Nació el 24 de Febrero de 1869 en la comuna de Biriatou, cantón de St. Jean de Luz, Bajos Pirineos, Francia. Hijo de Sebastián Olazábal (español) y de Ramona Behobide (española). Falleció el 12 de Marzo de 1929 en Puerto Madryn (Territorio del Chubut) Argentina.
“La vida brutal e inaccesible para los desheredados de la fortuna suele tornarse salvaje y sanguinaria, cuando uno de esos hombres tallados en roble y poseedores de una voluntad forjada en puro acero, se lanza a su conquista desafiando, con una temeridad poco común, todos los peligros que se oponen al avance de su paso triunfador”.
La cita de la publicación argentina “Golfo Nuevo”, fechada a principios del siglo XX, introduce de forma textual la historia del vasco Félix Olazábal, quien fuera el primer poblador de Puerto Pirámides, famosa hoy en el mundo entero por la atracción turística de las ballenas pero que esconde toda una aventura desconocida, aguijoneada de dificultades pero que a fuerza de tesón labró con enorme sudor el futuro de toda una región centralizada en la antigua comuna rural de Puerto Pirámides, hoy elevada al grado de municipio.
Euskaldun de la localidad labortana de Biriatou, Félix Olazábal embaló su niñez y adolescencia para dejar Euskalherria, la huerta familiar y el río Bidasoa, que fue su escuela de natación para después servir como socorrista en la cercana Biarritz y, acuciado por la escasez de su tiempo, se lanzó a la aventura de hacer las Américas. Su padre, agricultor, le tuvo que firmar un permiso para poder salir de Europa, con la huella dactilar como rúbrica analfabeta, acompañada de la firma de un testigo, para el destino incierto de su hijo.
El vasco Olazábal llegó a la localidad bonaerense de Tandil, donde se puso al servicio del acaudalado hacendado Ramón Santamarina. Tras un tiempo de sacrificio, cobró su esfuerzo en un caballo y ochocientas ovejas con las que se dirigió a un nuevo destino: la zona agreste у despoblada de Península Valdés.
En 1897, cuando ésta era una región no hollada por el pie del poblador, si bien los pueblos nómades tehuelches habían visitado la zona de manera transitoria, el vasco Olazábal se radicó junto a una playa del Golfo Nuevo, habitando una cueva natural que él mismo acomodó, al pie de un cerro al que más tarde los marinos argentinos dieron su nombre – Cerro Olazábal– tomando ejemplo de la cartografía inglesa.
Fueron años de soledades expuestas a un clima inclemente y una orografía desagradecida que sólo ofrecía ausencia de víveres, agua y provisiones… pero el vasco Olazábal no se amilanó y continuo peleando por hacerse un hueco digno en lugar tan inhóspito. Su cabaña de ovejas se multiplicó, mejoró sus precarias instalaciones acomodaticias y hasta construyó un ingenioso sistema de riego para bañar sus animales con agua de mar.
El destino quiso que salvara por tres veces su vida, primero tras quedar enterrado con tan sólo la cabeza libre en un desmoronamiento de tierra; la segunda, cuando en una travesía sufrió el delirio de la fiebre de la sed y a punto de morir lo salvó su perro, el cual encontró agua (a partir de entonces todos sus perros se fueron llamando igual que aquel) y en una tercera ocasión casi muere al ingerir accidentalmente una sustancia venenosa.
Sin embargo, los obstáculos tomaron nueva forma cuando el noble italiano Emilio Ferro, habitante de Buenos Aires donde se regulaba todo el sistema de propiedades, compró la tierra que ocupaba el vasco Olazábal, lejano de ese centro gestor en una distancia de 1500 kilómetros, con la intención de explotar las salinas, dado el alto valor de la sal en Europa en ese tiempo.
Con nueve años en el lugar, el primer poblador de Puerto Pirámides había tenido tiempo de aumentar su cabaña de 800 a 14.000 cabezas. Pero ante la situación adversa, decidió vender buena parte de su rebaño para tener dinero con un apreciado vergel donde no faltaban uvas, manzanas, duraznos, membrillos, verduras, bosques de eucaliptos… y hasta un refrescante estanque de 110 metros de circunferencia y dos metros de profundidad -surtido por tres molinos de cuarenta metros de profundidad construidos con sus propias manos- donde se almacenaban millón y medio de litros de agua, que balanceaban un bote para esparcimiento de niños y mayores.
Después de enviudar, siendo padre de dos hijos, Félix y Sebastián, el vasco Olazábal se casó en segundas nupcias con Josefa Ignacia Betelu en Puerto Pirámides el 02 de Septiembre de 1910, de ésta unión nacieron ocho hijos: Josefa, Martín, Alberto, Manuel, Felisa, Mercedes, Elena y Justo. Texto de María Elena Sar. “Como tenía una huerta grande, cada hijo tenía una tarea asignada: cuidar las ovejas, ordeñar las vacas, elaborar los embutidos…Tenía sincronizado todo un movimiento de granja como ocurría en Europa que aquí no se conocía”, narra su nieto Guillermo, quien guarda cartas de hermanos de su abuelo al que, tras visitar en la Península, le llamaban “loco” por hacer lo que hacía en un lugar semidesértico donde con el tiempo llegó a poseer siete leguas de propiedad, 20.000 lanares, 500 vacunos, 150 yeguarizos en una tierra carente de pasto natural abundante y otras propiedades en el cercano Puerto Madryn. Guillermo Olazábal, hijo de un gallego casado con una de las hijas de Olazábal y nieto del primer poblador de Puerto Pirámides, rescata recuerdos de su madre sobre el vasco Olazábal, la cual contaba “que era locura de él esperar una visita para emborracharlo con el vino, la sidra o la grapa que él mismo elaboraba con un alambique de 1728. También contaba mi madre que al abuelo le gustaba mucho cantar”.
En ese pasaje de la vida a la muerte de todo un personaje histórico inmerecidamente desconocido, Guillermo subraya sobre su abuelo: “Yo pienso que él se debió morir de angustia al ver venir la arena y saber que la dirección de los médanos vivos marcaba hacia su casa. El no lo vio, porque falleció antes, pero sus hijos hicieron lo imposible para desviar las dunas con máquinas y forestación, pero no lo lograron. Pasó todo por encima de “Bella Vista”. Árboles de15 metros quedaron sepultados y sólo se veía la copa de uno de ellos. La familia tuvo que cambiar la casa de lugar”, apunta.
Los Olazábal siguen habitando hoy día Península Valdés, ocupando y poblando de ovejas algunas de sus 400.000 hectáreas. De sus 10 hijos, hoy sólo queda de éste esforzado colonizador el vástago menor: Justo Olazábal y también una numerosa descendencia de nietos, bisnietos y tataranietos.
Fuente: El Diario de Madryn, suplemento “Quiere que le cuente”, marzo 2004

