La abundancia de choique en todo el territorio trasandino, desde la pampa Húmeda hasta la estepa patagónica, lo transformó desde tiempos muy antiguos anteriores a la llegada del ganado y los caballos europeos -en alimento para diversas naciones originarias, incluidos los mapuches.
De carne sabrosa y huevos equivalentes por unidad a quince huevos de gallina, el choique tenía también un extraordinario uso medicinal, el raspado de su buche disecado era un remedio muy eficaz para el empacho, la indigestión y “la pesadez” estomacal. Dicho polvo (pepsina) se agregaba en pequeñas cantidades a una infusión y santo remedio.
Pero la importancia del choique para los mapuches trascendió por lejos lo alimenticio y medicinal; fue también clave en el protagonismo de los mapuches dentro del rico comercio fronterizo.
La razón es que no solo charqui, textiles y sal aportaban los mapuches a los mercados de las repúblicas sudamericanas.
Sucedió lo mismo con las apetecidas plumas de choique, un commodity (materia prima) que nos conectó incluso con los mercados de Europa. La pluma de avestruz fue un producto que desde el inicio de la ocupación europea fue tenido en cuenta por los conquistadores, siendo los puertos rioplatenses de Montevideo y Buenos Aires los que exportaban los mayores volúmenes desde la etapa virreinal. Su uso era bastante variado: desde plumeros para la limpieza a ornamentos tales como penachos y adornos para sombreros y vestidos femeninos.
Su gran demanda transformó a los mapuches y a los aónikenk de la Patagonia austral en sus principales proveedores. Les seguían los gauchos, que fruto del contacto interétnico prontamente se especializaron como cazadores y artesanos. Los mapuches acudían en sendas caravanas a vender o intercambiar plumas y plumeros a las pulperías de Buenos Aires, en Carmen de Patagones, Puerto Madryn y Punta Arenas.
Esta actividad mercantil devino en recurrentes visitas de los mapuches a las plazas fronterizas y también a las ferias y mercados populares de la capital argentina.
Así nos lo confirma Emeric Essex Vidal, marino inglés y eximio pintor y grabadista, quien se instaló en esta ciudad entre los años 1816 y 1818 sirviendo a la Armada Real Británica. Es considerado el primer artista que retrató la cotidianidad de Buenos Aires y los múltiples oficios de sus habitantes.
Uno de sus muchos grabados da cuenta de una pulpería o mercado indio. En el negocio, ubicado en una esquina porteña, se observa a dos distendidos “indios pampa” apoyados en una pared exterior junto a un puñado de plumeros de choique para la venta. También figuran en el cuadro boleadoras, fustas, estribos, lazos, makun (ponchos) y otros artículos de bella manufactura originaria muy apreciados en la ciudad.
Luis de la Cruz y Goyeneche, político, militar y explorador chileno, padre del general penquista José María de la Cruz, también da cuenta de esta verdadera “industria” de plumeros entre las diferentes parcialidades mapuche. Siendo alcalde virreinal de Concepción, De la Cruz realizó una célebre exploración en 1806 para hallar un camino más directo entre la entonces capital militar del Reino de Chile y Buenos Aires.
No solo los pewenche y mapuche eran “afectísimos al plumero”. Sucedía lo mismo con los europeos. Así lo subraya el historiador argentino Alejandro Alberto Suárez de la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, quien detalla con cifras el nivel de las exportaciones de este producto al otro lado del Atlántico.
Cuenta Suárez que el año 1791 desde el Río de la Plata se embarcaron 6.384 plumeros hacia los puertos de Cádiz, Barcelona y La Coruña. Dos años más tarde, agrega, la cifra aumentó a 15.691 y en 1803 se batieron todos los récords: 32.952 plumeros con destino a puertos de Europa y también a Estados Unidos, Cuba y Brasil. Cazadores y artesanos mapuche -junto a gauchos y tribus tehuelche- proveían del producto a los pequeños y grandes comerciantes ultramarinos, subraya
Pero los mapuches no solo comerciaban los bellos plumeros de choique. Lo propio hacían con el cuero que se exportaba (junto con el cuero de guanaco, caballo y vacuno) desde el puerto chileno de Valparaíso, principalmente con destino a Alemania. Los fardos del producto eran desde allí despachados a Hamburgo para luego ser remitidos a Leipzig, la principal plaza de la rica industria peletera germana.
Hablamos de productos made in Wallmapu que nuestros ancestros exportaban en grandes volúmenes desde los puertos de Buenos Aires y Valparaíso a los principales mercados mundiales.
Fragmento del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo