viernes, 9 de mayo de 2025
Pehuenches: “Hombres del Pehuén”, su nombre proviene del Piñón, fruto de la Araucaria.
Las “Memorias del general Miller” en el tomo 1, páginas 79 a 86, hacen una minuciosa descripción de este acontecimiento, y la “Historia general de Chile” por Barros Arana, tomo III, pág. 283 a 285, la refiere también, como sigue:
“Para ocultar su plan de operaciones, San Martin trabajó largamente. Como si no le bastase el poderoso auxilio que le prestaban sus espías de Chile y los españoles que, sin saberlo, comunicaban a Marcó cuanto él quería, el gobernador de Cuyo adoptó un vasto sistema de política para hacer llegar al territorio de Chile las noticias que le convenían.
Aprovechándose del nombre de algunos españoles y de la sencillez candorosa de otros, él urdía mil intrigas que sabía conducir a su desenlace.
En esta obra, San Martín discurrió un ingenioso medio para engañar a sus enemigos de Chile.
Explotando la perfidia natural de los indios pehuenches, se propuso manifestarles gran confianza, y fingir que les descubría sus proyectos. Por citaciones hábilmente dirigidas, encargó a los principales caciques que se reuniesen en el fuerte de San Carlos, situado 30 leguas al sur de Mendoza, a donde despachó grandes cantidades de licores espirituosos y muchos presentes con que obsequiarlos.
A principios de setiembre se puso en marcha, acompañado de un buen piquete de tropas y algunos jefes de confianza.
Representando su papel, el gobernador de Cuyo le dio al parlamento todas las solemnidades de estilo entre aquellos salvajes. Les habló en nombre de la Patria y de la fraternidad que debía ligarlos con él, y acabó por pedirles su consentimiento para cruzar las cordilleras por su propio territorio, a fin de entrar en Chile por las provincias del sur, terminando por hacer distribuirles los licores y presentes que llevaba para los caciques, sus mujeres y familias.
El parlamento duró 8 días. San Martín regresó a Mendoza, y los pérfidos indios más tardaron en retornar a sus tolderías que en ir a revelar a las autoridades de Chile los planes que se les acababan de comunicar.
Con esto solo estaba conseguido el propósito de San Martín.
‘Un gran mal me habrían hecho esos miserables – decía este hábil político – si hubieran sido fieles en esta vez. Ellos me traicionaron, y así me sirvieron mejor que si me hubieran sido leales'”.
Los señores Amunátegui, con datos recogidos en los archivos de Chile y referencias orales de contemporáneos de esa época, tratando ese punto en las páginas 153/154 de “La Reconquista Española” lo describen en los siguientes términos:
“Pero San Martín no estaba contento con las ventajas adquiridas. Cuando estuvo bien resuelto a emprender su campaña por Aconcagua, todo su empeño se dirigió a persuadir que invadiría por el sur.
Fingió adoptar misteriosamente medidas que no podían tener otro fin. Conociendo el carácter falso de los indios, trató de aprovecharse de su duplicidad y de hacer que le ayudasen a embaucar a los palaciegos de Marcó. Por entre las tribus pehuenches debía abrirse paso el ejército patriota, si intentaba marchar por el camino de Planchón que desemboca en los valles de Talca.
Como si tal fuera su resolución, San Martín convocó a aquellos indígenas a un parlamento, del que se acordarán muchos años por la magnificencia con que los festejó a efectos de solicitar su permiso para que las tropas atravesaran su territorio.
Los indios no trepidaron en acceder a la petición de tan generoso amigo, pero al mismo tiempo, arrastrados por su deslealtad característica, comunicaron acto continuo a la autoridad española cuánto había sucedido, quebrantando el secreto que habían prometido. No era otra cosa que lo que San Martin se había propuesto.
Para que la relación de los pehuenches surtiera mejor efecto, había cuidado de hacer que los corresponsales de Mendoza noticiaran a sus correligionarios de Santiago que un ingeniero francés había sido comisionado para explorar el río Diamante y para que construyera un puente sobre él, noticia a que los godos prestaron entero crédito. A semejante anuncio se alborotó la camarilla de Marcó, y mucho se habló en el palacio de la posible alianza de los pehuenches con los rebeldes.
¿Proyectaría también el cacique insurgente aliarse con los araucanos? Esta idea alarmaba en extremo a los cortesanos. El recuerdo de la intrepidez con que ese pueblo bárbaro durante siglos había rechazado la conquista aún estaba palpitante en la memoria de los españoles.
Temblaba la camarilla ante la idea de que los insurgentes se aliasen con los pehuenches y los araucanos para su invasión, y entre los diversos planes y medidas que tuvieron mejor aceptación, una fue la de despachar a fray Melchor Martínez entre los araucanos, para explorar su opinión.
Este padre reunía a un talento poco común, tal grado de viveza, energía y entusiasmo por el monarca, la circunstancia de poseer con perfección el idioma de esos salvajes, por haber vivido entre ellos más de 40 años captándose su íntima confianza y amistad.
Llegó a la Araucania y, con la sagacidad del arte sistemático en que son tan diestros, conferenció con los caciques más influyentes en esas tribus, y descubrió que semejante sospecha era infundada, así es que no sólo le dio cuenta al presidente con toda clase de detalles, sino que le aconsejaba que, lejos de aguardar en Chile la invasión de los insurgentes, ordenara una expedición para destruirlos en la misma Mendoza.
Esta opinión no mereció buena acogida del consejo de Marcó; por el contrario, predominaban las fuertes presunciones de que los insurgentes verificarían su invasión por la vía del sur. En este concepto se despacharon fuertes destacamentos para cubrir los puntos que podían ser amagados.
Pero dejemos a Marcó entregado a sus zozobras e incertidumbres, y volvamos a San Martín, que tenía sobre su adversario la ventaja de haber fijado su plan de operaciones.
Mientras el presidente de Chile se desvelaba en cavilaciones sin acertar con el destino en que debiera colocar a sus tropas, su diestro contendor, que desde su almohada todo lo había ya combinado por reglas matemáticas, empezó a desarrollar su plan de campaña. Si a sus jefes y amigos los mantenía en completa oscuridad sobre sus designios, al enemigo lo engañaba con todo género de artificios”.
He aquí una de las diversas maniobras diplomáticas de San Martín al preparar su expedición, y de que, como se ha visto, no sólo se sirvió para desorientar al presidente de Chile, sino hasta para disfrazar su verdadera intención ante el gobierno de Buenos Aires.
Así, pues, llevando adelante su simulación, vemos en una carta que con fecha 24 de setiembre dirigió a su confidente Guido (carta que se dio a luz en la página 253 del tomo IV de la “Revista de Buenos Aires”), donde le dijo lo siguiente: “No sólo me auxiliarán al ejército con ganados, sino que están comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo. El 30 se reúne todo el ejército en el campo de instrucción. El tiempo que nos resta es muy corto, y es necesario aprovecharlo”.
(extraído del libro “El paso de los Andes”, por el Gral. Gerónimo Espejo, pág. 426/430, reedición en facsímil, Dirección General  de Publicaciones, Senado de la Nación, Buenos Aires, marzo de 2017).
Por Miguel Ángel Martínez
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