El cine Coliseo, con butacas de madera, funcionaba en el salón de la Sociedad Española, que recientemente se había terminado de construir. Fue inaugurado en el año 1940, pertenecía a la Empresa Coliseo, de Calixto González, y más tarde de su sobrino Roque González. Era uno de los pocos esparcimientos nocturnos. Estaba ubicado en la calle 28 de Julio 180 lindando con el “Bar Español”. No era raro entonces que muchas veces, en los momentos que el espectador quedaba atrapado por el suspenso de la película, se escuchara un “truco o envido” de los que estaban jugando con los naipes del otro lado. Oportunamente se solucionó el problema. Hasta hace poco, en ese lugar se encontraba “Tienda Famularo” y luego “Musimundo”. Lo bueno de este Cine, que lo atendía Julio Barroso, posteriormente Vicente “Negro” Pérez y José “Pepe” Sanz y cuyos encargados de proyección fueron Márquez, Eduardo, Pedro y Gonzalo Esteban, José “Pepe” Moccio y Soto, era que cada día de la semana se pasaba una película distinta. El “Negro” Montini era el encargado de pintar las carteleras. “Visera” Contín recibía en el ingreso las entradas y a veces, cuando lo reemplazaba Calazán, él hacía de acomodador. En algunas ocasiones, cuando se iba a proyectar un film exitoso, se escribían los paredones con letras grandes anunciándolo. De éstos, recuerdo haber visto escrito La quimera del oro, con Charles Chaplin y Qué verde era mi valle, que había ganado el Oscar en el año 1941, dirigida por John Ford y protagonizada por Walter Pidgeon. En las puertas, o vidrieras de los comercios, se exhibía el programa con las películas de toda la semana.
En oportunidades, en lo mejor de la proyección se cortaba la luz. Si se iba a regularizar pronto, nos quedábamos sentados adentro, de lo contrario salíamos todos los espectadores a la vereda aguardando el retorno de la energía eléctrica. Como la Usina estaba a dos cuadras, se enviaba a alguien para saber qué había sucedido. A veces en la proyección se mezclaban el orden de los rollos y empezábamos a zapatear. En muchos casos, debido a problemas de transportes, no llegaba la película, entonces había una reservada para esa emergencia que se repetía. Cuando íbamos entrando nos avisaban que habían cambiado el programa. Pero en general, era un buen servicio para esa época. Además el espectador podía sacar un abono mensual para asistir todas las noches.
En el intervalo de 15 minutos, muchos concurrentes caminaban hasta la confitería “Torino”, para comprar un helado, que había que comerlo pronto porque no se podía entrar a la sala con él. Mientras Paz en el hall ofrecía sus golosinas.
En los últimos tiempos se proyectaban dos películas distintas todos los días.
La publicidad callejera la realizaba un típico personaje que había en el pueblo, llamado Candelario Corrales. Tenía como megáfono una bocina, algo parecido a un embudo grande. Se paraba en distintas esquinas del pueblo y para llamar la atención imitaba el ruido de una sirena anunciando luego la película del día mientras repartía los programas. Candelario también era acomodador y uno de los encargados de traer y llevar las bolsas, diariamente, con las películas a la terminal de Transportes Patagónicos.
En una época llegamos a tener dos salas cinematográficas, ya que en la Sociedad Italiana también se proyectaba. Pero duró muy poco.
Ir al cine requería de los espectadores estar bien “empilchados” y perfumados.
Los domingos por la tarde el valor de la entrada era muy económica para que todos los chicos puedan asistir y ver las películas.
Durante muchos años, al finalizar el curso lectivo de la escuela 27, se realizaba un festival en el Cine siendo, el broche final la entrega de los diplomas a los alumnos que habían terminado aprobando el sexto grado.
Sí que me acuerdo, cuando era “purrete”, de la existencia del Cine en esas tardes de los domingos. Y de los 20 centavos que nos daba mi padre a cada uno, para pagar la entrada, más 5 o 10 para los caramelos, a veces sumábamos alguna moneda de cobre que agregaba mi madre metiendo la mano en el bolsillo del delantal. Lógicamente que ir al Cine tenía relación directa con el comportamiento durante la semana y la “investigación” del cuaderno escolar. Siempre leíamos los viernes o sábados, en el programa pegado en la puerta del cine, si el domingo daban alguna de cowboys o de guerra y nos entraba la desesperación esperando ese día. Cada uno de nosotros, cuando salíamos, nos sentíamos contagiados con las “virtudes” de algunos personajes. Aplaudíamos viendo a nuestro héroe cómo vencía siempre y del griterío cuando los actores y actrices se besaban. En el invierno, permanecer en su interior, resultaba “fresquito”, no había calefacción. Y de las recomendaciones de Julio o el “Negro”, a medida que íbamos ingresando, para que nos portáramos bien. Fuimos testigos de ver nuestros héroes Tarzán, Superman, Sandokan, el Llanero solitario, Batman, y escuchar a los muchachos decir lo linda que era Marilyn Monroe, y a ellas “retrucarle” con Paul Newman.
El 30 de setiembre de 1989, sorpresivamente, dejó de funcionar, presentando la última película. Morir mil veces con Jeff Bridges, Rosanna Arquette y Alexandra Paul.
Por un tiempo largo nos costó entender cómo una ciudad turística no tenía cine. Pero había que aceptar el nacimiento de la televisión.
Fragmento del libro “Nostálgico Puerto Madryn”, de Pancho Sanabra