Bajo este título, “L’Illustration”, de Paris, ha publicado una interesantísima nota debida a la ágil pluma de Henri Tracol, distinguido escritor e inquieto viajero que ha tenido la oportunidad de experimentar las delicias de una gira aérea por el sur argentino, en uno de los primitivos aviones de la Aeroposta.
Extractamos de esa publicación, que aparece acompañada de inmejorables grabados de motivos típicamente patagónicos, prueba de la importancia que se suele dar en el extranjero a las cosas nuestras que en realidad la merezcan, algunos párrafos que, sin duda alguna, han de resultar de gran interés para los lectores patagónicos de REVISTA AEROPOSTA.
Empezando por aludir a una entrevista con el gran piloto Saint-Exupéry, dice así el prestigioso escritor francés:
-“Bueno, ya que Ud. va “por allá” no deje, sobre todo, de dar una vuelta sobre la Patagonia”.”Por los pequeños y vivaces ojos de Antoine de Saint-Exupéry, pasa algún lejano recuerdo de escritor, que es a la vez recuerdo de piloto. El autor de “Vol de nuit” reconstruye mentalmente la imagen de vastos horizontes tantas veces divisados, de inmensos, desolados paisajes. Luego evoca la áspera poesía de sus escalas en pequeños puertos construidos en damero, al borde mismo del desierto, entre las mareas del Atlántico y los huracanes de arena procedentes de la Cordillera…
“Seis meses más tarde -prosigue Tracol- yo volaba sobre la Patagonia.
“Desde Bahía Blanca hasta Tierra del Fuego, en ocho etapas, las que forman más o menos 4.000 kilómetros, ida y vuelta: En total, treinta horas de vuelo…
“En el comienzo, es un encontronazo violento con el viento. Este duelo comienza a pocos metros del suelo y dura horas… Yo nunca he piloteado, pero me imagino qué constante esfuerzo nervioso, qué ruda tensión representa, tratándose de una de las líneas más difíciles del mundo, pues los vientos contra los que hay que luchar, desarrollan a veces velocidades de 120 a 150 kilómetros por hora.
“Es una extraña impresión, por cierto, la que experimenta el pasajero, huésped pasivo en esa lucha con el elemento, fuerza brutal insaciable, aunque desde la cabina, ni el rugir de ese viento puede ser oído: El trepidante rumor de los motores lo cubre…
“La Pampa y la Patagonia son hijas del viento. Cuando se las ve desde el cielo, ello queda evidentemente demostrado. Sin embargo, para tener una idea completa de ello hay que haber viajado en automóvil a través de las inmensas planicies argentinas….
“Apenas metido en la ruta del sur, el avión deja tras sí la zona de los grandes cultivos y encuentra la de los pastizales: sobre un fondo gris-rojo, gris-amarillo, gris-violeta… Todo es una extensión agreste de hierbas, más verdes ora, más obscuras después… Aquí el hombre todavía no ha escrito sus deseos…!
“Poco más tarde comienza a verse algún gran rectángulo bien delineado, de contornos netos; es una estancia: lugar de reunión del ganado, diseminado sobre decenas de kilómetros a la redonda…
“Algún oasis… Río Negro, Chubut…, un poco de verde verdadero. He aquí grandes bandas de cultivos, bien irrigados, arboledas, grandes manadas… Pero cuando la vista quiere fijarse en ello para retener algún detalle…. ¡de nuevo el desierto!…
“¡Al fin, he aquí el océano!… Cada cuando, cruzando un golfo o durante un viraje, volamos sobre sus aguas. Aguas del Atlántico Sur… Adivinamos, divisamos casi, el suelo submarino del continente, con las innumerables algas que lo tapizan. Alrededor de una playa infinita, y entre la espuma de las olas, gran cantidad de manchas negras que, lentamente, se mueven. Son “lobos marinos”, como les llaman allí, Y sobre ellos, centenares de blancas aves de mar, revolotean.
“Ahora, la costa se eleva y se anima. Los primeros contrafuertes de la Patagonia alinean sus defensas, tortuosas, batidas incesantemente por las olas, a los pies de un paisaje montañoso atormentado, que asombra.
“Ese paisaje parece un sueño; a veces una pesadilla por su similitud con un desastre geológico. ¡Pero qué grandeza hay en él!…
“Y de pronto, surgiendo como centinelas de las colinas, innumerables pozos de petróleo. Muy pronto esa “floresta” fantástica se extiende a nuestros pies en todas direcciones, hasta llegar al mar. Este desierto erizado de frágiles esqueletos de acero, da la sensación de un dibujo trazado por un loco. Depósitos, pequeños barcos mercantes, galpones, una pequeña ciudad propiamente dicha: Comodoro Rivadavia, la capital del petróleo argentino, con calles desesperadamente rectas, sin árboles…, todo desfila ante nuestros ojos. El sueño continúa…
“Más al sur, cambia nuevamente el paisaje, presentando más bizarras siluetas. Se creería estar frente a una exposición de exquisitos motivos decorativos…
“Rio Gallegos, a 52º de latitud sur. Es la última etapa. Luego, en dos horas más, nos espera, más allá del Estrecho de Magallanes, la Tierra del Fuego, con sus montañas cubiertas de nieves eternas y preñadas de minerales de oro, a cuyos pies se extienden las praderas más australes del mundo… Esta Tierra del Fuego que Magallanes bien hubiese podido bautizar como “tierra de hielo”!…
“Uno se extraña de que tal excursión aérea pueda ser objeto de una explotación regular. Sin embargo, cada semana y desde hace siete años, estos hombres que me conducen afrontan los vientos, desafían las tempestades, sin haber tenido nunca ni un solo accidente personal, ni una sola interrupción de servicio.
“Pilotos argentinos, que han hecho sus pruebas y son verdaderos “ases”.
El culto colaborador de “L’Illustratión” termina su interesante descripción recordando con justo sentimiento patriótico, que fueron franceses los fundadores y organizadores de la difícil línea patagónica, los que formaron a esos pilotos argentinos, dejándoles tan grande y útil enseñanza.
Extraído de la “Revista Aeroposta” de noviembre de 1938