Si las cámaras empresarias eran críticas moderadas, la oposición, encabezada por el desarrollismo, no estaba dispuesta a reconocer mérito alguno al gobierno radical, culpable de la anulación de los contratos petroleros, concretada por ley del Congreso con apoyo de parte de la oposición, en cumplimiento del compromiso electoral de la UCRP.
Sobre esta decisión política, José Claudio Escribano, entonces joven periodista de La Nación, observa: “El presidente Illia se negó a tomar debida nota del mensaje que trajo al país Averell Harriman, diplomático de alta jerarquía y gravitación de la administración Kennedy”. El mensaje fue: no anulen los contratos. No rompan la continuidad jurídica del país.
Acerca del contexto político precedente a esa anulación Escribano recuerda: “La UCR llegó al poder con esa promesa de campaña, que a su vez representaba una opinión adversa a los contratos mucho más amplia. En el gobierno de Guido se conoció un informe de la Marina firmado por un contralmirante contador, muy contrario a los contratos, que reflejaba la decisión de las Fuerzas Armadas de destruir al frigerismo, al que detestaba por el pacto con Perón. Reconozco que en aquella época no me parecía tan mal. Hoy nos parece un disparate. Había un odio visceral contra Frigerio, que fue perseguido por el general Rauch, ministro del Interior por breves meses”.
La mayoría de los observadores económicos compartía y comparte a la fecha la opinión de que fue una decisión errónea. Como la solución del conflicto quedó en manos de la justicia, se generó un estancamiento en la producción de los pozos petroleros (los más importantes eran los de Panamerican -que no es la actual compañía- en cerro Dragón, Chubut-Santa Cruz, y el de La Ventana, Mendoza). En consecuencia, la producción se mantuvo casi idéntica. El gobierno llegó a acuerdos extrajudiciales con las empresas, y no ocupó las áreas que explotaban. Este proceso había concluido apreciablemente bien en 1966, las compañías estaban satisfechas por la compensación recibida. Pero la oposición no perdonaba, aunque no hay evidencia de que hubiera intereses petroleros detrás del golpe.
El diario Clarín reflejaba el punto de vista de los frondicistas. El jefe de redacción y editorialista, Oscar Camilión, debía hacerse cargo de sostener la línea de pensamiento del desarrollo industrialista que apoyaba el dueño de Clarín, Roberto Noble. En consecuencia, indiferente a las estadísticas positivas, hacía hincapié en la “baja abrupta” de la inversión, de 93 millones de dólares que ingresaron en 1960, a los 44 que ingresaron en 1965; con tales números, destaca, la macroeconomía se orienta a sostener las mismas estructuras; y con referencia al petróleo señalaba que aumentaron las importaciones al 35%.
Rogelio Frigerio, la figura sobresaliente del desarrollismo, recorría el país con un mensaje que proponía unir a todas las clases para revertir “una política económica de desinversión que nos condena a la frustración y al atraso”. Por su parte, Frondizi, desde tribunas internacionales afirmaba la necesidad de dar bases materiales y efectivas a la soberanía y la autodeterminación de la nación.
En el otoño de 1966, el expresidente fue en visita oficial a Italia, se reunió con el pontífice Pablo VI, los políticos más destacados y los industriales de punta. Habló de economía en Milán y en el sur de la península elogió el complejo siderurgico de Taranto, como “verdadero modelo para América Latina”. El doctor Elia Valori, influyente hombre de negocios y hombre de la Logia Propaganda Due, lo agasajó en Roma.
Nicolás Gadano, en respuesta a una pregunta de la autora, julio de 2022. Oscar Camilión. Memorias políticas. De Frondizi a Menem (1956-1996). Conversaciones con Guillermo Gasió. Buenos Aires, Planeta, 2000, p. 136. Diario Clarín, marzo-mayo de 1966.
La objeción de fondo del frondicismo era y es que Illia no hizo nada por modificar la estructura económica agroexportadora. Así lo afirma el ingeniero Octavio Frigerio, hijo de Rogelio Frigerio, quien estima que Illia no tuvo iniciativas para la inversión: “La inversión cayó abruptamente y no obstante el respaldo de Estados Unidos, que resultó de su alianza en política exterior, y de su actitud positiva frente a la invasión en la República Dominicana, no alcanzó”.
Fragmento del libro “1966, de Illia a Onganía”, María Sáez Quesada

