domingo, 16 de noviembre de 2025

No figuró en ninguna lista Forbes, aún inexistente entonces, aunque la fortuna del Aga Khan debió de ser fabulosa, a juzgar por la vida en Europa del magnate musulmán

El Aga Khan, pesado en 1946 en Bombay en su jubileo de diamantes

Karachi ardía en fiestas en febrero de 1954. «Todo es ruido, color y algarabía», contaba el diplomático español Nuño Aguirre de Cárcer. En las calles de la ciudad más poblada de Pakistán bullía una muchedumbre endomingada que los tenderos del Bori Bazar se esforzaban en captar. Habían llegado de las agrestes faldas del Himalaya, de los ríos sagrados de la India, de las selvas de Birmania, de los desiertos de Persia y aún del Turkestán, del África oriental y de las islas del Índico, para sumarse a los miles de pakistaníes que iban a rendir vasallaje espiritual al imán de los musulmanes ismaelitas en su jubileo de platino. A las cuatro de la tarde, con un cielo límpido y un sol ardiente, su Alteza Real Sir Sultán Mohamed Shah, Aga Khan III, llegó al estadio de su ciudad natal para recibir el homenaje de los fieles que celebraban el septuagésimo aniversario de su llegada al Imanato.

Tras el canto de versículos del Corán y el largo recuento de los méritos del magnate musulmán, desde su descendencia de Ali y Fátima, la única hija de Mahoma, a su contribución a la paz desde la presidencia de la Sociedad de Naciones, llegó el momento más esperado. El Aga Khan dio un pequeño discurso y se sentó en un sillón que servía de báscula, con el contrapeso de onzas de platino, como en otras ocasiones había sido pesado en diamantes o en oro. Era el regalo que le hacían sus súbditos: tantos kilos de oro, brillantes o platino como kilos pesaba su cuerpo serrano. Y sumaban más de un centenar.

El Aga Khan donaba después el millonario importe a atenciones sociales de sus fieles necesitados. Era «un verdadero técnico de la filantropía», según Aguirre de Cárcer, pues de cada visita a sus ‘capitales’ (Bombay, Karachi, Nairobi, Dar es-Salam, Mombasa o Kampala) dejaba tras de sí «una estela de donativos, becas, instituciones, hospitales, centros educativos…».

Para el periodista Juan José Cadenas, en cambio, el Aga Khan era «el hombre más feliz del mundo». No científicamente feliz, como se consideró al biólogo francés Matthieu Ricard, que se hizo monje tibetano, sino porque no tenía más ocupaciones que «viajar, divertirse… y engordar, esperando, bien cebadito, que llegue otra vez su ‘San Martín’» y le volvieran a pesar.

Mientras sus devotos repetían cada día «¡no hay más señor que el Aga Khan!» y le enriquecían cada año con diezmos y espléndidos tributos, este príncipe de «las mil… y pico» noches se pasaba la vida en Europa, recorriendo los lugares de placer y esparcimiento. «Vive fastuosamente, posee soberbios palacios, trenes suntuosos, magníficas cuadras de carreras y cuando sus colores ganan un gran premio, se pasea orgulloso por el campo, llevando de la brida al favorito triunfador», contaba el también escritor, que coincidió en la Costa Azul con este famoso personaje de la primera mitad del siglo XX. El magnate acababa de jugar un partido de tenis y reposaba en un sillón, con los pies sobre una mesa. Allí se le acercó una artista, sorprendida porque le había enviado un collar de brillantes, y el Aga Khan le contestó, sin darle importancia, que le regaló la joya, como podía haber arrojado flores al escenario. Como si fuera igual un collar de doscientos mil francos que un ramo o unos bombones.

El Aga Khan y la Begum en 1947 acompañados a ambos lados con los señores Remtoula. La Begum sostiene en los brazos a la pequeña Malekhi, hija de los Remtoula y su ahijada

Por entonces, la revista Forbes aún no publicaba su lista de multimillonarios en la que, seguramente, esta legendaria figura habría figurado entre los primeros puestos, dada la facilidad con que el dinero corría por sus manos. Solo en un aspecto no le envidiaba Cadenas. «¡Es una lástima que no tenga otra cara!», decía el periodista antes de dar cuenta de las conquistas de este «príncipe feo, pero simpático» en las clases modestas. Su hijo Ali Khan se casó con Rita Hayworth, pero él sorprendió con bodas inesperadas con jóvenes anónimas a las que dejaba «cubiertas de brillantes» cuando la pasión se extinguía. Desconocía Cadenas que el Aga Khan enfermaría al año siguiente de su artículo. Efímera felicidad, hasta la de los más ricos.

 

 

 

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