jueves, 10 de octubre de 2024
Lucinio Diez

La Voz de Chubut trae un crimen que escandalizó a Rawson. El asesinato de Lucinio Diez, el lechero del pueblo, un prestamista que solía pasar las noches en el Hotel París, sigue siendo hoy un misterio después de 67 años.

El expediente del caso fue quemado en la Justicia tras haber sido archivado.

PUENTE LAMARQUE

El Diario Jornada informa sobre la desaparición de Lucinio Diez. Ya se sospechaba de un posible crimen

El automóvil de Lucinio Diez, 50 años, lechero de Rawson, apareció abandonado una mañana de noviembre de 1957, a la altura del Puente Lamarque, cerca de su chacra a la altura de Canal 7. A pocos metros, había quedado tirada la billetera con 40 pesos.

Los familiares, al advertir que no había llegado a casa esa noche, fueron al pueblo a buscarlo. Lucinio solía quedarse en el bar Roselli o en el Hotel París hasta tarde; alguna que otra vez se había quedado a dormir allí.

Lucinio, Elcira, la hermana, y Santiago, el hermano, eran hijos de inmigrantes españoles que se habían afincado en el Valle del Río Chubut a finales del Siglo XIX en busca de prosperidad.

En aquellos años, Rawson, flamante capital de Chubut, era un pueblo de poco más de cinco mil habitantes donde todos se conocían.

La  apacible vida del pueblo transcurría entre el cine y bar Roselli, los almacenes de La Anónima y Laborde, la tienda de Amado y la librería y cigarrería Lodeiro.

Lucinio, con su boina de vasco negra y sus bombachas de grafa, entraba y salía de las casas con su tarro y su jarrón de leche como si fuera uno más. El hombre, con la libretita en el bolsillo, le fiaba a las familias que no podían pagarle.

Luciño, gracias a su tambo, se había ganado con justicia una posición que le permitía prestarle dinero a los comerciantes. En las tertulias del Hotel París se codeaba con gente que podía darse ciertos lujos que otros no podían alcanzar.

Lucinio era uno de los pocos en el pueblo que tenía auto. Por eso nadie dudó que le había pasado algo malo cuando reconocieron el coche abandonado cerca de su chacra. “Ha desaparecido un vecino de Rawson; témese en un crimen”, tituló Jornada.

“El auto fue hallado en inmediaciones de su chacra. Si esto es cierto se estaría ante la presencia de un crimen. Diez pudo ser asaltado y quizá asesinado por los malechores que habrían arrojado su cadáver al río u ocultando el mismo en otro sitio”.

INFIERNO GRANDE

Los investigadores decían que Lucinio estaba desaparecido pero en el fondo sabían que estaba muerto (o creían saberlo). Lo buscaban en las márgenes del Río Chubut pensando que los delincuentes habrían descartado el cuerpo.

Lucinio iba a de la chacra al hotel París o al bar de Roselli; solía andar con el dinero que había cobrado de las reparticiones públicas. La lógica indicaba que alguien lo habría asaltado a la madrugada cuando regresaba a su chacra.

“Una versión aseguraba que el lechero había hecho efectivo en reparticiones de Rawson a las que abastece de leche de su tambo, de una suma que oscilaría entre 10 mil y 15 mil pesos”, decía el diario.

El Rawson y Trelew –empleados públicos que iban a la capital- todos hablaban de la desaparición de Lucinio Diez. A falta de respuestas, en la medida en que el cuerpo no aparecía, empezaban a circular versiones sobre la vida secreta del lechero.

“La policía y los vecinos continuaron hurgando en todos los sitios en que pueden prestarse para la supuesta ocultación de su cuerpo, efectuándose revisación en pozos de la vecindad en los que se presumía podía haber sido arrojado”, decía Jornada.

Los crímenes en Rawson, un infierno grande, no llegaban demasiado lejos. La Policía se había ganado una reputación resolviendo casos en poco tiempo. Los vecinos confiaban en que, tarde o temprano, caerían los culpables.

HOTEL PARÍS

Lucinio Diez se había

ido del Hotel Paris después de la medianoche; había estado jugando al paso inglés con otros apostadores.

El hombre se había marchado rumbo a su chacra pero no había llegado.  “Se sabe que el interior del vehículo no presenta rastros de sangre ni de que haya luchado”, decían las crónicas del época.

Pasaban los días y la angustia empezaba a hacer efecto en los que habían visto o creían haber visto algo.

