Robo en Navidad
Cuenta doña Antonia Aramburu, dueña del Hotel Los Vascos:
“Un día para navidad, en la estación, veo que en una camioneta colorada estaban cargando cosas, entonces le aviso a mi marido. Fue con el revólver y salieron rajando; entonces él se les cruza con su camioneta, los hace volver y que devuelvan las cosas que se robaron –puertas de hierro, ventanas-; las metieron en un galpón. Les dice que iba a avisar a la policía y los hombres comenzaron a pedirle que no lo haga, que iban a perder el trabajo; eran dos jóvenes petroleros; le digo que los perdone (era Navidad), que íbamos a decir que los vimos escapar, que no sabíamos quienes eran. Pero no quiso saber nada. Mi marido era muy recto, los muchachos le decían que me escuche; al final éramos tres contra él.
Cansado, les dijo que se vayan, que iba a decir que tiraron las cosas y él las juntó”.
Librados a la suerte
Jorge Gordillo recuerda:
“Era 1950, íbamos Colasante, Miranda y yo, pasamos por Holdich camino a Cañadón Lagarto despejando la nieve de las vías. Llegamos a Lagarto sin problemas, dimos el aviso que la autovía que iba de Comodoro a Sarmiento podía pasar.
Pero para nuestra sorpresa nos dicen que se había quedado atascada en el kilómetro 90, por lo que tendríamos que regresar a sacarla.
Después nos dimos cuenta de que al rato que pasamos se levantó viento y tapó con nieve voladora lo que nosotros habíamos despejado.
Emprendimos el regreso pero marcha atrás. De frente iba el tanque de agua que no llevaba miriñaque para ir despejando la vía, así que a medida que pasábamos la nieve se empezó a amontonar debajo de la locomotora, lo que nos frenaba mucho.
Llegado un momento la nieve se congeló, se formó un tremendo bloque de hielo debajo de la locomotora y detuvo nuestra marcha en ambos sentidos, no se movía para ningún lado, nos quedamos parados en el kilómetro 98, después avisamos a Comodoro lo que nos había pasado y que tendrían que mandar a alguien a sacarnos.
Sale otra locomotora con Montes de Oca al mando, logran sacar al coche motor pero a nosotros nos dejan porque se habían quedado sin agua, tendríamos que arreglárnosla solos.
Para entonces ya era de noche y se estaba levantando una tormenta de viento y nieve, el frío era tremendo, las ruedas estaban congeladas. Comenzamos a pegarles con una masa de 5 kilos, le echábamos agua de las calderas, pero no había caso, “la morocha no se movía”. Las horas pasaban y nuestras fuerzas comenzaban a aflojar, el frío nos vencía. En un momento Pierino se sentó y no pudo seguir, entonces yo tomo el mando de la máquina –que sabía manejar perfectamente aunque no era conductor-, Miranda seguían echando agua caliente a las ruedas hasta que las toneladas de hierro de la locomotora se movieron 10 centímetros, luego 30 centímetros, medio metro, dos metros, hasta que pudimos emprender el camino a Sarmiento; para ese entonces el frío era insoportable y el viento tremendo. Cuando llegamos a Lagarto, encontramos al jefe de estación borracho, en camisa, descalzo y saltando en la nieve. Lo agarramos, lo metemos en la estación, lo acostamos, prendimos la estufa de kerosene y seguimos.
En el kilómetro 118 paramos y avisamos a Comodoro que estábamos camino a Sarmiento, por lo que nos desearon suerte ya que la tormenta era terrible. Llegando a Sarmiento los árboles de las chacras parecían esculturas. Llegamos a las 6 de la mañana. Ya en la estación, en la pieza de los maquinistas me saqué las botas, las medias, la campera de cuero y me dormí, estaba destruido.
Texto del libro “Aventuras Sobre Rieles Patagónicos”, de Alejandro Aguado.