lunes, 24 de noviembre de 2025
Camaruco en Bajo La Cancha. Casimiro, Gerónimo Nahuel. Sobre los caballos Rubén Nahuel e Hipólito Ibarra. Foto: Audilia Nahuel

Una familia tehuelche

“Nací en Comodoro Rivadavia pero de niño nos trasladamos a Ensanche Sarmiento que en aquel tiempo se llamaba así, y hoy le llaman Facundo. Bueno, allí estuve hasta los nueve años. Teníamos un pequeño campo donde trabajaban mi padre, Celestino Maliqueo, mi madre, Amalia Nihual, y mi abuelo. La familia se dedicaba a la ganadería, tenían animales… Me acuerdo que teníamos caballos grandes, vacas, chivos, ovejas… todas esas cosas. Bueno, éramos cinco hermanos, yo soy uno de los menores; ese campo después se perdió porque el gobierno hizo una tramoya, quizás en el año treinta.

El campo era de los Nihual; mi abuelo era un poco cacique de la zona (tehuelche), muy conocido y muy castigado por la policía; hacía sus fechorías, pero no era para tanto… en aquel tiempo la policía, que era bravísima, lo estaqueaba, pero él también fue bravo y mandó unos cuantos a pasear… se defendía; en aquel tiempo hubo un abuso bárbaro.

Mi abuelo había nacido por esa zona y como era cacique todos los aborígenes lo consultaban: mi padre también era de esas zonas, casi todos eran de ese lugar… Sarmiento, Esquel, San Martín, todos esos lugares eran de aborígenes en aquel tiempo.

El apellido de mi abuelo y de mi madre, Nihual, es el nombre de una tribu. Estas tribus hacían el Camaruco, que es como un carnaval religioso de los aborígenes que se hacía una vez al año. Se juntaban todas las tribus de alrededor y les avisaban que tenían que venir. Llegaban con sus familias, con sus carros, como podían, al lugar del Camaruco. Se ubicaban en una entrada grande que teníamos ahí en el campo donde había un manantial. ¡Qué cosa linda el manantial! Había un manantial y un menuco, que es un terreno que se mueve, que abajo está lleno de agua ¡es un peligro! …. Hay veces que revienta y deja un hueco bárbaro. ¡Me acuerdo que un toro una vez fue a tomar agua y como es pesado el animal se hundió y ese ojo de agua se lo tragó enterito … nosotros lo estábamos mirando cuando se lo tragaba… éramos chicos; y, a pesar de todo eso, nosotros íbamos a jugar allí porque era todo verdecito, como un jardín, y no teníamos nada de miedo! Bueno, el Camaruco duraba casi una semana de luna llena y la gente se ubicaba en un lugar reparado por las montañas; y después se juntaban molles, matas grandes, y se hacía un lugar para dormir. El día de la procesión se sacrificaban animales y venían muchos jóvenes que con muchos caballos corrían en círculo, cantaban y gritaban; esto duraba los días completos. Corrían como mil metros a todo galope y después volvían y se venían como tiro. Esa ceremonia se llamaba “La corrida del gualicho”, es decir la corrida del dios del mal.

Después sacrificaban a los animales, los llevaban a un pozo y los tiraban; sacrificaban dos o tres ovejas que era una ofrenda al dios del bien, Quenechén. El Camaruco es una rogativa para las cosechas, las lluvias y se hace en febrero; también se bailaba el “loncomeu”, se armaba un talar con dos niños vírgenes que presidían la ceremonia y cuando se sacrificaba el animal, el cacique bebía su sangre caliente y el resto de la tribu comía las entrañas palpitantes.

Todavía se hacen estas ceremonias en la zona de Lago Blanco donde se han reunido hoy todos los aborígenes; en ese lugar tienen como un pueblito. Ahora, el gobierno quiere conservarlo como una reliquia para que el Camaruco no se pierda.

Ahora, lo que yo siento es no haber conservado la lengua de mi familia, el tehuelche, si yo la hubiera aprendido… ¡sería rico hoy! En mi casa se hablaba tehuelche, pero yo era muy chico y me fui a los nueve años; se perdió totalmente la lengua. Con los galeses pasó lo mismo. Mi abuelo hablaba galés y nosotros nos reíamos. Mi abuelo venía por la zona de Trelew para comerciar animales, y así entró en contacto con los galeses, en la época en que acá en Trelew había dos o tres casas y nada más, después había todo campo y como en aquel tiempo estaban los galeses, a la fuerza tenía que aprender galés.

