Nací aquí, en Madryn, a fines de 1918. Cuando tenía 6 o 7 años había en este pueblito un conjunto de pescadores, todos venidos del mismo lugar de Italia, todos eran de Mola Di Bari y al radicarse aquí mantuvieron sus costumbres, fabricaban sus chalanas de pescar como las usaban en sus tierras, las mujeres vestían a su usanza, ellos hacían todos los implementos que necesitaban para sus tareas. Empezando por una casilla a la altura de la más alta marea, luego el bote, los remos, tejían las redes y hacían la ropa, todo a mano, pescaban con preferencia de noche y remaban entre playa y playa, distancias enormes, siempre siguiendo al pejerrey que vendían en una fábrica instalada en Madryn. Siempre en las costas se podía ver las chalanas de don Pedro Manghini y sus hijos “Chichilo” y Yubano, la Tagarelli, la de Ruso, de Nino Incorbian, de Florio, de Furio, de De Monte, de Decaro, de Vito del Ré y varios más. Casi todos ellos sabían tocar algún instrumento, en esos tiempos Madryn no tenía luz eléctrica y lógico la radio no existía, por ello en las cálidas noches de verano estos “tanos” se reunían en la playa y aparecía la guitarra de Nino, el mandolino de Victorio, el violín de Roca y algunos acordeones y comenzaban a tocar sus canzonetas que poco a poco iba concentrando a casi todos los habitantes del poblado a regular distancia, sin hablar, sin mezclarse con ellos, pero absortos en la música sencilla de estos pescadores.
Madryn entonces era muy chico, donde actualmente está la Av. Gales, corría el alambre de los campos pastoriles, no había calle, por eso existen casas sin ochavas, la última calle es la actual calle Sarmiento. La calle España, actualmente San Martín, era media calle, la otra mitad era un zanjón con puentecito de madera para unir con la actual 28 de Julio y Belgrano. No había industrias, solamente se enfardaba lanas con presas a malacate tiradas por caballos, por lo común percherones, aunque hubo un caballo frisón que llegó a ser famoso, tenía tan calculado el tiro que debía hacer para prensar lana, que si habían cargado más kilos al armar el fardo, él lo notaba de inmediato y se negaba a seguir tirando. Era necesario parar la prensa, aflojar la lana, y comenzar de nuevo, luego de retirar unos kilos lo cierto es que el caballo no se equivocaba nunca y cuando llegaba su hora de descanso paraba. Y no había Dios que lo hiciera trabajar ni un minuto más.
La otra industria era la fábrica de carros, las más famosas eran la del alemán Zarlak y la de Don Pedro Ruiz, estaban también González, Palma y Portillo. Las dos nombradas primero eran las más importantes, hacían desde el más pequeño bulón hasta el más grueso de hierro, todo completamente todo a mano, sin una soldadura, todo a fragua y martillo, recalcaban, estiraban, redondeaban, caldeaban y hacían las cadenas de bulones, los candeleros, completamente todo el herraje a mano y con tal exactitud que no se notaba la diferencia entre piezas.
Hasta 1927 la plaza de Madryn era solo una manzana cercada y con tamariscos en toda su periferia, en esa fecha la Municipalidad contrató a un tal Mastronardi, quien la parceló y plantó pinos, también en la ribera entre la avenida Roca y el mar. Los campos pastoriles alrededor de Madryn, salvo la franja a ambos lados de la vía, estaban despoblados y recién se poblaron por 1925.
Yo era muy chico cuando se pobló la zona de Ninfas, no recuerdo los apellidos de los pobladores pero casi todos fueron poblados de igual forma. Casi siempre se trataba de un hombre joven, emprendedor, con ganas de progreso y mucha fe en sus fuerzas, en su mayoría fueron vascos; cuando conseguían el lugar donde querían poblar guiados por algún vaqueano, se conseguían un carro y dos caballos, un buen barreo y un ladero acostumbrado a tirar la cincha. Los comercios del pueblos les fiaban los primeros comestibles y algunos implementos que conseguían prestados, otros compraban con sus ahorros y completado el equipo se largaban un buen día a poblar su futura estancia.
Los primeros poceros fueron casi todos vascos y hacían pozos de un metro con ochenta centímetros de diámetro, de esta manera cavaban mucho más, sacaban mucha más tierra pero trabajaban más cómodos. Años después aparecieron unos búlgaros a hacer pozos, pero trabajaban distinto; ellos cortaban el cabo a pico y pala y picaban arrodillados, de esta manera hacían los pozos de solo un metro con veinte centímetros de diámetro y con esto conseguían darle más profundidad al pozo.
Así sucedían los días, sin feriados, ni almanaque, picando y sacando tierra, cada vez más hondo hasta que por fin aparecía el agua más o menos salada, más o menos amarga, nunca dulce pero agua al fin.
Era maravilloso ver trabajar a los caballos, aprendían tan bien su trabajo que comúnmente se pasaban cuatro horas para arriba y para abajo con el balde ellos solitos.
Entre estos animales fue muy famoso un caballo azulejo llamado “Barrilete” que el poblador de Ninfas, don Tom Simpson, tuvo allá por el año 1926. Sabía hacer el trabajo solo por horas y horas y con tanta precisión que parecía una máquina y de su sola capacidad dependía el porvenir de todo el establecimiento.
Las mujeres de los pobladores
Tendrían que ser más conocidas, especialmente por nuestros historiadores, la vida que hicieron las esposas de los primeros pobladores, ayudando a formar el establecimiento ganadero. Eran casi todas ellas unas hermosísimas damitas, jóvenes y decididas; recuerdo algunas de aquellas grandes damas de nuestra sociedad trabajando en el corral con sus caritas de muñecas, todas llenas de tierra, con el nene mayorcito aferrado a sus piernas, otro en brazos y un tercero en gestación, firmes, soportando el rayo del sol y el terrible viento patagónico que hacía la vida imposible arrastrando el polvo del corral impregnado de estiércol, arsénico y azufre del remedio de curar la sarna.
Las he visto echar leña, cargar agua y hacer todas las tareas pesadas del campo, soportando la soledad años y años, curando a sus chicos con los propios medios a su alcance, sin médicos ni parteras y sin embargo llevar adelante una familia enorme, sana y fuerte, remendando ropa a mano y enseñándoles ellas las primeras letras alumbradas solo con una vela o candil. Las vi venir solas con sus chicos desde el campo, en su vagoneta a hacer las compras necesarias al pueblo y regresar solas por soledades de muchos kilómetros de caminos, de curvas por horas y horas de viaje.
Cuando el establecimiento ganadero que estas parejas de arriesgados pobladores tenía 8 o 10 hijos, ya estaba bien formado, había transcurrido todo el tiempo necesario para que con el producto de las esquilas poder ir comprando el molino, los alambrados, hacer la casa y contar con el primer auto. Todo esto además de que la zona estaba poblada hacía más llevadera la vida de los pobladores.
Ya había llegado la radio que los conectaba con el mundo, tenían noticias y hasta sabían los precios de los mercados. El progreso había ganado al campo y la soledad desapareció.
Comenzaron a mandar a sus chicos a la escuela, para lo cual mucho contribuyeron los internados de los curas de la Congregación de Don Bosco. Casi todas estas grandes damas sobrevivieron a sus esposos, todas llegaron a abuelas y muchas a bisabuelas y pudieron contemplar cómo su familia se unía a la de sus vecinos a través de nuevos matrimonios al extremo de que hoy, la ganadería de toda punta Ninfa, la Península Valdés y los alrededores de Madryn es toda de una sola familia.