domingo, 5 de octubre de 2025

El domingo 23, el FREJULI, con la fórmula Perón-Perón, obtuvo 7.359.252 votos (61,85%); el segundo puesto lo ocupó la UCR con el binomio Balbín-De la Rúa con 2.905.719 (24,42%) y en tercer lugar, la Alianza Popular Federalista, con Manrique-Martínez Raymonda, 1.450.998 (12,19%).

José Ignacio Rucci volvió a la casa de la calle Avellaneda en la noche del lunes 24. Su hijo Aníbal, de 14 años, lo había llamado por teléfono. Quería que estuviese más tiempo con su familia. El último verano, para estar junto a su padre, había pasado sus vacaciones en el edificio de la CGT y lo había acompañado en sus actividades públicas.

“Rucci, traidor, saludos a Vandor”

El 14 de febrero había visto cómo mataban al guardaespaldas y chofer de su padre, Oscar Bianculli, tras un acto de campaña del FREJULI en Chivilcoy, en un tiroteo del que él y su padre habían logrado salir indemnes. La esposa de Rucci, Nélida Blanca Vaglio, “Coca”, le pedía a su marido que abandonara la representación gremial porque temía otro atentado. Era usual que en la central obrera se recibieran cartas destinadas al jefe de la CGT con dibujos de ataúdes. Incluso el 31 de agosto, en el único acto público de la candidatura de Perón, la Tendencia Revolucionaria desfiló frente al edificio de la CGT al grito de “Rucci, traidor, saludos a Vandor”, convertido en una consigna de guerra de las movilizaciones de Montoneros. El jefe sindical nunca expresaba en forma pública temor a un atentado. Su custodia no era profesional. Ninguno de sus miembros había sido formado en la Policía Federal u otras fuerzas de seguridad. Lo conducían habitualmente por el mismo recorrido.

El día previo al atentado, antes de levantar una reunión ampliada en la CGT en la que se festejó la victoria de Perón, Rucci comentó que iba a dormir a la casa de Avellaneda. La frase se escuchó, y durante mucho tiempo se creyó que había sido víctima de un complot interno del sindicalismo, gestado en la propia central obrera.

El 24 de septiembre, durante la noche, el Torino de la custodia estacionó sobre la calle Avellaneda, treinta metros antes de la casa que ocupaba Rucci. Uno de los custodios vio una camioneta Chevrolet con caja estacionada sobre la mano de enfrente. Cruzó para inspeccionar, levantó la lona, miró adentro y enseguida la bajó.

En la oscuridad de la caja de la camioneta había dos hombres con un handy, sentados sobre una banqueta. El custodio no los vio.

Al rato llegó Rucci y entró en la casa.

Desde la camioneta de observación avisaron que el objetivo ya había llegado y nada hacía prever que se moviera de allí. Durante la noche, la camioneta cambió de lugar. Luego de más de tres meses de tareas de inteligencia y con la acción militar ya diseñada, se puso en marcha la operación contra el jefe sindical.

A primera hora de la mañana del 25 de septiembre, el joven interesado en la compra de la casa de Avellaneda 2951, acompañado por “el profesor”, se acercó a la propiedad de la señora Magdalena Villa de Colgre. Tocaron el timbre. Venían a devolverle el plano y ajustar las condiciones de venta.

Cuando la propietaria les abrió la puerta, la tomaron del brazo e ingresaron. Enseguida la amordazaron, la ataron de pies y manos y le colgaron un cartel: “No tiren, dueña de casa”. El papel estaba escrito con su lápiz labial.

Unos minutos después, cuando un Torino de la custodia ya estaba estacionado frente a la vivienda donde dormía Rucci, el resto del grupo operativo ingresó en la casa vecina simulando ser un grupo de pintores dispuesto a iniciar su jornada de trabajo. Dentro de lonas, rollos de cartón y latas de pintura, ingresaron las armas; también una escalera, que luego utilizarían para escapar por el fondo de la casa.

Algunos miembros del grupo armado se apostaron detrás de las ventanas cerradas de la planta baja. Otros, frente la ventana del piso de arriba. A las 12.10, de la casa que ocupaba la familia Rucci salió un custodio que miró a ambos lados de la vereda. Detrás de él salió el jefe de la CGT.

Las persianas de las ventanas de la planta baja y el primer piso de la casa tomada se levantaron simultáneamente. Primero tiraron un explosivo con mecha a la vereda para crear confusión -otros dos que fueron lanzados no explotaron- y le dispararon con ametralladoras, escopetas y fusiles. También apuntaron contra el baúl del Torino, para neutralizar el equipo de comunicaciones.

La esposa de Rucci, que estaba hablando por teléfono, corrió hacia la puerta y vio morir a su marido cuando todavía no había terminado la sucesión de disparos.

José Ignacio Rucci yace sin vida sobre la vereda de la calle Avellaneda.

Los hijos llegaron del colegio media hora después. El cuerpo todavía estaba en la vereda.

El grupo comando ya había escapado por los fondos. Y atravesaron el pasillo de la vivienda de la calle Aranguren al grito de “Policía Federal”.

Dos autos estacionados sobre la calle Aranguren les permitieron la fuga. Estaban abiertos, con las llaves guardadas en el parasol.

Parte del grupo operativo fue hacia una imprenta del barrio de Barracas. Consiguieron el diario de la tarde, que había alcanzado a publicar el atentado contra Rucci.

Leyeron la noticia sentados en un bar.

 

Fragmento del libro “los 70, una historia violenta”, de Marcelo Larraquy

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