Mi abuelo falleció en el año 33, a los ciento diez años; yo estaba en Trelew y me mandaron a avisar. Fue un capricho de él: empezó a nevar y mi familia no lo quería dejar salir, pero él quería reunir a los animales antes de que nevara mucho, porque después no se podía salir y los animales se perdían… allá nieva mucho, no es como acá: allá como está cerca de la cordillera nieva hasta quince metros. Bueno mi abuelo salió con un perrito y un caballo y se cayó en un precipicio y murieron él, el perro y el caballo, todos murieron. Mucho después los encontraron bien conservados porque habían estado en el hielo; esa gente muere así.

Los trabajos de mis antepasados

En invierno se trabajaba mucho el cuero de vacuno o de yeguarizo. Se seca el cuero al sol, después lo pelan y se trabaja con el alumbre y después con un cepillito le sacan la cáscara y se va raspando todo el pellejo y lo dejan pelado; con eso hacen todos los elementos para el caballo; el bozal, la rienda, el cinchón, las boleadoras, todo eso y…, después hacen trenzas; además del cuero bien pelado sacan el tiento bien finito y con eso cosen las riendas y hacen el “botón”, que es el trenzado…; ¡cómo trabajaban! ¡Con qué delicadeza…! Mi abuela y mi madre trabajaban el cuero mojado y lo ablandaban masticándolo.

Las boleadoras se hacían con piedras, una más grande y una más chica; la más pesada es la más larga y se ataban con sogas. Hay boleadoras livianas que son para el avestruz (la avestrucera) y hay otras más grandes para cazar yeguarizos y guanacos (las potreras). Los hombres cazaban y los chicos ayudaban.

Los quillangos los hacía mi madre con el cuero trabajado con el alumbre pelado y sobado con la mano; el asunto es que queda como un género. Lo cosían con los tendones de avestruz… ¡qué delicadeza!, el tendón es como un hilo blandito.

Después se hacen las matras; para enroscar los hilos usan las manos y un palo como un trompo en donde se va enroscando el hilo. Con esos hilos hacen las matras; y además las tiñen con raíces como el “molle”; la tintura era un secreto de mi madre que yo no lo pude saber nunca; hacen la tintura que ellos quieren, las hijas aprenden de las madres. ¡Tienen un arte extraordinario! También hacían cacharros de barro fraguado con el jugo de una tuna, que también es un secreto.

En invierno también se hace el charque; cortan de una pierna del animal la carne en pedazos finos, se sala y después la cuelgan para secar. Para comerlo se pone aceite, se machaca y con eso se prepara la comida.

Otra comida era la picana de avestruz ¡qué grandioso eso!… Se agarra la parte de atrás del avestruz (la picana), se sacan los tendones de las patas, y se sacan los bifes; en un fuego grande con mucha leña se tiran unas piedras chatas que se calientan en el fuego, y entonces sobre ellas se tiran los bifes, después adobo, bifes, adobo y piedras; y todo se ata bien con los tendones de las patas y queda como una olla; se va dando vuelta despacito cocinándolo hasta que está listo; después se abre y… ¡es una fiesta! ¡Qué jugo tiene!…

También se hace el “apol'”. Se prepara la salmuera… es un sacrificio… pobre animal… Lo cuelgan vivo y lo degüellan y por el respiradero le meten el picante (la salmuera) y el animal se hincha, y cuando lo abren ya está todo cocinado y lo comen así, nomás. Para ellos es un manjar.

La alimentación más preciada es la de yeguarizo asado. Me acuerdo cuando se hacía la gran fiesta de la marcación y se sacrificaba el mejor animal. En esta fiesta después viene el gran deporte que es la jineteada de animales salvajes… ¡Los jinetes son como garrapatas! se pegan al animal y ¡nada de recado! ¡en pelo! Se hacían apuestas a que si el jinete se cae o no. Yo tenía un hermano que jineteaba… yo empecé a andar a caballo a los 8 años…

 

Texto de “Los ferroviarios que perdimos el tren”

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