¿Los evidentes cambios de cultura económica que está produciendo Milei se podrán traducir en logros estructurales? Todo depende de si es capaz de reemplazar el cuchillo de carnicero con que inició el ajuste por el bisturí del cirujano con el que debe iniciar el desarrollo. Tanto en economía como en política.
“¿Sabés dónde está la trampa discursiva de los zurdos de mierda? Que a una obra de infraestructura la llames obra pública, entonces la gente cree que eso lo tiene que hacer el Estado, no. Si eso tiene sentido lo va a hacer el mercado”. Javier Milei en una entrevista con Alejandro Fantino.
Empecemos por lo positivo del gobierno de Milei, que tiene que ver con su programa económico, por supuesto. Aunque nadie sabe cómo terminará esta nueva experiencia porque no se puede profetizar el futuro, y, lamentablemente, el pasado no es muy halagador si comparamos con cómo les fue a todos sus antecesores, de izquierda o de derecha, liberales o estatistas, peronistas o no peronistas.
Existe, sin embargo, un logro cultural nada menor que, en un año y medio de gestión, el presidente parece estar imponiendo en el sentido común de los argentinos, incluyendo el de sus gobernantes: que el déficit fiscal, la emisión monetaria y la inflación son tres terribles males económicos que inevitablemente conducen al caos. Exagerando un poco, que si alguna ver se reformara la Constitución Nacional esas tres plagas deberían considerarse anticonstitucionales y, según los casos, delitos económicos pasibles de sanciones penales.
Es que el énfasis, nunca antes encarado con tanto vigor y decisión, de Javier Milei en intentar combatirlos (le esté saliendo mejor o peor en la práctica), en considerarlos enemigos absolutos de toda gestión gubernamental razonable, está llegando a ser tan intenso que, además de que el ciudadano común lo acepta e incluso lo exige a pesar de que muchas veces lo afecta personalmente danándolo en lo económico, desde ahora en más también será muy difícil que cualquier alternativa de gobierno distinta, incluso muy distinta a la actual (aunque sea estatista), se atreva a cuestionarlo. De ser cierto lo que decimos, estamos frente a los inicios de un cambio cultural profundo.
El cuarto logro del presidente libertario es el de estar encarando, también como nunca antes, el intento de desregular el sistema corporativo argentino que es el gran cáncer terminal no sólo económico y cultural, sino también institucional del viejo país del que aún no hemos salido. Pero eso todavía no ha prendido tanto en el sentido común de la gente como los tres logros anteriores, porque sus resultados se ven a largo plazo. Y mucho menos ha prendido entre la clase política y los empresarios en general, porque la mayoría de la elite está interesada en mantener el sistema y por lo tanto viene urdiendo todas las maniobras posibles para frenar las desregulaciones. Además, esa transformación tan compleja, hoy depende tanto de un solo hombre (es “Sturzenegger-dependiente”) que, si este ministro no estuviera, podría venirse todo abajo. Y no es una cuestión menor, porque las otras tres son medidas de ajuste, pero la desregulación integral, sistemática y permanente es una revolución estructural, bajo cuyo amparo debería gestarse el plan productivo de desarrollo sin el cual todo lo que hoy se está haciendo quedará en la nada y hasta perderá su apoyo popular.
No obstante, lo preocupante es que nadie sabe a ciencia cierta si Milei tiene en la cabeza algo más que un modelo ajustador. Si posee una idea clara de las reformas imprescindibles para que este necesario, pero no suficiente, plan de estabilización, se transforme en un programa de desarrollo. Es que, si éste no existe, esta estabilización pagada con un ajuste social tan brutal carecerá de gran parte de su sentido excepto, reiteramos, el de haber avanzado culturalmente hacia algún tipo de disciplina fiscal de la que hasta carecieron todos, hasta los gobiernos liberales. Sin embargo, ese mérito por sí solo, no le será suficiente para que sea cierta la autoalabanza que se hace el propio Milei (y en la que acaba de acompañarlo su ministro Luis Petri): el de ser el mejor presidente de la mejor presidencia de la historia nacional (y a veces, insinúa, hasta mundial).
En fin, lo cierto es que la lucha a favor del superávit y la desregulación y en contra de la emisión y la inflación, son batallas esencialmente positivas, valiosas y componen el principal soporte de su gobierno. Sin embargo, una cosa es lo que Milei declama que es su “Constitución”, su tabla de principios irrenunciable y otra cosa es la forma en que la letra “constitucional” se traduce en la realidad. Y allí, hasta ahora, el resultado es incierto o cuanto menos contradictorio. Veamos.
