Actualmente asociada a las ballenas, la Península Valdés recibió su nombre en homenaje al entonces ministro de Marina de España, Don Antonio Valdés, quien apoyó el viaje expedicionario que realizara Antonio Malaspina entre 1789 y 1794. Quién podría imaginar qué imagen recibieron de estos lugares aquellos avezados hombres, hacia fines del siglo XVIII. Lo que hoy es uno de los más grandes atractivos turísticos de la Patagonia, era recorrida por navegantes oficiando de investigadores, que sentaron las bases para importantes estudios posteriores. Así es como una expedición, al mando de Juan de la Piedra llega a las costas del Golfo San José en playa Villarino, el 7 de enero de 1779 dando origen al Fuerte San José. Juan de la Piedra no era un debutante en estas latitudes. Había sido superintendente en las Islas Malvinas entre 1772 y 1776. Uno de los miembros de su tripulación, el piloto Basilio Villarino fue el descubridor de uno de los lugares que tendrían más importancia socioeconómica en la Península: Salina Grande. Se encuentra en el centro de la Península, y es una de las depresiones más grandes del mundo, situada 42 metros bajo el nivel del mar. Su superficie es de 35 kilómetros cuadrados. En las inmediaciones el mismo expedicionario halló varios manantiales de agua potable, aún en uso, y que se llamaron Fuentes de Villarino. El año 1882 marca un hito especial en nuestra historia más reciente. No fueron los primeros habitantes de estas tierras los que llegaron, pero fueron los que se quedaron. Aquél año, Don Gumersindo Paz se traslada desde Patagones, con su familia, algunas ovejas y 36 yeguas. Posteriormente, llegarían Alejandro Ferro; Ernesto Piaggio; Miguel Iriarte; Juan Pedro Bordenave; Antonio Muano; los Hnos. Peirano; Fracaso; Emilio Aidar, entre otros. La Península adquirió auge, precisamente a partir de estas intrépidas familias, que se abocaron con ahínco a la cría de lanares, la explotación de las salinas y otras actividades. Dejaron una vida, mu- chas vidas. Allí curtieron las manos y poblaron el rostro de arrugas. Hoy hay que caminar, desde la salina grande, más de media legua entre el monte para encontrar el rastro. Las dulces flores amarillas del quilimbay rodean unas pocas tumbas. 1905, 1909…La tierra conserva el recuerdo, mientras sol tras sol, viento tras viento pulen las antiguas maderas cinceladas con cariño. Alguna cruz torcida recuerda un nombre casi borrado. No importa quienes. Fueron héroes de nuestra historia Chubutense. El tiempo ha pasado dejando, como siempre, un saldo gigante de injustos olvidos.
Texto de “Puerto Madryn. Vuelo hacia el recuerdo” – Hugo Antonio Albaini

