En agosto de 1591 partía del puerto inglés de Plymouth la segunda expedición de Thomas Cavendish al Atlántico Sur. Su objetivo era llegar a China bordeando el extremo más austral del continente americano, repitiendo la ruta que habían recorrido con éxito cinco años antes. Después de una tempestuosa travesía por el océano Atlántico y la costa oriental de América, los cinco barcos que formaban la escuadra arribaron al estrecho de Magallanes en marzo de 1592. Dos meses más tarde, las penalidades sufridas en el trayecto por la tripulación la habían colocado al borde del motín por lo que Cavendish decidió dividir su escuadra. Él con tres de sus barcos partirían hacia el norte con el fin de aprovisionarse, mientras los otros dos, el Desire y el Black Pinnace, permanecerían en la zona al mando del capitán John Davis. No obstante, Davis y sus hombres no se mantuvieron inactivos. En su afán exploratorio, recorrieron el estrecho de Magallanes en toda su longitud, desde cabo Vírgenes a isla Desolación, e incluso descubrieron, el 14 de agosto de 1592, las Islas Malvinas.
Instalados en Puerto Deseado, en plena costa patagónica, encontraron una pequeña isla situada veintiún kilómetros al sudeste, donde había gran abundancia de focas y sobre todo de pingüinos, animales que los marineros veían por primera vez. John Jane, el cronista del viaje, escribió que los pingüinos “tenían forma de pájaro pero sin alas, con dos muñones en su lugar con los que nadan bajo el agua con la misma rapidez que cualquier pez. Al comerlos, no son ni pescado ni carne y el pájaro es de una grandeza razonable, dos veces más grande que un pato”. Era tal la abundancia de esos pájaros, que los navegantes bautizaron el lugar con el nombre de Penguin Island, la Isla Pingüino. Sin embargo, antes de emprender el camino de regreso a casa, John Davis y sus hombres decidieron llevar a cabo una mortífera incursión en la isla matando a palos a veinte mil de estas aves en sólo unos días. Incapaces de volar a causa de su adaptación a la vida acuática, los pingüinos no tenían enemigos naturales en tierra y se encontraban completamente desprotegidos frente al ataque de los marinos ingleses. Sin desconfiar del hombre, los pájaros contemplaban extrañados a los intrusos o les hacían frente sin sospechar su desventaja, para caer inmediatamente abatidos por un golpe certero. Cuando el 22 de diciembre de 1592 se embarcaron con destino a Inglaterra, el Desire llevaba sus bodegas abarrotadas con catorce mil pingüinos, que habían sido secados y salados previamente. Ahora bien, a la altura de la línea del Ecuador, la carne de las aves se pudrió provocando la aparición de un repugnante gusano de una pulgada de largo que comenzó a devorar el resto de las provisiones, para continuar con las botas, zapatos, camisas, sombreros y calcetines de la tripulación e incluso las vigas de madera del barco. Los hombres intentaron destruir los gusanos pero cuantos más mataban más se reproducían éstos. Muchos de los tripulantes vieron como se hinchaban sus tobillos y aparecían llagas en diversas partes del cuerpo para finalmente morir en medio de atroces sufrimientos. La venganza de los pingüinos provocó una gran mortandad entre la tripulación, de tal modo que sesenta de los setenta y seis hombres que habían subido a bordo en Puerto Deseado murieron a lo largo de la travesía. Solamente los oficiales y un grumete, que se habían refugiado juntos en la cabina con los últimos víveres, pudieron desembarcar por su propio pie al arribar al puerto irlandés de Bearhaven, el 11 de junio de 1593, casi dos años después de su partida.
Fragmento del libro “Menéndez, rey de la Patagonia”, de José Luis Alonso Marchante

