domingo, 15 de junio de 2025

Como se ha señalado Vernet no se encontraba en Malvinas cuando se produjo la ocupación inglesa. Había viajado a Buenos Aires con toda su familia para defender su proceder en la captura de las naves norteamericanas. Quedó a cargo de la administración de sus propiedades Mateo Brisbane. Producido el hecho Vernet inició inmediatamente gestiones ante las autoridades británicas para reafirmar sus derechos económicos y comerciales concedidos por el gobierno argentino. Al mismo tiempo, por precaución, renunció al cargo de Comandante Político y Militar de las Malvinas para que esa condición no incidiera en el conflicto iniciado entre nuestro país y Estados Unidos.

La Clío no permaneció mucho tiempo en las islas. Antes de partir el 14 de enero J. J. Onslow nombró a Guillermo Dickson, hombre de Vernet, “Comandante de las islas Malvinas en nombre de Su Majestad Británica”, quien debía izar el pabellón inglés los días domingo, o al avistar alguna nave. El 26 de agosto se produjo un motín de la población dirigida por Antonio Rivero en el que mueren varias personas, entre ellas Mateo Brisbane, representante de Vernet en las islas, que seguía en Buenos Aires reclamando una indemnización por los daños sufridos en el ataque de la Lexington en 1832. No nos detendremos en el análisis de este acontecimiento, documentada y exhaustivamente estudiado por Mario Tesler en ‘El gaucho Antonio RIVERO, La mentira en la historiografía académica’. A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1971, ya varias veces citado, para seguir con nuestro personaje.

La polémica entablada con el representante norteamericano, como consecuencia de la destrucción de su establecimiento, “obligaba a Vernet permanecer en Buenos Aires. Desde luego, su preocupación se limitaba a esperar el resultado de la discusión. De ello dependía la indemnización anhelada. Decidió entonces designar un sustituto para para que se hiciera cargo de la administración de sus propiedades”. El 7 de julio de 1834 Vernet se dirige “al teniente de la marina británica Henry Smith, que había sido enviado para poner orden y apresar a Rivero y sus hombres, solicitándole se haga cargo de sus propiedades en la isla”. La Corona no se lo permitió mientras no se completara el reconocimiento de los bienes o el pago de los mismos. Encomendó entonces a su hijo el cuidado de los bienes de Vernet. Cinco días antes había enviado una carta a los gauchos que aún quedaban en el establecimiento recomendándoles guardar “la mejor amistad con los ingleses y [que] respeten a la oficialidad, y pueden estar seguros que no les han de hacer ninguna injusticia”.

Restablecido el orden, al año siguiente se creó la Falkland Island Association para la comercialización de las riquezas del archipiélago. Cuando Vernet tuvo conocimiento de esta iniciativa y temiendo que sus intereses pudieran verse afectados por su condición de ex gobernador de las islas en nombre del Gobierno Argentino, se dirige en nota reservada a Woodbine Parish del 23 de julio de 1834, para revelarle que los verdaderos propósitos que tuvo al aceptar el cargo habían sido simplemente por asegurar sus concesiones: “Mi propósito principal es mi propio interés personal basado en la prosperidad general de los establecimientos en las islas Falkland. Quiero decir esto: que si gran Bretaña mantiene la posesión de las Falkland, peticionaré para una confirmación de las concesiones que poseo de este gobierno [el argentino], ofreciendo contribuir en todas las medidas de mis posibilidades al inmediato buen éxito de nuevos establecimientos, puesto que su buen éxito tenderá a acrecentar el valor de las tierras, y mi propio interés como terrateniente se verá beneficiado”.

[…] “Mi actividad fue puramente mercantil desde el principio, mi debilidad [falta de recursos] me obligó a unirme a algún poder para obtener protección. […] Hasta que en 1829 obtuve la designación oficial de gobernador; designación que por supuesto admití con adversión, y me vi llevado a hacerlo meramente por el temor de que algunos funcionarios criollos fueran designados para el cargo, y cuyo ejercicio de gobierno podría llegar a ser muy perjudiciales [sic] para mis intereses privados”.

Fragmento del libro “Los indígenas de la Patagonia”, de Clemente Dunrauf

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