Jesús Valles, el otro lechero, ocupaba el lugar que había dejado Lucinio; cada vez que llegaba el hombre con el tambo y el jarrón, les recordaba al desaparecido como si fuera un fantasma.

Los vecinos, culpables sin serlo, salían a buscar a Lucinio en las márgenes del río Chubut buscando un cuerpo que les trajera algo de paz.

En medio de la presión popular, algunos que antes habían callado empezaron a hablar. Esto complicó aún más las cosas. Ya no sé sabía qué era mentira y qué era verdad.

Un guardia cárcel declaró que vio un auto seguir a Lucinio cuando regresaba para la chacra, que quedaba a la salida de Rawson donde hoy está la ruta 7.

Otro testigo de identidad reservada, reveló que había visto el auto en la puerta de la casa de un médico de Rawson.

Una señora que vivía en la calle Pedro Martínez, aseguró que había visto movimientos extraños en la casa de un vecino muy conocido.

UN CUERPO FLOTANDO

El 25 de noviembre de 1957, Diario Jornada informa: “El cuerpo de la informada victima fue encontrado en las cercanías del muelle de los pescadores flotando sobre las aguas”

Después de diez días de búsqueda, a finales de noviembre, encontraron el cuerpo de Lucinio Diez flotando en el río Chubut, cerca del muelle de los pescadores, con las piernas y la cabeza enterradas en el barro.

“El cuerpo de la infortunada víctima fue encontrado en las cercanías del muelle de los pescadores, flotando sobre las aguas, las piernas y la cabeza enterrada en el barro” , informó Jornada.

El hallazgo del cadáver de Lucinio Diez, por parte de unos pescadores, hizo que las cosas se precipitaran. La Policía hasta ese momento había preservado el nombre de los sospechosos, que pertenecían a un par de familias conocidas de Rawson.

Las sospechas estaban orientadas al Hotel París donde Lucinio Diez hacía sus apuestas y prestaba dinero. “Se sabe que se viene guardando discreta vigilancia sobre los movimientos de ciertas personas que se tienen por sospechosas, de manera de impedir su huída ante la inminencia de ser descubiertas”, decían los diarios.

El cadáver de Lucinio fue trasladado en ambulancia al Hospital de Rawson para hacerle la autopsia. Los investigadores, bajo la atenta mirada de los pobladores, avanzaron con las detenciones.

“Se sabe que alcanza a cinco el número de personas detenidas en averiguación, aunque la Policía no ha informado nada al respecto por razones lógicas. Entre ellas podría estar el autor del hecho o por lo menos quien diera el indicio para localizarlo”, decían los diarios.

EL HOMBRE ESTRANGULADO

El resultado de la autopsia los dejó estupefactos: Lucinio Diez había muerto estrangulado hacía 48 horas. Si esto era verdad el hombre había estado vivo todo el tiempo en que lo buscaron muerto.

El coche en el Puente Lamarque, abandonado cerca de la chacra, era quizá una pista falsa. Lucinio podía haber sido secuestrado, molido a golpes y descartado en el río Chubut hacía apenas unos días.

Desde ese punto de vista, el testimonio de la mujer que vio movimientos extraños en la casa de uno de los sospechosos, cobraba otro sentido.

Lo cierto es que ninguno de los cinco detenidos -algunos de familias conocidas de Rawson-, dijo nada que pudiera alumbrar algo. La Policía, a diferencia de otros casos, tampoco hizo demasiado por conocer la verdad. La causa parecía condenada a la extinción antes de que pudiera dar sus primeros pasos.

Tiempo después, cuando ya nadie se acordaba, surgió el nombre de un empleado del Banco Nación, oriundo de la provincia de Buenos Aires, con el que a Lucinio se juntaba apostar en un búnker de “El Elsa”.

Este empleado bancario, según se supo más tarde, debía dinero a prestamistas e incluso se sospechaba que le había robado dinero del Banco. Al poco tiempo de que hallaron el cuerpo de Lucinio, el hombre se fue de Rawson y nunca se supo más nada de él.

A falta de otros culpables, hubo quienes miraron de reojo a una mujer que tenía un vínculo estrecho con Lucinio y fue quizá la que más sufrió su muerte.

Años más tarde, un comisario que llegó a Rawson quiso reabrir el caso y apuntó contra los sospechosos de siempre, pero no pudo probar nada.

FUENTES: Los datos en los que se apoya este artículo de La Voz de Chubut, fueron recabados del libro “Para que la huella no se pierda” del Comisario General Mariano Héctor Iralde, Trelew-Chubut 2017, y del archivo del diario Jornada, noviembre de 1957.

 

 

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