Recurriendo a la memoria, en la expresión de los vecinos de Corcovado, el acto de ocupar tierra y elegir un sitio en que vivir y consolidar una familia es narrado como un proceso de búsqueda, de sacrificio y de trabajo.
Varios de los primeros habitantes, aquellos que llegaron hacia fines del siglo XIX y principios del XX, de a poco fueron instalándose en el lugar para trabajar y vivir.
Entre los medianos y pequeños productores el mayor porcentaje del producto del trabajo quedaba en el interior de la familia aunque había una transferencia hacia el comercio de la región que permitía la obtención de mercadería como la harina, la yerba y el azúcar. Dina Castro nos contó que para obtener los “vicios”, como se le llamaba a estos productos básicos de la canasta familiar, “había que ir a Trevelin con carros con bueyes, […] iba mi papá o mi marido a veces iba yo con ellos, echábamos como ocho días en carro”.
Por lo que parece había dos maneras de ir a Trevelin, según se tratara de una carga pequeña o una grande. Generalmente, a la entrada del invierno se iba en carros ya que el volumen de las mercaderías era mayor. Distinto era el caso si sólo se iba a buscar una pequeña cantidad de productos:
“Se usaban pilcheros si iban por poco, con carros demoraban ocho días. Cuando iba a entrar el invierno, porque se compraban los vicios para el año o para los seis meses, iban 3 o 4 carros, sino iban individualmente, con pilcheros”. David Arturo Griffiths.
“Para ir a buscar una bolsa de harina se iba de a caballo a Trevelin. Cada familia mandaba su pilchero, en el caso de mi familia me tocaba a mí, como era el mayor me tocaba a mí, yo tenía 12 años cuando pilchereaba, si no me podía las bolsas de 70 kilogramos la cortaba y la dividía en dos, las repartía en dos y me las traía por las costillas, era eso lo que se hacía”. Ruperto Bustos.
Este sistema de aprovisionamiento varió, en parte, a partir de la instalación en Corcovado de un comercio:
“El primer comercio creo que fue de los Torres, ahí donde tiene la casa doña Josefa. El comercio era de Luis Torres y Diego Torres, eran hermanos. Se podía pagar una vez por año, con los frutos con la lana, cuero o cuando vendían animales se pagaba”. David Arturo Griffiths.
“El primer comercio de aquí fue en lo de Sánchez, eso era de los Torres parientes de mi marido, Torres rico y nosotros pobres, después eso lo vendieron a los Sánchez. […] Se pagaba todos los meses igual que ahora. […] En ese tiempo era muy barato con cien pesos se compraba una cantidad… no como ahora que no se compra nada”. Dina Castro.
Si bien estos comerciantes permitían a los habitantes de Corcovado aprovisionarse en el lugar, ellos mantenían la modalidad de ir a Trevelin en carros para buscar las mercaderías que necesitaban para vender:
“En esos tiempos iban con carretas a buscar a Trevelin habían 2 comercios que eran de Sánchez, de Francisco Sánchez, el papá de Alberto Sánchez, y el otro Sánchez que estaba casado con la hija de Momberg que también se llamaba Francisco Sánchez. Ellos tenían negocios acá y se proveían de Trevelin, lo traían con carros de bueyes… justamente mi papá le traía la Don Francisco Sánchez. Tardaban 2 semanas, una semana para ir y otra para volver. Mi papá iba acompañado, siempre iba con 2 carros con mis otros hermanos. En el negocio la gente pagaba con trabajo, trayendo leña, haciendo alambrado”. Carmen Novoa.
Al parecer había también vendedores ambulantes y “mercachifles”. Algunos de ellos se dedicaban a la venta de enseres para el campo como “Don Rosario Ramírez que era entrerriano, andaba con una tropilla y se recorría toda la zona. Se dedicaba a andar trabajando y vendía aperos”. Raúl Momberg.
Otros vendían “chucherías en general como ese Farjani… [Farhan Alewy) yo me acuerdo cuando sabia andar el turco loco este. Vendía de todo… por ahí andaba trayendo frutas, caramelos, de todo, en esa época salían bolsas grandes de masitas sueltas y me acuerdo que tenía un saco de cuero grande con bolsillos grandes, salía por el pueblo a vender, se llenaba los bolsillos de masitas y les salía a ofrecer a los chicos, caminaba por la calle: no me compran masitas chicos y los chicos le decían, ‘¿cuánto cobras?, 10 centavos el puñado!!!!… y andaba con las masitas sueltas en el bolsillo” Maximino Patiño.
“Ese era muy diablo… tengo un cuento que es para carros de acá de matarse de risa: hablaba por teléfono de Trevelin a Esquel. Un día había salido una tropa de Corcovado, de ahí, de Conesa, cargada con cueros. No sé qué pasó allá, en la subida de Miguens, que tuvieron que parar la tropa de Conesa y le pidieron a Farhan que hable por teléfono a Esquel para decir que la tropa estaba parada ahí arriba y así hablaba Farjan: seora la tripa de cuero de Conesa está parada en la subida de Miguens ja, ja, ja…” Raúl Momberg.
También “estaba Emilio Larrea que trabajaba en eso de mercachifle, empezó trabajando de vendedor y compraba liebres y eso”. Atilio “Mañuco” Torres.
Comer…
Los sistemas de conservación de alimentos eran relativamente sencillos:
“Lo conservaban en la tierra, hacían un pozo y lo sacaban a medida que iban necesitando”. Carmen Novoa.
“Con las papas se hacía un hoyo y se guardaba, se enterraban las zanahorias y eso”. Celia Barrera.
“Hacíamos montones grandes para guardar. Se enterraban las papas, zanahorias para todo el invierno”. Dina Castro.
“Las verduras no duraban mucho y la carne para conservarla se carneaba un capón o un vacuno y lo salaban. Se sembraba avena, trigo, de todo lo que se podía sembrar, a algunos le sobraba y vendían”. David Arturo Griffiths.
“Las manzanas las enterraban y las verduras la consumíamos porque si no se secaban”. Uberlinda Jaramillo.
“La carne… carneábamos porque mi mama tenia ovejas, chivas, ella carneaba y como éramos varios se consumía bastante”. Celia Barrera.
“Teníamos ovejas, de todo, ordeñábamos vacas para hacer queso, manteca, eso era el trabajo de nosotras y criar gallinas, pavos”. Dina Castro.
“La carne la conservábamos colgada en los árboles, y la fruta no se conocía en esos años. Sembrábamos papas y otras cosas”. Elcira del Carmen Jara.
“Carne nosotros comíamos un poquito no más. Muchas veces en el verano se salaba para el invierno, se salaba y ahumaba. No era como un charque, porque era adobado -como quien dice- con ajo y todas esas cosas, sal, orégano”. Carmen Novoa.
Libro “Corcovado, historias y recuerdos”