martes, 30 de diciembre de 2025

Historia:

No se conoce con precisión el momento en que los araucanos entraron en contacto con los tehuelches, pero es evidente que ocurrió antes de la llegada de los españoles a sus tierras.

Del otro lado de la cordillera, los araucanos ya habían luchado contra los españoles y estaban más capacitados para la guerra, mientras el tehuelche se había perpetuado en la utilización de las mismas armas y tácticas del pasado.

De allí que al enfrentarse en la pampa de Languiñeo -probablemente a fines del siglo XVIII-, los tehuelches fueron derrotados y hechos cautivos.

En el siglo XVIII, el proceso continuó. Durante el transcurso del siglo XVII los caballos se reprodujeron enormemente y algunos de los cazadores aprendieron a montarlos.

El proceso de cambio culminó en el siglo XIX, luego de que el avance español en tierras chilenas había provocado el masivo cruce de araucanos en busca de nuevas tierras.

La puja por la posesión de los ganados cimarrones entre aborígenes y hombres blancos provocó crecientes enfrentamientos y malones desde ambos bandos.

Esta actividad propia de los araucanos y los tehuelches septentrionales los diferenció de los meridionales, que nunca fueron pastores de ganado.

En 1757, el gobierno de España trató de evangelizarlos fundando una colonia en San Julián, pero fracasó. Hacia 1830, algunos españoles y argentinos quisieron establecerse en Puerto Deseado, pero irritaron a los tehuelches y estos los atacaron. Dos misioneros protestantes -Schmidt y Hunziker- hicieron otra tentativa evangelizadora en 1863 en cañadón Misioneros y el intento no prosperó, como tampoco en el istmo Carlos Ameghino a fines del siglo XVIII.

A pesar de estos rechazos, hay acopio de referencias sobre las buenas relaciones mantenidas con los colonos del valle inferior del río Chubut.

Musters relata que los aborígenes le dijeron que el trato que les daban los galeses era bastante mejor al recibido de los españoles del Río Negro. En la colonia, decían, si se hallaba un indígena en estado de ebriedad y tirado en el suelo, se procuraba llevarlo a alguna casa hasta que se le pasara el efecto del alcohol y se le cuidaba el caballo, mientras que en Carmen de Patagones, eran tratados como perros y saqueados sin lástima.

Durante los primeros años de la colonia galesa, los tehuelches los proveyeron de caza, mantas, pieles de guanaco y luego de caballos y vacunos, a cambio, especialmente, de pan.

La creciente dependencia con las “raciones” aportadas por los blancos fue minando sus tradicionales recursos de vida, deteriorando sus sociedades mucho antes de que se lanzara contra ellas la última ofensiva militar.

La guerra terminó a fines de 1885. Los grupos tehuelches que sobrevivieron a esa campaña, luego fueron debilitados por la expansión de la propiedad privada que acotó el espacio donde ejercían sus actividades, condenándolos a una muerte lenta.

En sus andanzas por el valle del río Negro, en 1886, el salesiano Ángel Savio los describía así: “Estos pobres tehuelches están ahora divididos sin un cacique general, y a menudo luchan entre sí, principalmente cuando están borrachos. En esas refriegas siempre queda algún muerto y muchos horriblemente heridos”.

La degradación se agudiza y en 1904 informaba la Sección Tierras del territorio del Río Negro al relevar la colonia Valcheta: “(…) Puede asegurarse que descontando a lo más diez familias de la citada Colonia, las demás todas inclusas son dignas de toda lástima por su estado de salvajismo, cosa que yo creía extinguida en mi patria; la mayoría de éstas son descendientes de la raza Tehuelche en pleno vigor de sus costumbres de holganza y vicios, que da vergüenza el referirlos. Sus casas son reemplazadas por chozas de totoras atadas con tiras de cuero de potro; allí constituyen su campamento mientras no los obliga a mudarlo su estado de desaseo, por las basuras amontonadas (…) Uno de los lujos de estos pobladores son los parejeros; no hay choza adonde uno llegue que no se encuentre un parejero atado a las estacas y con ellos concurren a las Pulperías los domingos o días de reunión a entregarse a su goce predilecto en el cual son fomentados por los Pulperos, verdaderos culpables por ser extranjeros en su totalidad y más civilizados, pero que ávidos de riquezas y poco escrupulosos no desdeñan a explotar este filón para ir haciéndose poco a poco dueños de todos sus bienes (…)”.

En Santa Cruz, la irrefrenable expansión colonizadora, que procedía del sur y del sudeste, iba ocupando uno tras otro los distritos del antiguo país tehuelche, obligando a las familias que constantemente decrecían en número a concentrarse en ciertos lugares, a modo de reservas, o bien refugiarse tras algún colono ganadero.

Refiriéndose al sur de Santa Cruz, Estela Guerra de Fretes sintetiza que, para principios del siglo XX: “Los indios vivían alrededor de Gallegos, en Punta Loyola, Camusu Aike, Las Vegas, Pampa Alta (yendo para el lago Argentino), lago San Martín y Tres Lagos, donde se agrupaban en comunidades. Cerca del pueblo tenían hornos de ladrillos, también hacían carpas de pieles y de plumas de avestruz, éstas de difícil confección requerían mucha habilidad y paciencia”.

En el valle inferior del río Negro, fueron auxiliares de las tropas como correo, lenguaraces, bomberos o como cuerpos auxiliares.

Actualmente pueden hallarse unos pocos representantes de tehuelches septentrionales en el centro y norte del Chubut, y algunos meridionales en las “reservas” todavía existentes en el sudoeste de dicha provincia como de Santa Cruz, actuando además como peones de estancias y/o mezclados sus descendientes con chilenos y argentinos de condiciones paupérrimas. Las excepciones son eso: excepciones.

Sobre su carácter pacífico, ya lo había resaltado Rosas al advertir que a ellos no era ni necesario ni prudente atacarlos por ser enemigos irreconciliables de los araucanos.

 

Textos de Luis B. Colombatto

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