
Al enterarse de que se estaba formando una sociedad de galeses para colonizar la Patagonia, el Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido) demostró cierta preocupación, la que se vio reflejada en una serie de informes referidos a dicha región. Más allá de la cuestión jurídico política de a qué potencia pertenecían sus tierras -a la que luego nos referiremos los funcionarios británicos analizaron cuestiones vinculadas con su geografía, su clima y sus posibilidades agrícolas y ganaderas. Entre los antecedentes a los que se echó mano se encontraba el informe efectuado por Fitz Roy, incluido en su obra Voyage of the Adventure and Beagle y el de Woodbine Parish, incluido en su History of Buenos Ayres and the provinces of La Plata. Según Fitz Roy, el valle del río Chupat (Chubut), tanto por su ubicación, a unas cuarenta millas al sur de la parte más occidental de la New Bay (el Golfo Nuevo), como por sus características, era un lugar ideal para establecer una colonia. Elogiaba las características del suelo del valle, al que ponderaba como muy fértil y cubierto por verdes hierbas, aunque también alertaba sobre las posibles crecidas del río. Coincidentemente, Parish también había expresado que la Bahía Nueva podría constituir una buena ubicación para una colonia y que un sitio aún más favorable podría resultar el serpenteante río Chupat. Agregaba que el suelo de este valle, el que se elevaba unos veinte o treinta pies sobre el nivel de los bancos ribereños, era de tierra negra y muy rica; y que numerosas manadas de ganado salvaje pastaban en las planicies de la meseta circundante. Si bien el informe producido por T. C. Murdock, del Comité de Emigración, recogía los halagüeños comentarios de Fitz Roy y Parish, también advertía que se conocía muy poco acerca de los indígenas de la región, por lo cual era imposible asegurar que los colonos no estarían expuestos a un considerable peligro, ya que sería muy difícil para ellos defenderse por sí solos. El funcionario citaba como ejemplo de su preocupación un ataque efectuado por los indígenas a una partida de españoles que estaban capturando ganado salvaje en las cercanías del Golfo Nuevo, que Fitz Roy mencionaba en su libro.
En el marco del interés mostrado por el Gobierno británico, T. H. Prior visitó a Michael D. Jones para interiorizarse acerca de las características del movimiento colonizador. Le interesaba conocer cómo estaban organizados, a qué grupo social pertenecían los futuros colonos, si habían adquirido tierras en la Patagonia, etc. El líder galés le expuso que los colonos pertenecían a una capa media de la población y que no estaban organizados por una compañía emigradora que persiguiese fines lucrativos, sino por una sociedad sostenida por pastores de diversas denominaciones religiosas con sede en Liverpool, la que sólo perseguía fines patrióticos: fundar un hogar en el exterior para los galeses. Jones le manifestó que habían formulado solicitudes de tierras al Gobierno inglés, las que no habían sido atendidas, pero que, en cambio, el Gobierno de la Confederación Argentina les había respondido favorablemente. En definitiva el Gobierno británico se limitó a dejar actuar a los promotores galeses y recomendar a su ministro en Buenos Aires que se preocupase por la seguridad y el bienestar de los colonos, y que, de tanto en tanto, una nave de la Marina real visitase la colonia para verificar el estado de estos súbditos en tan lejanas tierras.
Si bien la idea, forjada desde la perspectiva de las naciones occidentales, que consideraba a la Patagonia como un territorio técnicamente libre de ocupación por parte de un Estado soberano, puede chocar con nuestra concepción actual, la que estima como un hecho casi natural que su extendido territorio forme parte de la República Argentina como herencia de la Corona española; a mediados del siglo XIX dicha situación no resultaba en absoluto clara, sino que era bastante dudosa y materia de permanentes consultas y cuestionamientos.
Fragmento de libro “Chupat-Camwy Patagonia”, de Marcelo Gavirati.