Cristina Fernández es hoy la principal opositora externa a Javier Milei. Victoria Villarruel es su principal oposición interna. La primera a través de cartas públicas y la segunda por medio de una cantidad apabullante de gestos diferenciales, no sólo critican al presidente, sino que hoy buscan competir por él en la batalla por ganar la opinión pública. Y mañana, quizá, competir por el poder.
En el pasado mes de marzo, la vicepresidenta Victoria Villarruel llamó “pobre jamoncito” al presidente Javier Milei. Como había tenido un entredicho con Karina, la hermana de Milei, la vice trató de calmar las aguas diciendo que se trataba de dos mujeres fuertes bastante parecidas y que “las dos queremos lo mejor para Javier”. Cerrando con esta frase: “Y en el medio está Javier…¡pobre jamoncito!”. Ellas eran los panes y él era el jamón del sandwich.
Hoy nuevamente el primer mandatario vuelve a ser el jamoncito entre dos mujeres fuertes, pero esta vez ninguna de las dos parece querer lo mejor para él, sino todo lo contrario. Uno de los panes es la misma del debate anterior, Victoria Villarruel, la vicepresidenta actual. Pero el otro pan es Cristina Fernández, la vicepresidenta del calamitoso gobierno anterior y que antes fuera dos veces presidenta.
Era dudoso ya en marzo que Milei creyera que Villarruel quería lo mejor para él, pero hoy es completamente seguro que ya no lo cree. La vice es hoy su oposición interna, y Cristina es su oposición externa. Las dos mujeres, a su modo y con objetivos distintos (distintos solo en parte, porque en ambos casos lo central es la lucha por la sucesión del poder) están logrando lo que tantos intentaron en estos diez meses y no pudieron ni por asomo: mostrarse como alternativas a ese dominio frenético con que el anarcolibertario -a través de una hiperactividad extraordinaria- maneja la opinión pública casi monopólicamente. Las dos están compitiendo por ocupar hoy también parte de ese mismo espacio. Lo que el destino depare para las mismas, quizá ni ellas mismas lo sepan.
Lo de Cristina y Milei es claro por ambos lados
Milei la quiere enfrente porque al ocupar ella todo el espacio de la oposición impide que cualquier opción convincente crezca. Y Milei cree, como Macri creyó cuando era presidente, que Cristina es la oponente ideal porque no tiene chances. A Mauricio con esa estrategia le fue pésimo porque durante toda su gestión le ganó todas las batallas en la opinión pública debido al desprestigio de Cristina, pero al final, con un pase mágico, ella le ganó la guerra impidiéndole la reelección cantada, creando de la nada a un candidato títere pero a la vez logrando que el electorado creyera que no era un títere. Una jugada de ajedrez genial de una política que se suponía en decadencia terminal. Ahora también se supone eso, por ende es conveniente contar lo que pasó hace pocos años atrás. Nunca está muerto quien pelea.
Cristina, por su lado, lo quiere enfrente a Milei para librar su batalla interna a fin de seguir conduciendo a la oposición mayoritaria frente al desafío que le propone el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof. El trofeo no es de oro, sino de lata: la presidencia del Partido Justicialista nacional, algo que en Buenos Aires funciona en un edificio lleno de telarañas porque nadie va al partido nunca. Pero si la que pelea esa nadería es Cristina, el barro puede volverse oro. Ella sabe que difícilmente volverá a ser presidenta, pero al que sea quiere ponerlo ella. Y al actual quiere voltearlo ella. Como hizo con Macri. Y polemizar con el político hoy más poderoso del país le suma puntos. Y quizá tanta exposición pública la proteja también de ir en cana.
La pelea es epistolar y tiene ciertos códigos. Salvo la estupidez que Milei dijo de querer clavar el último clavo del cajón peronista con Cristina adentro (tan estúpida fue la ofensiva frase que, como hace pocas veces -casi nunca- el anarcolibertario -a su modo- se retractó diciendo que era una metáfora) el debate ha sido bastante duro y agresivo pero civilizado. Ambos quieren seguir peleando entre sí porque sienten que se necesitan mutuamente, uno para que ninguna alternativa creíble le dispute su poder frente a la opinión pública, la otra para que nadie le dispute su poder dentro del peronismo. Por eso más que insultarse, se chicanean.
