El mito dice que fue Lautaro quien tras aprender del ejército español enseñó a los mapuche el arte de la guerra. Lo cierto es que los aborígenes no eran ningunos neófitos en cuestiones militares. Mucho antes que a los europeos, los weichafe ya habían detenido a un poderoso ejército invasor, el de los incas, devastado en sucesivas campañas en la frontera del río Maule.
Tal vez por eso los antiguos llamaron we inka a los invasores europeos, origen de la actual denominación winka. En lengua mapuche es “nuevo inka” y por siglos fue la forma en que los araucanos denominaron a los españoles y chilenos en Wallmapu.
Desde antiguo los mapuche habían aprovechado su escarpada geografía llena de bosques, ciénagas, grandes ríos y montañas para su táctica militar favorita, la emboscada. Lo que sí podemos atribuir a Lautaro fue su perfeccionamiento, sumando a la guerra de guerrillas las tácticas convencionales españolas. Ello permitió a los mapuche adaptarse a cualquier escenario de batalla.
Es con Lautaro que se aprenden, copian y perfeccionan las tácticas militares europeas. Los mapuche rápidamente aprenden a movilizarse en escuadrones, de forma ordenada, con jefaturas transmitiendo órdenes con sonidos, destacando entre los guerreros la utilización de picas, lanzas y arcabuces tal como lo hacía lo mejor de la infantería española en Europa, los Tercios. Sumen a ello la temprana incorporación del caballo como arma de guerra y la adopción de novedosas tácticas de caballería. El resultado no podía ser otro: un enemigo tan temible como formidable.
Existía además otro factor que favorecía esta superioridad de las tropas mapuche: los escasos avances en la tecnología militar de sus oponentes. Pasa que entre el siglo XVI y fines del siglo XVIII, periodo coincidente con la guerra de Arauco, la evolución de las armas de fuego había sido mínima en el mundo, apenas progresos en la precisión y el alcance de cañones y mosquetes.
El arma típica de infantería fue por siglos el mosquetón de chispa y ánima lisa, aquel que se cargaba por la boca del cañón mediante una baqueta. Era un engorroso y lento sistema que rara vez permitía más de dos tiros por minuto. Su ánima lisa los hacía además tan imprecisos que acertar a un blanco implicaba una verdadera proeza.
Esta demora entre las cargas permitía a los guerreros mapuche atacar a los soldados españoles y ultimarlos en el cuerpo a cuerpo. De allí viene la expresión “irse al humo”, propio de argentina y que hace referencia a la persona en extremo directa o a quien se lanza atropelladamente en busca de algo. Su origen se vincula a la forma mapuche de guerrear en los malones por la pampa.
Si algo aprendieron los guerreros mapuche fue a montar a caballo. Incorporada en las primeras décadas de guerra con los conquistadores, la caballería era un arma que los indios habían transformado en un verdadero arte militar.
Jinetes formidables en caballos fuertes y disciplinados capaces de “tragarse las leguas sin mayor esfuerzo”, la caballería mapuche fue un arma que sorprendió incluso a los capitanes españoles. Sus cualidades las reconoce el coronel Francisco del Campo en 1601, tras concluir diversas campañas en Valdivia, Osorno y Villarrica. El veterano hombre de armas, logró sobrevivir para contarlo.
Los mapuches, queda claro, se habían transformado, gracias al caballo, en enemigos imbatibles en ambos lados de los Andes.
Esto ya lo reconocía el propio coronel Lucio Mansilla en su célebre libro “Una excursión a los indios ranqueles”: “¡Qué triste y desconsolador es todo esto!”, se lamenta al caer en cuenta de la superior cultura y hábitos sociales de los rankülche, frente a los gauchos.
Resultan innegables las transformaciones que la introducción del caballo produjo en la cultura y la identidad araucana: en la vestimenta (aparición de la bota de potro y la chiripá), en el armamento (adopción de la lanza y boleadora en detrimento del arco y la flecha, en el comercio (arreo y crianza de animales, desarrollo de la orfebrería ecuestre, la cacería), en el transporte (los viajeros-nampulkafe, la vida en las tolderías de cuero), en la estructura social (surgimiento de castas de guerreros y de hombres ricos) y, por supuesto, ritos religiosos, la cosmovisión (ritos religiosos y funerarios).
Tal es parte del rico legado de la cultura araucana ecuestre, desconocido hoy para tantos y que por tantos siglos fue pieza clave de un poderío económico y militar sorprendente.
Fragmento del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo