En la mañana del viernes falleció Bernardo Mitnik, más conocido por su nombre artístico Chico Novarro, a los 88 años. La noticia fue confirmada por su hijo Pablo, quien lo despidió a través de su cuenta de Twitter con un sentido mensaje: “Se fue mi papá, hermoso y amado”. Repasamos parte de su historia y de su vida contada por Julio Nudler.
Bernardo, cuando pibe, en Santa Fe, se sentaba con sus hermanitos Samuel y Fanny en la vereda a cantar tangos, ayudándose a veces con algún ejemplar de El Alma que Canta. Eran los mismos tangos que por las noches escuchaban en las grandes cadenas radiales de la época: Belgrano, El Mundo, Esplendid. En aquella casa de la infancia, al borde de la calle de tierra, el padre atesoraba discos de Carlos Gardel, de Rosita Quiroga, de Francisco Canaro.
Aquel absoluto reinado del tango terminó para Bernardo Mitnik el día en que su hermano se apareció con una batería y lo introdujo en el mundo del Jazz, empujado por la admiración hacia Jim Cruppa. Para ese ambiente Bernardo sería Miki Lerman.
Alberto, un zapatero proveniente de Ucrania, y su mujer (Lerman), una judía Rumana, vinieron en 1923 a la Argentina con sus dos hijas mayores. La Primera Guerra Mundial los había juntado, cuando él, como soldado del Zar, había llegado hasta el pueblo rumano de Marcolés. Ya en la húmeda Santa Fe, donde nacerían aquellos tres niños de la vereda, ofició de zapatero remendon ambulante, recorriendo Laguna Paiva y otros pueblos. Pero aquel equilibrio se rompió: como Bernardo era asmático, cuando tenía 12 años toda la familia se marchó a Dean Funes, en el norte cordobés, en busca de un clima más seco. Aquel pueblo era, como Laguna Paiva, un empalme ferroviario, y tenía tanta necesidad como aquel de un zapatero remendon. Don Alberto nunca instaló un taller: prefería llevarlo al hombro, andar tostado y polvoriento, disfrutar de la hospitalidad de la gente. Era analfabeto y conversador.
La madre de Bernardo cantaba en la casa canciones en idisch y contaba que su padre cantaba tan bien y tan fuerte que lo podían escuchar desde otras aldeas. Su hijo, quizas queriendo emular al abuelo, cantaba a plena voz tangos tan anti sonantes como “Remenbranzas” o “Alma de Bohemio”. Ya con 14 años comenzó a ganarse la vida con su arte de doble faz: era baterista con la jazz y cantor con la típica. Solo debía cambiarse de atuendo y volver al palco sin descansar.
Pero el padre quería que fuese perito mercantil, y que después estudiase para médico. Y Bernardo ingresó al colegio comercial y fue empleado de contaduría en Córdoba. Pero pronto quedó demostrado que Bernardo podía ganar mucho más dinero batiendo un parche que cuadrando debe con haber. Fue así que a ritmo de mambo llego a Buenos Aires por primera vez en 1951, con una rumbera donde tocaba el bongo y la batería, aunque también era apto para el contrabajo. Pero el contrato se frustró, como solía ocurrir. Después de muchos viajes, de muchas idas y vueltas, recién en 1960 se establecería definitivamente en Buenos Aires.
Tiempo después se incorporó con una sonora tropical, a El Club del Clan, una iniciativa de Ricardo Mejía de RCA Víctor, que se propuso y logra imponer una música popular insustancial y liviana, planteándose como un requisito la marginación del tango. Fue ese oscuro Mejía quien inventó a Chico Novarro en oposición a Largo Navarro (así llamado por su talla) con quien Bernardo integraba un dúo. Y, como tal, Bernardo grabó “El Orangután” y “El Camaleón”, paginas representativas de aquella penosa nueva ola como se la conoció a partir de un programa de televisión.
En 1971 compuso cordón, el mejor de sus tangos, ya absolutamente porteño. Parado en la cola de un banco, Bernardo fue ideando una melodía. Mientras le buscaba palabras miraba el cordón de la vereda, imaginando que eran “duro como el alma de un frontón”. Estaba naciendo así ese dialogo lleno de ideas y metáforas entre el hombre y ese elemento urbano que está más cerca de la infancia, en aquellos tiempos en que lo afeitaba el tranvía, y que termina expresando simbólicamente toda la realidad. Pero se trata para Bernardo de una realidad fantaseada, porque en aquella calle de tierra de Santa Fe, donde fue niño, no había cordón alguno.
La producción tanguera de Novarro es relativamente escasa. A Nuestro Balance le siguió, en 1970, Cantata a Buenos Aires, derivación de un encargo para la publicidad de vinos Peñaflor. A él se le ocurrió entonces aquello de “¿Cómo no hablar de Buenos Aires, si es una forma de saber quién soy?” pero el comercial se frustró, y de esa frustración quedó el tango. Ese mismo año dio a conocer Un Sábado Más. A fines de los 70 aparecieron El Último Round, Sueño de Cupé y la Milonga Mi Negro Volvé.
En 1981 firmo con Eladia Blazquez Convencernos. Luego creo Somos Los Ilusos, Nadie Mejor que Vos, como compositor, con versos de Federico Silva escribió Se Te Hace Tarde y Amor de Juguete.
El suyo es un caso curioso: para cada categoría de público hay un Chico Novarro diferente. Para las mujeres es el de Arráncame la Vida. Para los hombres maduros, el de El Cordón o El Último Round. Los camioneros lo identifican con El Orangután o El Camaleón. A los jóvenes roqueros les llegó con Carta de Un León a Otro. Fuera de no poder definirse, porque le divertía ese transformismo artístico (como cantar el tango destellos en tiempo de cha-cha-cha (o porque con esa maleabilidad seguía la corriente de cada momento y maximizaba sus beneficios.
Párrafos extraídos del libro “Tango Judío”, de Julio Nudler