domingo, 13 de julio de 2025
El padre Alberto De Agostini en compañía de un indio Ona

Un caso de singulares méritos es el del padre Alberto María De Agostini. Había nacido en Pollone (Piamonte), el 2 de noviembre de 1883, cerca de Biella, cuna del alpinismo italiano. Ordenado sacerdote en 1909, a los 26 años de edad, parte inmediatamente como misionero hacia la zona más austral e inhóspita de América del Sur: Tierra del Fuego, lugar en el cual encontrará el escenario adecuado para satisfacer sus inquietudes sacerdotales entre los indígenas y también su afán exploratorio y pasión por la montaña.

De Agostini realiza una de las más completas obras misioneras, pues no descuidó ningún aspecto de la vida; junto con su acción específicamente apostólica, fue también antropólogo, etnógrafo, geólogo, explorador, fotógrafo y escritor, dejando un material de inestimable valor. Cuando llegó a Punta Arenas en 1910 encontró a sus hermanos de Congregación empeñados en un supremo esfuerzo por salvar a los últimos indios fueguinos de su acentuada declinación y previsible extinción, como consecuencia de la ocupación de las tierras por pobladores de origen europeo.

Los Salesianos, bajo la conducción de Mons. José Fagnano, hicieron lo imposible para salvar a los aborígenes y su cultura, agrupándolos en las residencias misioneras con el fin de prepararlos para su integración progresiva al nuevo orden que se había impuesto.

De Agostini toma parte activa en esa lucha. En sus escritos hay abundantes referencias a estudios etnográficos y consideraciones sobre la situación de las tribus indígenas. Ha dejado precisas anotaciones sobre las características antropomórficas de los diversos grupos autóctonos, sobre sus costumbres y tradiciones, ceremonias religiosas y vida social. La importancia de este aspecto de su obra se acrecienta desde que es una realidad hoy desaparecida.

No oculta la congoja que le causaba la situación en que se encontraban los indígenas. Por un lado la caridad y su deber misionero le imponían proteger y cuidar a los indígenas al mismo tiempo que debía favorecer su Integración, de la manera menos traumática posible, a las nuevas condiciones sociales, ya imposible de ser detenidas; por otro, la impotencia en que se encontraba para impedir los abusos y detener los desequilibrios que en el hábitat natural de los indios iba produciendo la acción del hombre. “En este triste y rápido declinar de la raza fueguina -escribe- les correspondió a los misioneros salesianos la noble tarea de defender al indígena contra el blanco; al débil contra el pionero audaz e inteligente, ávido de lucro, al cual sonreía una fácil e inmensa fortuna en la conquista de esas tierras, hasta entonces dominio absoluto de los onas”.

En ese ambiente, y teniendo como base la ciudad de Punta Arenas, De Agostini inicia sus exploraciones, que se extenderán por toda la Tierra del Fuego y la Patagonia. Fue el primero en escalar el monte Olivia, en cuya cumbre dejó izada la bandera argentina el 1° de marzo de 1913. Así describirá luego esta hazaña: “Hemos llegado a la tan suspirada meta; hemos hollado con nuestras plantas aquellas vírgenes excelsitudes… y con el corazón henchido de alegría elevamos un himno a Dios, que nos ha tenido de la mano; enviamos un caluroso saludo a nuestra querida y lejana patria Italia y a la noble nación Argentina, cuya bandera ondeará dentro de pocos instantes sobre aquel audaz pico. Pónense inmediatamente los guías en busca de piedras para formar sólido pedestal al asta de la bandera, la que flamea airosamente al cabo de media hora de trabajo… Con grande complacencia contempló toda la población [de Ushuaia] aquella magnífica tarde y los días siguientes, el pabellón argentino que ondeaba sobre la cúspide del monte Olivia, creída hasta entonces inaccesible”.

