lunes, 7 de octubre de 2024

Paraje La bajada

Luego de partir de Lago Blanco, la primera parada del itinerario era el boliche de La Bajada, ubicado a quince kilómetros. Allí existía una pendiente muy pronunciada donde el camino tomaba forma de caracol. El ascenso presentaba muchas dificultades a causa del abundante canto rodado y la arena suelta del suelo. En el paraje residían dos familias que se dedicaban al comercio, los Corball y los Bruñaltti. Emilio Corball estaba casado con Martha Bruñaltti y tenían ocho hijos, todos con nombres árabes. El boliche de Corball fue construido en 1914 y se lo vendió en 1940 a Giménez y Goi, luego de una racha de mala suerte en la que fallecieron su esposa y cuatro de sus hijos. Frente a su boliche, al pie de la ladera del cerro por donde pasaba la ruta, residía la familia Bruñaltti. La misma estaba compuesta por Alberto Bruñaltti y Juana de Dios Hermosilla y sus nueve hijos: Rosa, Rosalía Esther, Martha, Juana Ofelia, Juan Ángel, Argentino Ernesto, Alberdía Isabel, Martín y Evangélica. En un mismo edificio convivían el comercio de ramos generales, salón-comedor, hospedaje y las habitaciones de la familia. El establecimiento se complementaba con una quinta, corrales para ganado, lavadero de ovejas, galpón para los camiones propios, depósito de forraje y un leñero donde depositaban troncos de ñire, algarrobo y molle. Las dos familias poseían camiones para transportar la lana de los vecinos a la costa. Algunos de los visitantes más asiduos a los comercios y el boliche eran los tehuelches de la reservación del Chalía. A fines de la década del 20 se edificaron en La Bajada un Juzgado de Paz y un colegio. Fue la primera población argentina de la zona. Hoy en día perduran algunas ruinas y al lugar sólo se puede llegar a pie.

Paso Río Guenguel

Al seguir el camino, se pernoctaba en Río Guenguel, el boliche-hospedaje fue fundado en 1913 por el chileno Custodio Ojeda. Hasta que Ojeda lo vendió en 1919 a Cirilo Echemaite, al vado que existía junto al boliche se lo llamó “Paso Ojeda”.

Inauguración del primer puente sobre el río Guenguel (1939)

En algunas ocasiones, para poder sortear el río, cuando aún no existía un puente que lo cruzara, según la época del año y el caudal del río, los viajeros debían esperar hasta una semana. Cuando las aguas permitían el paso, para que no se mojara el motor se lo cubría con una lona y se pasaba el automóvil a la ribera opuesta tirándolo con caballos. Entre 1930 у 1939, “Cachilo” Casanova fue el cuarteador que se ocupó de la labor de cruzar los automóviles con su tropilla de caballos. Residía en el boliche del Guenguel y, según se cuenta, había acordado un arreglo con el dueño del comercio para obligar a los viajeros a pasar varios días allí. Con ese fin, como quien no quiere la cosa, de vez en cuando varaba algún automóvil en un posón del río. Irremediablemente, la víctima se veía obligada a hospedarse en el boliche. Algunos pobladores, ya al tanto de las picardías de Casanova, lo obligaron a conducirlos por buen camino a punta de pistola. Con el paso de los años, unos médanos cambiaron el curso del Guenguel bifurcándolo en varios brazos por lo que, al disgregarse, su caudal disminuyó y facilitó el paso. En 1939, bajo la dirección del multifacético pionero de la aviación patagónica, el lituano Casimiro Szlápelis, se construyó el primer puente. En 1965 una gran creciente rodeó al puente y le socavó los terraplenes de acceso. Quedó inutilizado, aislado en medio del curso de agua, como si fuera una absurda isla artificial. A partir de 1929, los propietarios fueron los hermanos Chible, de origen Sirio. Los siguientes fueron de origen vasco: Barrios, Julián Lancheta, Joaquina viuda de Lancheta, Valer y Domingo Arre. En la década del ’40, el boliche tenía capacidad para albergar 26 pasajeros, comedor y surtidor de nafta. Arre, dueño de un campo vecino, en 1975 adquirió el boliche para cerrarlo y luego demolerlo en parte, inutilizándolo definitivamente.

