lunes, 29 de diciembre de 2025

Eugenio Cambaceres, Manuel T. Podestá, Antonio Argerich fueron los testigos molestos de un desarrollo que, en general, se aplaudía. Pero el gran testigo, el hombre del rechazo y la denuncia, fue, paradójicamente, un viejo que durante toda su vida había postulado aquello que ahora se concretaba: Sarmiento, quien en 1888, con la publicación de Condición del extranjero en América (recopilación de artículos difundidos a lo largo de los tres años anteriores), invalidó ese aluvión inmigratorio que él y Alberdi habían promovido y que ahora aparecía como una inquietante deformación. Los organizadores habían anhelado aportes de razas rubias, disciplinadas y “mecánicas”. Y resultaba ahora que sobre el puerto se volcaban semanalmente enormes contingentes de italianos meridionales desclasados, españoles analfabetos, europeos de regiones orientales, “turcos”, “rusos”, una fauna incomprensible, enigmática, difícilmente asimilable, la hez del Viejo Mundo…

El viejo Sarmiento reacciona entonces a su modo, fulminando esta invasión y evidenciando, incluso, cierto antisemitismo que no era sino un celoso cuidado por el destino de su patria. Fue su último rugido: murió ese mismo año, en Asunción.

Los recelos de Sarmiento fueron recogidos por voceros menos notorios. Tales prejuicios se expresaron en forma de novelas, de las cuales las de Eugenio Cambaceres son las más importantes. Música sentimental (1884), Sin rumbo (1885), En la sangre (1887), no se refieren solamente al fenómeno de la inmigración sino que manifiestan, desde la óptica de los sectores dirigentes, un rechazo al país tal como se está modelando, en el que también está incluido el tema de la degradación de los valores morales: “Un nombre, una fortuna, oro, eso abría todas las puertas, daba todo” (Sin rumbo). De algún modo también evidencian la alarma de la burguesía -a la que pertenecía el autor- ante ese incontrolable movimiento que transformaba el país, manejado hasta entonces como propio por ese sector social. Luego, a partir de 1880, dicha línea de narrativa se continuará con las novelas del “ciclo de la Bolsa”, que describen el ambiente febril y maniático que precede a la crisis de 1890. Son éstas La Bolsa, de Julián Martel, Quilito, de Carlos María Ocantos y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe.

Podestá y Argerich, ambos en la misma línea de Cambaceres, reproducen una temática más o menos similar, con Irresponsable (1889) e ¿Inocentes o culpables? (1884), respectivamente. La novedad consiste en su parecido con el naturalismo francés: hay una mirada biologista sobre las desgracias que se acumulan en sus personajes, que terminan condenándolos a la marginación, a la enfermedad o al delito.

 

Fragmento del libro “La época de Roca”, de Félix Luna

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