domingo, 23 de noviembre de 2025

Entre todos los pueblos cuyos rasgos principales reflejo, el casamiento es, como entre nosotros, un acto importante, y fuente de una vida honesta y feliz. Se opera en forma de tráfico o canje de objetos y animales diversos contra una mujer.

Un indio está siempre satisfecho cuando encuentra a una futura en víspera de ser madre. Los padres no entregan a su hija sino al comprador más rico y más generoso.

Cuando un indio desea contraer una unión y ha puesto los ojos sobre una joven de la vecindad, va a visitar uno por uno a todos sus parientes y amigos; les comunica su deseo y les ruega que contribuyan a que pueda realizar su proyecto. Cada uno de ellos, según su grado de parentesco o amistad, le da consejos y su aprobación en un discurso muy largo, adecuado a las circunstancias, y lo ayuda haciéndole un obsequio cualquiera. Estos regalos consisten, generalmente, en caballos, bueyes, estribos o espuelas de plata, y algunos trozos de tela provenientes de sus pillajes.

En una reunión anterior a la celebración del casamiento, los parientes y amigos del novio fijan el día en que se hará el pedido. En la noche de la víspera, cada uno se pone sus más bellos adornos y se reúne al pretendiente a fin de apostarse en secreto cerca de la morada de la joven, de manera de poder rodear, desde el alba, a los parientes de la joven, a quienes hacen el pedido en los términos más apremiantes, más conmovedores y poéticos; se evita, sin embargo, pronunciar el nombre del pretendiente, hasta el momento en que perciben probabilidad de buen éxito. Durante ese tiempo el futuro esposo se mantiene oculto con todos sus regalos, según las reglas del decoro. Tras una larguísima enumeración de las cualidades de su hija que, sin ser vista, presencia esta ceremonia, los parientes no dejan de atestiguar un gran desgano y una gran pena al separarse de su hija; después terminan consultando su voluntad, reservándose el derecho de aceptar o recha- zar la gestión que se hace, en el caso en que no les represente una ventaja suficiente. En ese momento, la llegada del futuro y la vista de los obsequios que les destina arrancan casi siempre el consentimiento de estos seres codiciosos, y su arrogante orgullo desaparece bajo una sonrisa de satisfacción. El resto del día se pasa en familia; cada miembro se apodera del regalo que se le hace. Un asno joven, bien gordo, donado y sacrificado por el joven esposo, preparado por todas las mujeres, y servido por la recién casada, constituye un banquete suculento ro- ciado con numerosas libaciones de agua. Ninguno de los invitados puede ni debe ausentarse durante toda la duración de esta fiesta, a cu- yo fin no debe quedar del animal devorado más que la piel y los huesos. Estos huesos, bien roídos, son recogidos por los parientes de los esposos y enterrados en un lugar a la vista para que quede como re- cuerdo de la unión que a partir de ese momento queda consagrada.

Después de esta ceremonia obligatoria, toda la asamblea se dispone a acompañar con gran pompa a los recién casados, en cuya casa durante la jornada se provoca una reminiscencia de festín. Los parientes de la esposa que se han reservado el cuero del asno devorado por la mañana, apenas llegados a la morada del yerno lo entregan a la pare- ja, a quien ayudan a construir un albergue.

Durante los días siguiente una multitud de visitantes llevados por la curiosidad se mete en el interior de la choza y felicita a la joven pareja por su mutua y feliz elección. Cada uno pregunta a la mujer las cualidades o defectos del marido, y a éste los de su mitad. Las preguntas son muy extensas, de una crueldad y una indiscreción increíbles, sin que parezca herida la delicadeza. Por el contrario, los jóvenes esposos parecen muy halagados por estas muestras de interés. Los indios son muy disimulados; y la mujer, tanto por política como por adquirir la reputación de ser buena y amable, ofrece a todos sus visitantes carne, agua o tabaco, y les dirige algunas palabras amables y halagadoras, avivadas con una sonrisa simpática, aun a sus enemigos, cuando los tiene.

Si ocurre que los esposos no pueden simpatizar después de una cohabitación más o menos larga, se separan amablemente, sin que los padres opongan dificultades para restituir los objetos que han recibido del esposo. Éste, en muestra de generosidad, les deja siempre una par- te como pago del perjuicio que considera haberles causado al separar- los de su hija y devolverla sin hijo. La mujer puede ser pedida de nuevo y contratar otra unión.

La costumbre de los indios es mostrar una gran severidad con res- pecto a la mujer en los primeros tiempos de casamiento; algunos llegan a golpearlas con sus boleadoras para hacerlas, dicen, humildes y sumisas. La mujer debe respetar y elogiar todos los actos de su marido, y callarse cuando él toma la palabra. Algunas, sin embargo, se niegan a someterse a esta humildad y se ganan continuos malos tratos. Las más empecinadas se libran de estas violencias por una brusca separación. Avisan a sus parientes, que se arman entonces y la recuperan de viva fuerza, lo que forma la fuente de un odio implacable entre las dos partes; porque no solamente pierde el marido a su mujer, sino que se le niegan los dos tercios de lo que ha dado por obtenerla.

Cuando el indio inflige los malos tratos a su esposa debido a su infidelidad, el hombre conserva todos sus derechos y su autoridad; puede darle muerte, como a su cómplice; pero, como en general son muy avaros, prefieren conservar primero a su esposa y hacer que el delincuente pague el rescate, pues tiene derecho a comprar su vida cuando se lo permiten sus medios; sin embargo, sucede a menudo (yo he sido testigo de ello), que sin razón alguna la acusación se ha formulado por cálculo y por codicia, y el acusado no puede sustraerse a ella.

A partir del momento en que el esposo ha recibido su satisfacción, le está vedado hacer a su mujer acusación alguna por su conducta ilícita; se haría entonces pasible de los reproches de la familia de ella en el caso de seguir maltratándola por este motivo.

Cuando un indio, animado por el deseo de contratar una unión, fracasa en su proyecto, quienes lo acompañan hacen causa común con él y cambian insultos con la familia que se ha negado a acoger sus gestiones. Muy a menudo, luego de esta decepción, se produce una refriega espantosa entre las partes.

Los indios no eximen a sus mujeres de ningún trabajo; aun durante el último período de embarazo se las ve ocupadas en una cosa u otra, hasta el momento del parto, que se produce con una facilidad sorprendente. Parecen dotadas por la divina Providencia, que no abandona a ningún miserable. Cuando sienten que va a venir al mundo el niño, se trasladan al borde del agua y se bañan con él en cuanto ve la luz. No se hacen ayudar jamás en esas circunstancias tan difíciles para las europeas; y apenas han tenido familia reanudan el curso de sus ocupaciones diarias, sin que jamás resulte indisposición alguna de semejante tratamiento.

 

Fragmentos del libro “Tres años entre los patagones”, de Auguste Guinnard

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