martes, 18 de noviembre de 2025
Operativo Condor, 18 jóvenes secuestraron un avión para izar la bandera argentina en las Islas Malvinas

Hacia 1966, la opinión se dividía entre palomas y halcones con respecto al futuro de las islas Malvinas. El gobierno había emprendido un camino de moderación, que utilizaba todos los recursos disponibles en el largo plazo y exigía un esfuerzo de diplomacia y de superación. La actitud beligerante que floreció en 1982 se anticipó en dos episodios que sorprendieron a la opinión nacional y seguramente atemorizaron a los isleños. Un primer hecho fue el aterrizaje en 1964 del piloto Miguel Fitzgerald, argentino de origen irlandés, que no tuvo mayores consecuencias.

Distinta fue la reacción cuando, el 28 de septiembre de 1966, un segundo aterrizaje en las islas contribuyó a enrarecer el clima amistoso de comienzos de año y anticipó las señales de guerra de los años venideros y en líneas generales la radicalización de la política argentina.

El 28 de septiembre de 1966, un grupo de 18 argentinos, los Comandos Cóndor”, entró en acción. Secuestraron y desviaron un avión de Aerolíneas Argentinas que hacía el vuelo regular Buenos Aires-Río Gallegos. Forzaron el aterrizaje en Puerto Stanley, a falta de aeropuerto, en una pista de carreras. En la aeronave viajaba el gobernador del entonces territorio nacional de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur, contralmirante José María Guzmán y el director de Crónica, Héctor García.

En pleno vuelo, los comandos ordenaron al piloto dirigirse a la capital de Malvinas. La aeronave aterrizó en una pista de carreras cuadreras, a falta de algo mejor. Los comandos distribuyeron folletos en inglés y español, plantaron banderas y bautisaron Puerto Rivero a Puerto Stanley. Mientras acudían fuerzas policiales y curiosos, María Cristina Verrier y Dardo Cabo, jefes del operativo, se dirigieron a la casa del gobernador, lo invitaron reconocer la soberanía argentina y ante el esperable rechazo, volvieron al aparato, constituido en búnker.

“Un avión argentino aterrizó esta mañana en las Malvinas”, tituló La Razón la noticia, “Secuestran un avión en vuelo y ocupan las islas Malvinas. La celeste y blanca flameando en las islas, fue el epígrafe de la foto publicada en el diario Crónica. El gobierno calificó al grupo de faccioso, negó toda relación con el incidente y aseguró que llevaría a sus responsables a la justicia. El contralmirante Guzmán, que se alojó en la casa del gobernador inglés, donde fue correctamente atendido, en todo momento mostró distancia con sus audaces compatriotas. En la Argentina, la opinión pública simpatizó con los jóvenes, calificados de románticos y de nacionalistas. Ellos bautizaron Puerto Rivero a Stanley, en clara alusión a las lecturas de historiadores revisionistas que magnificaron la figura del “gauche malo” Rivero, como símbolo de las luchas antiimperialistas.

En Stanley se vivieron cuarenta y ocho horas vertiginosas hasta que el Bahía Buen Suceso, venido del continente, rescató en primer lugar a los miembros del Comando, y al día siguiente a los pasajeros y autoridades secuestradas, ya que el avión había quedado atrapado en la turba del difícil suelo malvinense.

Dardo Cabo y Cristina Verrier lideraron al grupo Cóndor (Crédito: Héctor Ricardo García)

Según la revista Así, la Operación Cóndor fue dirigida por una pareja, Dardo Cabo y María Cristina Verrier. Dardo (25 años) meses antes se había desempeñado como guardaespaldas de Isabel Perón en su visita al país; era hijo de Armando Cabo dirigente metalúrgico del riñón de Vandor. Lo secundó Alejandro Giovenco, joven activista nacionalista. Los demás integrantes del grupo eran empleados, estudiantes y obreros que se autodefinieron: “cristianos, argentinos y jóvenes, pertenecientes a militancias políticas distintas”, si bien predominaba la ideología nacional peronista.

Con respecto a la autora de la iniciativa, María Cristina Verrier (27 años), hija de un jurista, exfuncionario de la Libertadora, y del gobierno de Frondizi: rubia, bonita, paqueta, divorciada y muy activa en las crónicas sociales de la época, había estrenado ese invierno una obra suya, Naranjas amargas para mamá, que abordaba un tema político de rigurosa actualidad, en el diálogo entre un político radical del pueblo y un militar golpista (el tema es bueno, el tratamiento no, observó Criterio).

Era difícil calificar a Verrier. Correspondía decirle “¿señora o señorita?”, una pregunta habitual en esos tiempos. Ella se había casado en Montevideo (en la Argentina no había divorcio, en el Uruguay sí), tenía una hija de un primer matrimonio, estaba de novia con Cabo; otro novio la reclamaba. Su padre, César Verrier, la defendió en tribunales, por los que pasó raudamente.

Un notable rasgo de época era la importancia de la Iglesia católica de las islas. El comando joven se reconoce católico, se rinde ante el párroco del templo católico, un sacerdote de origen holandés, quien todo lo negocia con la autoridad local. Muy condescendiente y atento, logró que los alimentaran, los alojaran y les dieran dinero para gastos menores.

La financiación del operativo se atribuyó a Vandor, con dinero de los metalúrgicos, La publicidad se la dio Héctor García, quien dijo que viajó advertido de que habría novedades. Es probable que también financiara a los comandos.

El golpe de mano, se supo después, estaba previsto para noviembre, pero se adelantó a septiembre porque el príncipe Philip, esposo de la reina Isabel II del Reino Unido, llegaba al país para actividades privadas. La consecuencia del incidente fue el aumento del contingente de Royal Marines de las islas, de media docena de soldados a un pelotón.

 

Fragmento del libro “1966, de Illia a Onganía”, María Sáez Quesada

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