
También el escritor Manuel Prado escribió al respecto: “(…) Hacía ocho meses que se encontraba destaca do y durante ese tiempo no había recibido una libra de carne ni una onza de galleta. El comisario les había paga-do dos meses de sueldo, a cuenta de 37 que les debían, pero de qué les valía la plata sin tener donde gastarla (…). En el campamento, la tropa comía yeguas y en los fortines los pocos avestruces que podían bolear los milicos en los mancarrones extenuados y flacos”.
El doctor Lorentz, que acompañó al general Roca hasta el río Negro, escribía en 1879:
“La nación le entrega la ropa de invierno en verano y la de verano en otoño. La nación le adeuda treinta y hasta cuarenta meses de su mezquino sueldo (…). Cuando uno ve, como yo he visto, a estos nobles mártires de la civilización argentina abandonados en pelotones de cinco hombres en el seno de un desierto, cuyo aspecto salvaje e inmensa soledad imponen, sin techo y sin cama, supliendo con vizcachas, liebres, avestruces, perros, zorros y zorrinos las economías de congresos que legislan pretenciosamente sobre cosas que no estudian, cubiertos con harapos de brin, cuando la atmósfera se puebla de copos viajeros de nieve, envueltos en el paño burdo mientras la arena quema y el aire ahoga a 35 grados centígrados a la sombra, y a todas horas a caballo, en peligro, sin reposo, sin sosiego, sin mujer, sin hermanos, sin amigos que mitiguen aquellos supremos dolores y padecimientos, se siente un impulso de generosa simpatía hacia el soldado argentino y se dice con el general Levalle en el fortín Las Víboras: ‘¡Es preferible el suicidio!’ (…)”.
Cuando la civilización del hombre blanco dejó atrás los peligros de los malones de antaño, los fortines dejaron de cumplir con las funciones para las que habían sido erigidos. Quedaron como jalones del paso del ejército por tierras neuquinas o rionegrinas en la Patagonia. Con el correr de los años nuclearon primero familiares de los fortineros, luego colonos y más tarde toda la amalgama variada de profesionales y obreros que formaron las primeras poblaciones. El erudito historiador Juan Mario Raone epiloga este tema con expresiones tan severas como estas: “(…) no recuerdo que mi vista se viera obstruida, en la contemplación del maravilloso paisaje de nuestra tierra, por algún cartel que señalara: ‘Viajero. Aquí se levantó el Fortín Tal. Argentino que pasas a su vera: ¡Descúbrete! A su lado descansan los restos mortales de soldados argentinos que entregaron sus vidas en ofrenda del reinado de nuestra civilización y la consolidación de nuestras fronteras. Junto a ellos reposan también los restos de sus hermanos indígenas, que defendieron con su sangre la tierra que les entregaran sus mayores. Tampoco he encontrado alguna indicación del tiempo que fueron construidos, levantados, etc. Salvo rarísimas excepciones son desconocidos”.