Ajustar es un medio, no un fin
En lo que a economía se refiere encontramos, entonces, que el presidente está logrando imponer un sentido común de vivir de acuerdo a nuestras posibilidades y no de acuerdo a nuestras ilusiones, que es fundamental para salir del subdesarrollo tan mental como material en que vivimos. Y, sigamos siendo justos donde corresponde: su ajuste podrá ser muchas veces indiscriminado, pero también hay que admitirle que en un país en el estado de desastre en que se lo dejaron, a veces las cosas para poder iniciarse deben ir a fondo, a todo o nada, incluso con las injusticias que ello genera. Pero al principio, no siempre. La lógica brutal del cuchillo de carnicero puede ser comprensible para parar de urgencia la sangría masiva, pero luego si no se la reemplaza por la lógica científica del bisturí del cirujano, los ajustes generalizados hacia donde no se puede o no se debe, nos harán ahorrar dinero hoy, pero mañana lo vamos que tener que volver a poner (con sus debidos intereses). Porque si nos quedamos, por ejemplo, sin buena educación, sin buena salud y sin ninguna obra pública, al final pagaremos mucho más de lo que ahorramos para recuperar lo que perdimos o dejamos de hacer. Y, hasta ahora, en muchas de sus políticas, Milei sigue sin diferenciar una cosa de la otra. Algo que, a un año y medio, ya comienza a no ser excusable. Si sigue así, lo que le está dando el éxito actual, será la causa de su futuro fracaso
Ajustar en serio el Estado es equivalente a lo que es adelgazar para una persona obesa. Quien baja kilos comiendo menos y haciendo ejercicio físico elimina la grasa, el sobrante que tiene su cuerpo luego de un intenso sacrificio. Pero quien decide, para apurar el trámite, amputarse una extremidad de su cuerpo o comer cada tres días en vez de todos los días, o cualquier otra locura similar, bajará de peso, pero no logrará el resultado buscado porque, a la postre, el remedio será peor que la enfermedad.
Con otras palabras, en muchos sectores públicos, diríamos en casi todos, el ajuste, el adelgazamiento era necesario, pero en una cantidad importante de ellos se está haciendo con la modalidad de mezclar indiscriminadamente lo malo con lo bueno y por ende atacarlos a los dos.
Creer que para eliminar la ideología “woke” de las universidades o de los institutos de ciencia o de los organismos culturales, lo mejor es “desfinanciarlos”, está llevando -además de a la precariedad laboral creciente- a que los profesionales con mayores posibilidades de trabajo en el sector privado o en el extranjero, renuncien y, en consecuencia, desaparezca de la educación pública superior y de la ciencia nacional lo mejor de nuestra materia gris. Lo mismo pasa con el sector salud. Y cuando eso ocurre, lo que hay es desguace, y a lo bruto. A lo matarife.
Y de todos, el ejemplo más ilustrativo es el de la obra pública. Lo afirma sin ponerse colorado por la barbaridad que acaba de decir, el mismo Milei en la cita de inicio de esta nota: “a todas las obras de infraestructura las tiene que hacer el mercado, no el Estado”, asegura. Sin embargo, se pasó un año y medio prometiendo que iba a construir o mejorar las rutas nacionales por el sistema de peaje privado, y al final terminó tirándoselas en la cabeza a los estados provinciales, con el brutal deterioro de no haber hecho nada durante su gobierno (a lo que se le suma todo lo mal hecho antes por la corrupción reinante durante el kirchnerismo en la obra pública).
Si Roca o Alberdi o Sarmiento o cualquier liberal de aquellas generaciones se levantara de su tumba, se indignarían en grado sumo y no se reconocerían precursores de lo que está ocurriendo en este tema. Ellos crearon el Estado argentino y con el apoyo sustancial de él gestaron la mejor infraestructura pública que tuvo nunca nuestra nación, pese a estar convencidos de la prioridad del sector privado en el desarrollo económico, como liberales en serio que eran. Ellos le daban a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César. Vale decir, al Estado lo que es del Estado y al privado lo que es del privado. Milei parece no entender esa verdad elemental y, por lo tanto, así como considera “genocidas” y “perversos” a los gobernadores, incluso a los que fueron sus aliados, en justa réplica bien podríamos decir que lo que está haciendo (mejor dicho, lo que no está haciendo) Milei con la obra pública, la infraestructura y las rutas nacionales, es la única y verdadera perversidad (no lo acusamos también de genocidio, porque es del todo irrespetuoso y hasta inmoral banalizar una palabra con tamaño significado histórico).
