miércoles, 29 de octubre de 2025
Familia karwésqar en 1922 acercándose a uno de los barcos que navegan por el estrecho de Magallanes (León Durandin Abault)

Las actividades de los barcos loberos por las costas patagónicas y los canales e islas fueguinas provocaron frecuentes roces con los pueblos originarios que habitaban ese amplio territorio, especialmente con los kawésqar y yámanas, a quienes los marineros trataron con una brutalidad desconocida hasta entonces. Los loberos también empleaban a los indígenas como marineros forzosos, entregándoles a cambio de su trabajo frazadas y ropas usadas. El sacerdote verbita Martín Gusinde refiere como los utilizaban en la caza de las escurridizas nutrias: “los patrones de goletas recurren a los indios, quienes van siempre adelante con sus perros, que encuentran los rastros y agarran las nutrias. A los indios, que han trabajado semanas enteras a servicio forzado para los patrones de goletas, se les da, en recompensa, algunos víveres ya medio descompuestos, un poco de licor, o un pantalón roto […] han pisoteado los principios de justicia, honradez y rectitud, explotando al indio y cometiendo delitos vergonzosos” (Gusinde, 1924: 56).

El marino británico Robert FitzRoy aseguraba en el relato de su viaje que los loberos robaban a los indios de los canales sus pieles de lobo y de nutria. Un hecho confirmado por el misionero salesiano Alberto María De Agostini, que concluye que “aventureros de la peor ralea, buscadores de oro y loberos cometieron impunemente acciones nefandas contra estos infelices e indefensos indios a los que remataban después bárbaramente a tiro” (De Agostini, 2005: 318).

No es extraño por tanto que los indígenas que a finales del siglo XIX todavía poblaban las islas y canales magallánicos se ocultaran inmediatamente en cuanto aparecía cualquier barco. Especialmente desconfiados de los europeos eran los kawésqar. Al habitar en las cercanías del estrecho de Magallanes y los canales adyacentes, por donde era más frecuente el paso de naves de tráfico comercial, fueron los primeros que tuvieron desagradables contactos con las tripulaciones de los barcos. Intercambiaban preciosas pieles de nutria y lobo marino por bebidas alcohólicas y tabaco en una relación comercial claramente desventajosa para los indígenas. Hay que tener en cuenta que los kawésqar ocupaban un amplio territorio en el que las únicas vías de comunicación eran los canales marítimos. La mayoría de las islas eran intransitables debido a su orografía rocosa y escarpada por lo que los nativos se desplazaban de un lugar a otro en sus frágiles canoas, convirtiendo en inevitables sus encuentros con los navegantes europeos.

Son muchos los relatos de choques sangrientos entre marineros e indígenas, especialmente perjudiciales para éstos últimos. En marzo de 1871 el capitán del bergantín inglés Propontis desembarcó en Puerto Gallant y sin mediar provocación alguna mató a dos indígenas para, a continuación, ser atacado en respuesta por los kawésqar que le dieron muerte en el mismo lugar (Martinic, 1979: 38). El escritor Gaston Lemay, que recorrió a finales de 1878 el estrecho de Magallanes en un viaje de placer a bordo de La Junon, advirtió el gran temor que tenían las mujeres kawésqar a subir a bordo de los barcos, algo que solamente se atrevían a hacer los hombres. Lemay, con desagradable ironía interpretó correctamente la causa de este miedo, asegurando no tener dudas sobre “la galantería exagerada de los que pasaron por aquí antes que nosotros”. Se refería evidentemente a los abusos sexuales y violaciones de las que habían sido objeto las mujeres kawésqar por parte de las tripulaciones de los barcos y que no se habían borrado de la memoria colectiva. Los testimonios hablan de la preferencia de los marineros por las niñas ya que las mujeres peleaban con tanta ferocidad como los hombres y muchas veces tenían que matarlas a golpes sin haber podido consumar la violación.

Todavía en marzo de 1894 la tripulación del cutter Teresina B, que se dirigía al canal Smith en busca de oro, intentó apropiarse de mujeres indígenas, produciéndose un enfrentamiento en el que resultaron muertos el austriaco Esteban Buntilich y al menos dos kawésqar. El gobernador Manuel Señoret Astaburuaga no dudó en señalar “que el motivo del sangriento choque han sido las mujeres indígenas, cuya posesión han pretendido los tripulantes del cutter”, añadiendo que los indígenas “jamás han atacado las numerosas embarcaciones que con motivo de los lavaderos de oro han cruzado con tanta frecuencia los canales en estos últimos años”. Todos los exploradores, viajeros y navegantes que atravesaron durante siglos el archipiélago magallánico consignaron en sus relatos la rapidez con la que las mujeres kawésqar se eclipsaban sin dejar huellas a la simple vista de un barco, internándose en el bosque, escondiéndose tras las rocas o permaneciendo en las canoas a la espera de sus esposos cuando éstos subían a cubierta.

 

Fragmento del libro “Menéndez, rey de la Patagonia”, de José Luis Alonso Marchante

 

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