en labios indígenas implicaba una fuerte carga negativa, la misma que en sentido inverso llevaba la [des]calificación de “indios” que, a su vez, recibían de aquéllos. Más interesante aún señalar que los galeses fueran categorizados por pampas y tehuelches como “no cristianos”, prefiriendo llamarlos “galenses” o “hermanos”:

“Mae’r llwythau hyn yn galw y Cymry yn Hermanos-brodyr iddyn hwy”

“Estas tribus llaman a los galeses «hermanos»”.

Así los continuaron considerando durante la violenta época de la Conquista del Desierto, en la que la Colonia era visualizada como un estamento aparte del Gobierno nacional y de sus políticas de confrontación y dominación.

Por su parte, los galeses, dejando de lado algunos prejuicios sobre la hostilidad y salvajismo de los indígenas, tornaron hacia una comprensión y respeto de los hábitos y costumbres de los indígenas patagónicos. Diversos textos -crónicas, testimonios orales, diarios de viajeros y aún la poesía-, nos proporcionan una pista de las representaciones que colonos galeses, pampas y tehuelches, se forjaron en el pasado; y de las configuraciones que conformaron este espacio de encuentro entre culturas diferentes, cuyos ecos llegan hasta el presente.

El pastor Abraham Matthews realiza constantes comparaciones y señala semejanzas del modo de vida, vestimenta, alimentación y hasta concepciones religiosas de los indígenas con los patriarcas y profetas de la Biblia, concluyendo: “Hermanos somos de un mismo origen (en un principio)/ En Adán uno éramos/Todos somos de la misma sangre/ La misma carne, el mismo aliento, y tenemos un sólo Dios”.

Sobre los resultados de la “Conquista del Desierto” impulsada por Roca, Lewis Jones escribiría años después:

“La historia de esa campaña militar es un galardón en la carrera del general. Pero penoso es hollar así a pueblos que luchan por su libertad. En esta extensa barrida […] muchos de los aborígenes más inocuos cayeron en poder de los militares”.

Al recordar, Eluned Morgan, que los colonos intercedieron por los indígenas en repetidas ocasiones, concluye:

“[…] más fue vano todo intento de suavizar algo el férreo veredicto de los gobernantes. Centenares fueron muertos en la guerra injusta y desigual, centenares más fueron llevados prisioneros a la ciudad de Buenos Aires y repartidos como esclavos entre los grandes del país”.

El propio John Daniel Evans, años después de su traumática experiencia en el “Valle de los Mártires”, no cambiaría su visión respecto de los tehuelches al relatar un episodio que le tocó vivir al pasar cerca de Valcheta en el año 1888. El baquiano cuenta emocionado el episodio en el que descubre un viejo conocido suyo entre los indios encerrados en un campo cercado con alambre tejido de gran altura:

“Al principio no lo reconocí pero al verlo correr a lo largo del alambre gritando BARA, BARA, me detuve cuando lo ubiqué. Era mi amigo de la infancia MI HERMANO DEL DESIERTO, que tanto pan habíamos compartido. Este hecho llenó de angustia y pena mi corazón, me sentía inútil, sentía que no podía hacer nada para aliviar su hambre, su falta de libertad, su exilio, el destierro eterno luego de haber sido el dueño y señor de las extensiones patagónicas y estar reducido en este pequeño predio”.

Evans intentó que el guardia se lo entregase, pero sin éxito, por lo que: “Tiempo más tarde regresé por él, con dinero suficiente dispuesto a sacarlo por cualquier precio, y llevarlo a casa, pero no me pudo esperar, murió de pena al poco tiempo de mi paso por Valcheta”.

En el Eisteddfod realizado en Dolavon en 1923, el autor, cuyo seudónimo era Tanyfoel (Debajo de la loma pelada), presentó la siguiente obra sobre el indio tehuelche, elegido como tema del concurso de poesía de ese año:

“Que otros canten a reyes y a los ricos del mundo que se ufanan en sus castillos y sus bellos, repletos y cómodos palacios Yo haré una canción de la historia del viejo nativo campechano, que sin ostentación por las riquezas y su vano encanto”.

¡Cuán diametralmente opuestas las palabras de Jones, Morgan, Evans y el poeta Tanyfoel, al pensamiento de los más notorios exponentes de la necesidad imperiosa de exterminio del “salvaje”! Fruto de un proceso de interacción, un ejemplo, tal vez el más extremo por sus singulares características, de que, a pesar de las diferencias culturales, la convivencia pacífica entre colonos europeos e indígenas americanos también fue posible.

Por Marcelo Gavirati, del libro “Chubut, tierra de arraigo”

 

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