Milei básicamente la acusa de ser la principal responsable de veinte años de decadencia y de la implosión que ocurrió a fines de 2023. Ella, indignada, niega absolutamente culpa alguna en el gobierno de Alberto Fernández. Sino preguntale a tu vicepresidenta si te puede ganar la pelea a vós, que sós el que tenés la lapicera, como la tenía Alberto, afirma la dama. Y aquí ella, como vicepresidenta de Alberto se compara con la vicepresidente de Milei. Hay que tener cara para hacer esa comparación, como hay que tener aún la cara más dura para negar que ella es mil o un millón de veces más responsable del gobierno anterior que Alberto Fernández, un inútil manejado a control remoto que ni siquiera hoy debe entender lo que le pasó.
En la última carta, Cristina acusa a Milei de ser un chirolita, un descartable a futuro de los verdaderos dueños del poder, vale decir, los empresarios que pueden acceder al RIGI, y de Mauricio Macri que lo estaría manejando a control remoto como ella manejó a Alberto Fernández. En las próximas cartas veremos que le responde el presidente. Pero el culebrón continúa.
Lo de Victoria y Milei se está poniendo cada vez más claro.
En lo que hace a Victoria Villarruel, el enfrentamiento parece ser sin retorno. Al menos a Milei se lo nota muy pero muy enojado, sobre todo porque no la puede echar. Si estuviera a tiro de decreto la Vicky no duraba ni un segundo más. Pero a ella eso parece no importarle: desde el primer día que asumió buscó todas las formas elegantes de diferenciarse de Milei. O sea, ponerse en las antípodas del presidente, porque cuando éste pelea (salvo con Cristina) insulta de los modos más vulgares y soeces posibles, mientras que la vicepresidenta siempre hace todo con los mejores modales. Como cuando se presentó con la mantilla de su abuelita en la cabeza, ante el Papa Francisco.
En su viaje a Europa se fotografió con el rey de España que no quiso recibir a Milei cuando éste viajó a ese país. Fue tratada de maravillas por un Papa que pocos días atrás -junto a Juan Grabois-, había lanzado varias de las críticas más virulentas contra Milei. Y el broche de oro fue la operación de intentar convertir a Isabelita Perón en un prócer de la patria, visitándola e inaugurando un busto de ella en vida. Es evidente por ésta, y por casi todas sus actitudes (como aquella de acusar a Francia de colonialista justo cuando Milei viajaba a reunirse con Macron), que Villarruel no busca necesariamente pelearse con el presidente sino diferenciarse en todo lo posible de él, ofreciéndose como un alternativa a futuro más racional y criteriosa en el caso de que el país se canse de tantos insultos presidenciales y siga virando hacia la derecha. Porque ideológicamente el anarcolibertario parece de izquierda comparado con la Vicky. Claro que, a su favor, ella cree en una política de consensos y de buenos modales, mientras que él ya no sabe con quien más pelear y cómo hacerlo del modo más disruptivo posible (a modo de ejemplo, por estos días anheló enterrar a todos los peronistas en un cajón, ordenó adoctrinar a los embajadores de carrera, insultó al periodista Bonelli y lanzó la guerra contra Tapia).
En fin, lo cierto es que así como en marzo el “pobre jamoncito” se encontró en el medio de dos mujeres -Karina y la Vicky- que decían querer lo mejor para él y protegerlo, hoy todo indicaría que tanto la Vicky como Cristina tienen intenciones menos bondadosas y protectoras para con el presidente. Por más que ambas, cada una a su estilo, le manden saludos por su cumpleaños.
Por Carlos Salvador La Rosa, para Los Andes. El autor es sociólogo y periodista.