sábado, 8 de noviembre de 2025
El cacique Kánkel (centro) con el explorador Von Platen (derecha)

Un escandinavo, integrante de las comisiones de límites, legó una anécdota referida al cacique Kánkel:

“Tardamos 10 días antes de iniciar el trabajo. Esta vez en el distrito de Río Frías. Estuvimos durante dos días arriba de las grandes mesetas del Senguer y luego, bordeando el río Verde, bajamos luego por el río Senguer, que proviene del Lago Fontana, hacia Choique-nelahué, donde tuve la alegría de reencontrarme con amigos del año anterior, el comerciante Botello y el cacique Kankell, que se hallaba con su tribu. Con Kankell salí una mañana a cazar avestruces. Salimos a caballo con una gran cantidad de perros y pronto encontramos las huellas de unas cuantas avestruces, que los indios en seguida vieron con sus “ojos de águila”. Estas avestruces tienen el color de la tierra y por lo tanto, son difíciles de ver a distancia por un ojo inexperto. Apenas los perros las ubicaron, los avestruces abrieron sus alas y corrieron con sus alas abiertas. El cazador, entonces sólo tenía que ir directamente y encontrar algunas que andaban. Esto ocurrió en un galopar veloz, con la dirección tan bien calculada por Kankell, que agarramos el montón en un pequeño cañadón delante nuestro. Con gran velocidad, arrojó Kankell sus boleadoras sobre su cabeza y las arrojaba hacia el avestruz más cercano, y el avestruz cayó con las boleadoras y sus hilos. Como un relámpago, bajó Kankell del caballo y dio al avestruz un golpe con su cuchillo, clavándoselo en el corazón. Cuando llegué estaba él con su mano tapando la herida y al mismo tiempo me hizo señas para que me acercara. Al principio, no comprendí qué era aquello, pero enseguida entendí su explicación. Se quería mostrar galante para que yo tuviera la primera chupada. Cuando se dio cuenta de mi desinterés, lo bebió él mismo. Se acostó “panza abajo y bebió la sangre caliente hasta que no aguantaba más. Abrió luego el avestruz, sacó sus vísceras, las partió en dos y me dio la mitad. Quedé con el pedazo caliente en la mano, curioso por saber qué hacer con él. Kankell, rápidamente comió un pedazo y lo mismo debí hacer yo para no parecer demasiado tonto. Pero fue sólo un pedazo que comí. El resto, gustosamente lo regalé a quien me lo había dado, que también lo tragó con visible apetito. Bastante más rica fue la carne del avestruz y cuando luego nos lo servimos asada”. (Sundt, 1943)

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

Compartir.

Dejar un comentario