Mata Magallanes

A cincuenta y cuatro kilómetros de Río Guenguel, se encontraba el paraje Mata Magallanes. En esa pampa se unían las rutas provenientes de las localidades de Río Mayo, Lago Blanco y Comodoro Rivadavia. Era un punto estratégico. El nombre del lugar surgió porque allí, durante años, un tal Magallanes utilizó como vivienda unas matas de Calafate.

El boliche fue fundado en 1917 por el español Arturo Amusategui. En un principio el boliche consistía en una modesta construcción de adobe compuesta por unas pocas habitaciones. Como el boliche se situaba sobre una descomunal meseta lisa y árida, para conseguir agua el propietario debió cavar un pozo de 20 metros de profundidad. En la década del 30 lo adquirió un tal Valentín Vergara, el que falleció a fines de la misma década. Luego la viuda de Vergara contrajo matrimonio con Crisóstomo Sayes, con quien siguió al frente del boliche. A mediados de la década del 40, Sayes se lo vendió al portugués Mariña. Más tarde, sucesivamente pasó a manos de Jorge Cunningham hijo (1950-1954), Arsenio González y Trillo, que lo tuvo en concesión durante dos años. En 1976, el yugoslavo Nicolás Kellez, dueño del campo vecino, se lo compró a Arsenio González y demolió el edificio.

El Quemado

A Mata Magallanes le seguía El Quemado, situado a unos 20 kilómetros de distancia, al pie de la falda de una meseta que se caracterizada por ser muy fría. El boliche-hospedaje fue fundado en 1913 por el sirio Félix Aldaux. El siguiente propietario fue el argentino Rafael De La Fuente. El paraje tomó su nombre de “Aguada del Quemado”, paraje que en 1900 ya era utilizado como parada por las tropas de carros que unían la cordillera con la costa del océano Atlántico. Para los carreros era un punto estratégico, ya que allí encontraban agua potable y podían alimentar las caballadas en los pastizales que regaba el manantial. Hasta que se fundó el boliche de Mata Magallanes en 1917, y que los automóviles reemplazaron a los carros a fines de la década del ’20, para los viajeros El Quemado resultaba muy importante ya que era como una especie de oasis en medio de la desolación. Un nuevo trazado de la ruta en la década del ’30 obligó a trasladar el edificio del comercio unos mil metros hacia el norte. En la actualidad perdura la vieja construcción, que es utilizada como casco de estancia.

Los Monos

Del siguiente, de Los Monos, existen varias anécdotas que dan cuenta del origen del nombre, pero todas coinciden en atribuirle la autoría a unos carreros. Una de ellas se la asigna a una comisión de estudio que acampó en el lugar y al partir dejó olvidado al reparo de unas matas un volumen de historia natural, cuyas láminas estaban ilustradas con dibujos de monos. Luego la primera tropa de carros que pasó por allí encontró ese volumen y, tras entretenerse un rato con las ilustraciones, decidieron bautizar al lugar con el apodo de “Los Monos”. Según afirma otra historia; la causa fue la fealdad estética de los primeros propietarios del boliche. Aunque años más tarde el negocio cambió de dueños y lugar, el nombre perduró. Los fundadores del paraje fueron los hermanos Isiderio y Pedro Borda. El último falleció a poco de establecerse en el lugar. Isiderio era un hombre de baja estatura, de carácter alegre, adicto a los juegos de naipes y, según aseguran los que lo conocieron, muy ladino en su proceder. La amplia casa de Borda era de adobe blanqueado con cal. Sobre la parte trasera, al pie de un suave faldeo, tenía una gran arboleda de álamos y rosa mosqueta, separada en dos cuadros de treinta por veinte metros. A un costado, en medio de un matorral de calafate, se encontraban tres cruces que señalaban la presencia de las tumbas de su hermano Pedro, su mujer y un niño.

Fragmentos del libro “El viejo oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado

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