Los agricultores franceses y otros lugareños conocieron a Rosa Guarú en la vejez, y con esos testimonios el jefe de Correos Pedro Ordenavía reconstruyó un episodio de los últimos años. En 1865, la guerra del Paraguay se inició con la invasión de Corrientes por los ejércitos que marchaban hacia la Banda Oriental. Cierta tarde de agosto, un oficial paraguayo, desprendido de la columna que conducía el mayor Pedro Duarte por la costa correntina del Uruguay, se acercó exhausto a pedir agua a una humilde casita en las proximidades del río Guaviraví. Allí habitaba Rosita, quien no le rehusó hospitalidad, conversó de muchas cosas con el ocasional visitante y le preguntó por José de San Martín:
-En la Banda Oriental supe que se había hecho militar y llegó a ser un gran guerrero.
-Lo único que yo sé –contesto el hombre- es que San Martín murió desterrado de su patria. La anciana inclinó con tristeza la cabeza blanca y las lágrimas corrieron silenciosamente por su rostro ajado. Antes de que se fuera, le pidió al oficial que le escribiera su nombre para recordarlo, y él anotó en un papelito: Juan Anzoátegui.
El relato añade que la última voluntad de Rosita fue que la enterraran con una bolsita de género pendiente del cuello, que contenía una borrosa estampa de San Martín y aquel papelito con el nombre de Juan Anzoátegui. Según las crónicas, falleció entre 1872 y 1875 en Aguapé, un poblado situado dos leguas más al norte, cuando tenía más de ciento diez años.
Libro “El secreto de Yapeyú” El origen mestizo de San Martín, de Hugo Chumbita