Sus exploraciones y ascensiones fueron numerosas y abarcaron todos los Andes patagónicos. En todas ellas llevaba siempre un excelente equipo fotográfico, dejando documentadas gráficamente las regiones ex- ploradas, con fotografías de insuperable calidad. Por eso la obra exploratoria de De Agostini es de las más importantes en la historia de las exploraciones patagónicas.

A partir de 1930 inicia una serie de exploraciones en la zona del lago Argentino y sus glaciares. “Numerosos son los viajes que realicé por este lago maravilloso -escribe- para escudriñar sus más recónditas bellezas y para conocer su interna estructura orográfica. El más importante lo efectué en el verano 1930-1931, en compañía del doctor Egidio Feruglio, geólogo en aquel tiempo de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Comodoro Rivadavia”.

Publicó 22 libros entre los años 1924 y 1960, algunos en italiano y otros en castellano. Los más conocidos son: Mis viajes a la Tierra del Fuego, aparecido en 1924; Andes Patagónicos – Viajes de Exploración en la Cordillera Patagónica Austral de 1945; Treinta Años en la Tierra del Fuego publicado en 1955; Esfinges de Hielo de 1958. Además de sus libros, escribió muchísimos artículos y ensayos en diarios y revistas especializadas de Italia, Argentina y Chile.

En todos sus escritos, la parte geográfica y la de las ciencias naturales ocupan lugar preferencial y constituyen una importante contribución a la difusión del conocimiento de las regiones que recorrió. Sobre su libro Mis Viajes a la Tierra del Fuego, Ernesto Reguera Sierra -jefe de la biblioteca del Instituto Geográfico Militar- manifestó que era “la mejor geografía de esa inmensa comarca, pues está escrita por quien la hizo en la práctica, directamente en los escenarios que relata, y con criterio cabal. Su información es exhaustiva; se extiende a la flora, a la fauna y, muy especialmente, a la etnografía, mostrando viva simpatía por los indígenas, señalando las crueles persecuciones de que fueron víctimas por los blancos, entre fines del siglo pasado y principios del actual, lo que indica la profunda vocación sacerdotal de su autor, que busca la dulcificación del género humano, haciendo mérito a la gloriosa tradición de los salesianos en las tierras meridionales sudamericanas… Completan esta publicación datos históricos, numerosas y espléndidas fotografías y un estupendo mapa, que ha sido muy aprovechado por los buenos cartógrafos en sus compilaciones, por la seriedad de sus representaciones”.

De Agostini era un hombre abierto al progreso y así como se había valido de la técnica fotográfica para documentar sus descubrimientos, no desdeñó el uso de ninguna posibilidad que ofrecía el progreso. A su voluminoso trabajo fotográfico agregó dos filmaciones: Tierras Magallánicas y Tierra del Fuego, difundidas tanto en Europa como en América.

En 1933 el padre De Agostini fue distinguido por la Real Academia de Ciencias de Roma con el premio BRESSA por su destacada labor científica en la región patagónica. Es el mismo premio con que fueron honrados Darwin, Pasteur, el Duque de los Abruzos, Hertz, Schiaparelli y otros. El presidente de la Academia, al hacer la entrega del premio, destacó que “los méritos científicos que posee son de tal naturaleza, que lo hacen un autor digno de ser colocado entre los más insignes exploradores de nuestros tiempos”.

Sus últimos años los pasó en Italia, donde murió el 25 de diciembre de 1960, en la Casa Matriz de los Salesianos en Turín. Dedicó 45 años al estudio de nuestro Sur en sus partes menos conocidas entonces; “honró a nuestra enseña nacional, haciéndola flamear soberana en nuestras cumbres bravías… El que contribuye a hacer la geografía de un país, develando sus lugares ignotos, colabora, en cierto modo, a hacer ese país, y a De Agostini le cabe este honor” (Ernesto Reguera Sierra)

Fragmento del libro “Patagonia, tierra de hombres”, de Clemente Dumrauf

 

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