Una historia extraordinaria, llena de misterios, de aparecidos, de sorpresa, leyendas como sólo estas tierras hacen surgir, relatad por el escritor de Valcheta, Jorge Castañeda.
Sierra Pailemán es un hermoso y tranquilo paraje de la Región Sur de la provincia de Río Negro. Su nombre en lengua mapuche significa “cóndor que vuela de espaldas”. Y mucho tiene que ver con esas aves totémicas pues varios viajeros a mediados del siglo pasado los divisaban allí hasta que desaparecieron.
El programa denominado “De los Andes al Mar” desde hace algunos años realiza allí la famosa “suelta de cóndores” y ya es casi habitual volver a verlos surcar los cielos de Pailemán.
La tradición oral de los viejos pobladores también ha recreado viejas leyendas y “contadas” que han sucedido, siendo la más conocida y mentada –casi fantástica- la de la muy famosa y temida “Dama de blanco” que hace dedo en la primera tranquera del paraje.
En Pailemán los viejos mitos se recrean y dejan una impronta de fantasía. Como solía decir el escritor peruano Manuel Scorza “los hombres viajamos del mito a la realidad y viceversa”. En sus pinturas rupestres de una imborrable belleza el profano puede vislumbrar un pasado de remotas culturas donde la llamada por los estudiosos “realidad no ordinaria” convive con la vida de los hombres modernos.
Un memorioso amigo me contó un hecho que le ocurrió en este lugar mágico, cuando solía allegarse al mismo para vender los planes de una reconocida firma de planes de automotores.
Mi amigo recorría frecuentemente toda la zona en su automóvil promocionando sus ventas.
A raíz de una nota de mi autoría sobre un camionero oriundo de Ingeniero Jacobacci que fue virtualmente llevado por un plato volador, me comentó dos casos increíbles de los que fue protagonista.
Uno ocurrió con un cliente de un campo en la provincia de la Pampa muy difundido también en los medios de aquella época ahíta de avistajes de Objetos Voladores no Identificados donde indirectamente le tocó conocer particularidades del caso y conocer al protagonista.
Pero en realidad me quería contar lo que le sucedió en este paraje de Sierra Pailemán cuyo recuerdo a pesar de los años está fresco y patente. Había realizado algunas operaciones relacionadas con su trabajo cuando por la tarde le avisan que en Pailemán había algunos interesados en suscribirse.
Si bien tenía que regresar a la ciudad de Viedma, su residencia, no podía desperdiciar la oportunidad para visitar a dichas familias. Como se preveía hizo unas buenas ventas a los vecinos y una reconocida familia del paraje lo invita a comer, ya casi caída la tarde. Por razones de gentileza no podía rechazar el ofrecimiento que es muy habitual en los pobladores de nuestra zona rural, a pesar que estaba ansioso por regresar a su casa y quedaban bastantes kilómetros.
Después de compartir un apetitoso asado de ternera (él no toma bebidas alcohólicas) regado con algunos vasos de jugos de fruta, decidió ponerse en marcha para regresar siendo ya noche cerrada, después de agradecer a sus ahora clientes y amigos.
Encendió su vehículo y por la entonces casi huella de ripio emprendió el regreso. Grande fue su estupor cuando al pasar por el cementerio vio cerca de lo que parecía un panteón luces y gente que hablaba entre sí y bailaba. Casi todos con ropas blancas y antiguas.
Con una sorpresa en aumento pensó que la vista le había jugado una mala pasada y apagó las luces de su auto. Entonces, divisó con más claridad a los fantasmagóricos habitantes del cementerio rural de Sierra Pailemán.
Con un gran susto de su parte encendió las luces y arrancó velozmente hasta encontrar el empalme con la Ruta Nacional 23 y el cruce con la 3 que lo llevaría a destino.
Jamás pudo explicarse sobre el hecho que le tocó ser protagonista. Irreal, alucinante, pero que lo vio con sus propios ojos. Nunca quiso tampoco contar lo sucedido porque sabía que se arriesgaba a que no le creyeran o lo considerar un fabulador.
El amigo e investigador don Guillermo Iriarte –una verdadera eminencia de nuestra provincia-, me sabía contar historias parecidas y me advertía que estas cosas que escapaban a nuestro raciocinio “normal” había que tomarlas muy en serio, pues a él mismo le habían ocurrido.
¿Hay otra realidad aparte de la cotidiana de todos los días? ¿Hay un tiempo que está fuera de nuestro tiempo? Preguntas, muchas preguntas que no tendrán nunca respuestas
Por Castañeda para El Río Negro