Aquella tarde del 25 de junio de 1806 hacía mucho frío sobre el mar. El teniente coronel Pack, al frente de 670 escoceses, integrantes del regimiento No 71, puso pie a tierra en ese lugar que los nativos llamaban Quilmes. Lo siguieron rápidamente un batallón de infantería de marina, el destacamento de Santa Helena y tres compañías de marineros con cuatro piezas de artillería. En total, más de 1500 hombres. Inmediatamente después, el general en jefe de la fuerza expedicionaria, Guillermo Carr Beresford, se reunió con él en tierra. Decidieron hacer noche allí mismo, aunque casi no durmieron. Poco antes del amanecer ordenaron la columna. Juntos, echaron una última mirada a la corbeta que cerca de la costa había protegido el desembarco, y que ahora, bamboleante y satisfecha, parecía sonreírles. Más allá se veían los puntos lejanos de los otros navíos de la escuadra.
Por fin los ingleses emprendieron la marcha hacia Buenos Aires, sin saber que según se cuenta, grupos de tehuelches vigilaban sus movimientos y los seguían a distancia, hasta que pudieron confirmar cuáles eran sus intenciones.
Decididos, los nuevos visitantes avanzaban sobre la ciudad. Sus casacas refulgían al sol.
Para los tehuelches desde ese instante fueron “los Colorados”.
Las acciones se desarrollaron vertiginosamente.
En menos de cuarenta y ocho horas los ingleses tomaron Buenos Aires y durante dos meses fueron los dueños de la ciudad. Desesperadamente pidieron refuerzos a Inglaterra sabiendo que la situación de dominio era débil. La población se unió ante el invasor a quien rechazó desde un primer momento.
Finalmente, Santiago de Liniers, al frente de una fuerza de 2500 hombres, reconquistó la ciudad; el 12 de agosto Buenos Aires volvía a sus dueños naturales. El Cabildo, convertido en el nuevo centro del poder desde la huida del virrey Sobremonte, sesionaba en forma continua. Y fue precisamente esa institución la que mantuvo desde entonces y durante todo el período de la ocupación inglesa una relación singular con las parcialidades tehuelches de la provincia de Buenos Aires, que ofrecieron su apoyo a los pobladores.
El acta del 17 de agosto informa que mientras el Cabildo estaba reunido:
…se apersonó en la sala el indio Pampa Felipe con don Manuel Martín de la Calleja y expuso aquel por intérprete, que venía a nombre de dieciséis caciques de los pampas y cheguelches a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio, para que este I. C. echase mano de ellos contra los colorados, cuyo nombre dio a los ingleses; que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y porque veían los apuros en que estarían; que también franquearían gente para conducir a los ingleses tierra adentro si se necesitaba; y que tendrían mucho gusto en que se los ocupase contra unos hombres tan malos como los colorados.
Los cabildantes agradecieron el gesto y comunicaron al cacique que en caso de necesidad recurrirían a su ayuda.
Pocos días después Felipe regresó acompañado ahora por el cacique Catemilla, quien informó que en virtud de los hechos acaecidos con “los Colorados” y la permanente amenaza de estos (la escuadra del almirante Popham seguía en el río aguardando los refuerzos solicitados), habían procedido a efectuar la paz con los ranqueles de Salinas Grandes “bajo la obligación estos de guardar terrenos desde las Salinas hasta Mendoza, e impedir por aquella parte insulto a los cristianos; habiéndose obligado el exponente con los demás pampas a hacer lo propio con toda la costa del sur hasta Patagones”.
El Cabildo agradece nuevamente los ofrecimientos y antes de que finalice el año recibe dos veces más a las “embajadas” indígenas.
El 22 de diciembre los caciques y cabildantes finalizan su encuentro con abrazos y el alcalde de primer voto, Francisco Lezica, agradece en nombre de sus compañeros, al mismo tiempo que pide a sus “fieles hermanos”, los indígenas, que vigilen las costas para que el enemigo inglés no se atreva a regresar.
El 29 de diciembre llegan los caciques Epugner, Errepuento y Turuñanqüu, que ofrecen además de su colaboración la de los otros caciques: Negro, Chulí, Laguini, Paylaguan, Cateremilla, Marcius, Guaycolan, Peñascal, Lorenzo y Quintuy.
En abril de 1807 el cacique Negro ofrece su colaboración junto a otros jefes que lo acompañan.
Sin embargo, pese a los ofrecimientos indígenas y a los agradecimientos de españoles y criollos, la ayuda no se concreta.
Los grupos tehuelches estuvieron a punto de participar activamente en esa experiencia, pero ello no pudo ser posible:
No obstante, las expresiones de gratitud, abrazos y obsequios, los gobernantes desconfiaban. Desconfiaban y despreciaban a los indios. Los trataban, pero con recelo. Posiblemente el recelo era recíproco, pues de ambas partes podían señalarse improcederes. Esta desconfianza fue sin duda la causa que impidió se los convocara a la lucha contra los ingleses.
Y teniendo en cuenta un ofrecimiento concluyente; número de indios, caballos, armas; tal vez por lo mismo. Los cabildantes habrán pensado sobre las posibles consecuencias de ese aporte después de la derrota de los invasores, si ello se producía.
¿Qué hubiera sido de la ciudad, del gobierno, del pueblo, con veinte mil in- dios armados y cien mil caballos? Hasta la paz lograda entre pampas y ranqueles les resultaría sospechosa. ¡Y nada menos que al solo objeto de proteger a los cristianos! De todas maneras, los indios concurrieron en aquella ocasión a ofrecer sus servicios, sus hombres, sus armas, para luchar contra el invasor.
Destaco estas últimas palabras, que puntualizan los hechos. Las comunidades indígenas intentaron participar en la batalla contra los ingleses, más allá de que intereses, temores o distancia cultural -no sabemos exactamente- hicieran que esa participación solo fuera una posibilidad.
Por un instante, los indígenas, los criollos y aun los negros estuvieron juntos frente al agresor extranjero. Por un instante habían estado del mismo lado, dando vida propia a esa matriz original del pueblo argentino en formación.
Estos acontecimientos marcaron a los hombres de la ciudad, que ya no serían los mismos. Se hallaban en las puertas de una nueva vida. Habían pasado los umbrales de una etapa histórica que los llevaría a la Revolución de Mayo

