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Un factor estrechamente vinculado con el dominio económico-comercial era el control de las vías de comunicación marítimas. Con las ventajas obtenidas con el tratado de Utrecht la Corona Británica intensificó las exploraciones de los mares australes con ese fin (Exploraciones de Anson, Byron…). Las guerras económicas y las de la independencia americana marcaron un paréntesis en las exploraciones científicas que venía realizando Inglaterra desde mediados del siglo XVIII en los mares australes.
Finalizadas las guerras de la emancipación de los dominios hispánicos con la batalla de Ayacucho el 4 de diciembre de 1824, Inglaterra busca por todos los medios el dominio económico de los nuevos Estados, sin renunciar a “la posibilidad de ganar todos los puntos prominentes estableciendo algunos puntos militares”. Con ese fin “botánicos, geólogos y zoólogos se están preparando para explorar regiones vastas para haber sido agotadas por los Condamines y Humbolds. Estos misioneros de la civilización, que están para esparcir los hábitos y opiniones europeas y especialmente inglesas, y para enseñar la industria y las artes, con sus naturales consecuencias de amor al orden y deseos de paz, están al mismo tiempo abriendo nuevos mercados para la producción del trabajo británico y nuevas fuentes de progreso como de felicidad para el pueblo de América”.
He aquí señalado el nobilísimo propósito de las tan ponderadas expediciones científicas de los ingleses. Que no eran sólo declamaciones lo confirma la ocupación de las Malvinas en 1833.
El reconocimiento de la independencia y el tratado de Amistad y Comercio que nuestro país firmó con Gran Bretaña en 1825 no se limitaban a las ambiciones de Inglaterra sobre el Río de la Plata, sino que tendían también a asegurar sus intereses comerciales del Pacífico para lo cual puso en marcha un amplio reconocimiento de los mares australes y particularmente, los pasos interoceánicos. Con ese fin zarparon de Plymouth el 22 de mayo de 1826 los buques hidrográficos de la Armada de guerra británica, Adventure y Beagle, a las órdenes de Phillip Parker King y segundo jefe Robert Fitz Roy al mando de la Beagle. “Debían realizar un relevamiento exacto de las costas meridionales del extremo de Sudamérica, desde la entrada Sur del río De la Plata, Tierra del Fuego y Chiloé en el Pacífico, y fijar de una manera precisa el pasaje a través del estrecho de Magallanes, tan fatal para los navegantes”. Para cumplir ese objetivo, que Armando Braun Menéndez llamó el “decenio de oro de las expediciones científicas a la América Meridional, decenio que abarca los años entre 1826 y 1836″… “Inglaterra, sin ningún derecho, se metía en aguas territoriales e imponía su toponimia en regiones que, si tenían dueños, eran chilenos o argentinos, en lo que les tocase como herederos de España”.
En febrero de 1830 Fitz Roy se hallaba en el estrecho al que le dio el nombre de su nave. Fondeó frente al cabo Desolación, costa occidental de la isla Navarino. Desde allí destacó una de las embarcaciones menores para explorar minuciosamente las costas del estrecho. Al tercer día fueron sorprendidos por un grupo de yaganes que los despojaron de todo, hasta se apoderaron de la embarcación y la saquearon. Como pudieron llegaron hasta la Beagle. “Fitz Roy resolvió capturar varios indígenas como rehenes. Durante la noche la mayoría pudo eludir la vigilancia y escapar. A bordo quedaron sólo tres niños que fueron devueltos a tierra, a excepción de una simpática niña de unos nueve o diez años… que Fitz Roy quiso retener para enseñarle inglés. Se le dio el nombre de Fueguia Básquet”. En posteriores enfrentamientos fueron capturados otros tres: “El propósito de Fitz Roy era llevarlos a Inglaterra para darles allí la enseñanza que fuera posible”.
Hacia fines de ese año las naves regresaron a Inglaterra para pasar en limpio los trabajos de gabinete, mapas, derroteros, estadísticas…y su carga humana. Allí los cuatro indígenas fueron entregados al pastor Guillermo Wilson “que se encargó de ellos durante todo el tiempo que permanecieron en Inglaterra. Se les dio toda la instrucción posible, especialmente sobre las verdades cristianas fundamentales y el idioma inglés, además de algunas nociones de carpintería, jardinería y otros conocimientos que podrían serles de utilidad”.
En enero de 1832 Fitz Roy está otra vez en el canal de Beagle para continuar el trabajo bajo su directa conducción. Se han agregado a la tripulación un catequista, un cirujano, un dibujante y Carlos Darwin, en calidad de científico, un “joven amante de la Historia Natural, de 23 años, cuyo bagaje intelectual eran simples promesas”. También traía de regreso a sus tierras (o canales), después de haber sido recibidos por el rey Guillermo IV, los tres yámanas sobrevivientes; uno había fallecido, para que difundieran entre los suyos las bondades de la vida civilizada. Con esa forma se buscó ensayar la factibilidad de introducir ese nuevo factor, la evangelización de los fueguinos, para afianzar la conquista.
El catequista que venía en la expedición era Ricardo Matthews, recomendado por la “Sociedad Misionera de la Iglesia” [anglicana], o sea, la iglesia oficial de Inglaterra, y propuesto por el pastor Wilson para que intentara el inicio de la evangelización de los fueguinos., en base a los tres que habían sido educados en Londres.
Indígenas de la Patagonia, de Clemente Dumrauf