
El propio José de San Martín, comandante del Ejército Libertador de los Andes, habría sentado las bases para establecer buenas relaciones con mapuches cordilleranos.
“La estrategia de San Martín fue afianzar el vínculo con los jefes pewenche y a tal fin mantuvo con ellos dos sendos parlamentos: el primero se llevó a cabo en septiembre de 1816 en el Fuerte San Carlos, unas treinta leguas al sur de Mendoza y asistieron alrededor de cincuenta caciques”, señala.
El segundo parlamento -agrega- se realizó entre una nueva delegación de pewenche y el caudillo argentino a fines de 1816, en el mítico campamento Plumerillo del Ejército de los Andes. Fue en esta junta donde San Martín habría dicho a los lonkos su famosa frase “Yo también soy indio”. A continuación las palabras de San Martín a los pewenche allí reunidos:
Los he convocado para hacerles saber que los españoles van a pasar de Chile con su Ejército para matar a todos los indios y robarles sus mujeres e hijos. En vista de ello y como yo también soy indio voy a acabar con los godos que les han robado a ustedes las tierras de sus antepasados y para ello pasaré los Andes con mi ejército y con esos cañones. Debo pasar los Andes por el sud pero necesito para ello licencia de ustedes que son los dueños del país”-
Los plenipotenciarios araucanos, “fornidos y con olor a potro”, irrumpieron luego en alarido y aclamaciones al “indio” San Martín, “a quien abrazaron prometiéndole morir por él”, cuenta en sus memorias Manuel Olazábal, militar que formaba parte del Ejército Libertador de los Andes y que fue testigo presencial de aquella junta.
“Los dos parlamentos fueron acompañados de ceremonias, rituales y demás celebraciones que duraron días enteros. San Martín compartió con los pewenche el sentarse en círculo a la usanza indígena, mirándose la cara entre todos. Lo que sucedió en esos encuentros lo sabemos de su propia pluma; están en sus memorias”, cuenta el historiador.

En el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires se conserva hasta el día de hoy una prenda excepcional que perteneció a José de San Martín. Y que le fuera regalada en ocasión de aquellos parlamentos con los pewenche. Se trata de un elegante makuñ o manta mapuche de hermoso diseño, blanco-azulado, decorado con los símbolos sagrados de la cultura mapuche.
Aquel bello regalo era sin duda una prueba de la alta consideración que los lonkos tenían de su persona. Y también de su investidura como jefe de una nación. Era además un verdadero salvoconducto para transitar por el territorio cordillerano.
Sin embargo, aquella posibilidad de una inédita Argentina pluriétnica finalmente no fue. Y es que, al igual que en Chile, el proyecto de Estado-nación que finalmente se pendencia decidió no incluir a los pueblos originarios.
“Así, como hemos demostrado en varios libros, la Argentina nació automutilada, negando a los hijos de la tierra. Y lo que es peor, que ese proceso de aniquilamiento se llevó a cabo mientras los caciques tenían por voluntad convivir”, subraya Martínez Sarasola.
Como prueba expone -entre muchas otras- la carta que el lonko Juan Cañiuquir escribió el 7 de septiembre de 1830 al entonces comandante de Bahía Blanca, Juan Manuel de Rosas.
El español quiso antiguamente dominar y esclavizar a los araucanos y ellos pelearon cien años para ser libres. ¿Por ventura nosotros habríamos de perder un ejemplo tan brillante de nuestros ancestros? No. Amistad sí habrá, pero dominio y autoridad sobre nosotros no, eso no consentiremos jamás. Primero seremos víctimas antes que ser dominados (Martínez, 2014:66).
El territorio indígena, agrega el académico, “era un mundo con reglas propias y estrictas pero a la vez abierto y amplio, porque incluía e integraba al otro”. Esa forma de vida era lo contrario del modelo sociocultural propugnado por el poder de Buenos Aires, que anhelaba una sociedad única, homogénea, blanca y descendiente de los barcos y no de los hijos de la tierra.
“El modelo indígena de las llanuras, donde coexistían indios, negros, gauchos, blancos o mestizos, aparecía entonces como antagónico, temible y peligroso”, concluye Martínez. Por eso se decidió su destrucción.
Fragmento del libro “Historia secreta Mapuche”, de Pedro Cayuqueo