Gobernadores rebelados
Otra cuestión en la que Milei también aplica la lógica del carnicero más que la del cirujano, es política. Tuvo en sus manos, desde sus inicios, la posibilidad de construir una mayoría legislativa y de provincias a su favor para lograr gobernabilidad e incluso mucho más. Eso se vio claramente en la firma de los pactos de mayo en julio del año pasado. Pero, quizá mareado por el éxito logrado, él mismo, junto con el apoyo inestimable de su hermana, se fue encargando de demoler lo que había construido por su voraz deseo de querer quedarse políticamente con todo. Entonces, de a poco, fue transformando por razones político-electorales en enemigos a los que eran sus aliados o sus potenciales aliados en lo económico.
¿El primer resultado? La conformación esta semana de la liga de gobernadores no peronistas del centro del país y la de gobernadores peronistas no kirchneristas del norte del país, cuyos legisladores le votaron casi todas sus leyes y ahora le están empezando a criticar casi todo. Estamos viendo, una auténtica sublevación frente al destrato cometido para con ellos.
Aunque equilibremos, no es que a veces Milei no tenga razón y que en muchas provincias se repiten los mismos vicios que él encontró en el Estado nacional cuando asumió la presidencia, pero su ataque obligándolos a asumir la obra pública nacional que él se niega a hacer (sin ni siquiera transferirles los recursos para ello) y que los gobernadores no pueden no asumir porque si no les reaccionan -con justa razón- sus poblaciones, que no quieren ni pueden transitar por rutas destrozadas, sean nacionales o provinciales, es un ataque indebido. Por lo tanto, indignados, los gobernadores se hacen cargo de lo que les arroja a la cara el gobierno nacional que ni siquiera fue capaz de convocar al sector privado y ahora les pide a las provincias, si no tienen plata para hacer obras públicas, que convoquen ellas a los privados, porque él se tiene que encargar de destruir a ese demonio que es el Estado y, por ende, negarse a hacer infraestructura, ya que un anarcolibertario no tiene que hacerla. Es una lógica que hace agua por todos lados.
También es por demás inapropiado en los momentos actuales rechazar acuerdos electorales con los gobernadores que les votaron todo, por querer cubrir enteramente de “violeta” a sus provincias. No es que LLA no tenga derecho a pelear electoralmente los territorios que quiera, lo que ocurre es que armar conflictos entre los que hoy le son imprescindibles para construir mayorías legislativas por la mera ambición de transformar a la Argentina en un reinado hegemónico, es obstruir las posibilidades de contar con las fuerzas necesarias para encarar un proceso de desarrollo estratégico y permanente.
A veces pareciera que a Milei lo único que le interesó es que lo apoyaran en el ajuste y que de ahora en más quiere quedarse él solo con todo. Y entonces otra vez nos asalta la duda de si, en verdad, tiene en su cabeza alguna idea de un programa o cuando menos un proyecto de crecimiento, que -cualquiera sea- sin consenso entre los que piensan similar es imposible lograrlo. Porque tanto si gana como si pierde las elecciones de este año, los gobernadores ofendidos por tanto destrato lo enfrentarán en vez de apoyarlo. Y, por ende, le resultará dificilísimo volver a tener mayorías legislativas, a través de alianzas, cuando menos los próximos dos años.
Los gobernadores han decidido cercar con alambrados sus provincias para que no entre la pandemia tipo coronavirus que para ellos expresa el mileismo con sus modos avasallantes, agresivos y que más que la creación de una alternativa electoral en cada provincia, parecen un ejército de bárbaros queriendo invadir y ocupar todos los territorios por donde pasan.
Ni siquiera en aquellos lugares donde pudieron construir un acuerdo electoral se presentan como gente que busca efectivamente alianzas, sino como una especie de interventores que vienen a ofrecerle a cada gobernador la oportunidad de que sobreviva dos años más, pero con el control legislativo compartido con ellos. Para que en 2027 le entreguen la provincia a un gobernador puesto por LLA. Esa es la actitud generalizada con sus supuestos aliados.
Los que se rinden a tales pretensiones, lo hacen porque hoy no quieren o no pueden presentarle batalla, pero no por ello quedan satisfechos. Los que pueden, en cambio, se le acaban de plantar ya mismo diciendo que es preferible perder elecciones antes que aliarse con quien se presenta como su futuro verdugo.
Un pésimo negocio por donde se lo mire en pos de una probable hegemonía totalizante en 2027 que está a años luz de poder verificarse. Lo más seguro, viendo lo que pasó con el kirchnerismo, es que eso no ocurra, aunque arrase electoralmente.
Por Carlos Salvador La Rosa para Los Andes