sábado, 12 de julio de 2025

A principios de 1873, casi ocho años después de su llegada a la Patagonia, los colonos pudieron obtener una buena cosecha y efectuar la primera colocación de trigo en Buenos Aires. Si bien se ha sostenido generalmente que luego de haber alcanzado el éxito en la producción del trigo la importancia del comercio con los indígenas habría decrecido, su volumen. Lejos de disminuir, se vio favorecido por disponer los galeses de mayores excedentes para el intercambio. Fue entonces que, merced a la producción de trigo y el redituable comercio con pampas y tehuelches, que los colonos alcanzaron la convicción de que en el valle del Chubut podrían vivir miles de personas. De esta forma se fue consolidando un modelo de complementariedad económica, basado en la producción agrícola del valle del río Chubut por parte de los galeses, la que se complementó perfectamente con el modelo tehuelche de ocupación del espacio, el que más allá de la movilidad estacional estaba referido principalmente a la meseta, hábitat del guanaco y el choique, sus principales fuentes de abastecimiento de comida, vestimenta, vivienda y bienes para el intercambio.

Dentro de dicho esquema la producción pecuaria de la Colonia quedó relegada a un lugar secundario y se limitó más bien a la subsistencia y a la elaboración de productos lácteos. La no existencia de un proyecto ganadero en gran escala y consecuentemente la no competencia por dichos recursos y por las tierras para su crianza, fue un elemento fundamental para dejar de lado posibles fricciones y mantener una buena relación.

El principal producto de intercambio provisto por los indígenas fueron las plumas de avestruz, cuya gran importancia económica aparece muy bien reflejada en el siguiente texto de Berwyn: “En nuestro comercio externo corresponde a los aborígenes una parte importante, aunque liviana, pues tres toneladas de pluma de avestruz valen tanto como cien toneladas de trigo, a los precios actuales”. El segundo rubro en importancia fue el de los quillangos de guanaco, zorro o avestruz, en menor medida de zorrino y excepcionalmente de puma. También se pueden mencionar los cueros de diversos animales, ponchos que obtenían por intercambio con los indígenas cordilleranos y caballos que los galeses exportaban a las Islas Malvinas.

Si entre 1865 y 1873 no hubo en la Colonia establecimiento comercial alguno más allá del almacén comunitario, y el intercambio interétnico que se efectuaban en los domicilios, para 1882 ésta ya disponía de 30 casas, entre establecimientos comerciales e industriales, dentro las que se contaban 6 casas comerciales importantes y 13 almacenes de campaña, los que mantenían un considerable trato comercial con los indígenas. Además de los habituales productos, algunos ya mencionados, como trigo, pan, galleta, leche, manteca, harina, fariña, arroz, yerba, café, azúcar, alcohol, jabón, telas, ropas, etc.; los indígenas recurrían a los servicios de las tres herrerías instaladas, para la confección de boleadoras, hebillas y cuchillos. Si el comercio interétnico ya estaba totalmente consolidado en el período 1872-1876, en cuyo último año los productos comprados a los indígenas conformaron el 49% del total de exportaciones de la Colonia; 21 durante el período 1879-1883 dicho comercio registró un notable y sostenido crecimiento, ya que al verse imposibilitadas de intercambiar sus productos en Carmen de Patagones por la presencia de las tropas nacionales, las partidas indígenas intensificaron el comercio con la Colonia del Chubut.

Paradójicamente el nuevo y conflictivo escenario creado a partir de las campañas militares de la denominada “Conquista del Desierto” llevaron al modelo económico configurado por galeses, pampas y tehuelches a su momento de apogeo, pero a la vez anunciaban su inexorable disolución.

Por Marcelo Gavirati, del libro “Chubut, tierra de arraigo”

 

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