jueves, 12 de septiembre de 2024

Temida por policías y criminales, en una tierra tan inhóspita como deshabitada, Elena Greenhill se convirtió en leyenda. La apodaban “La bandolera inglesa”, famosa por su puntería y actos de cuatrerismo, o “la Grinil”, la inglesa espigada que vivió el mundo rural, comerciando ganado y enamorando hasta que la traición de un hombre despechado la llevó a la tumba. Una historia con pulso de road movie y con mucho de western. Porque Elena Greenhill vivió cabalmente el lugar que le tocó vivir: la Patagonia de fines de siglo XIX y principios del XX, mundo de fronteras. Un mundo que reconstruye magistralmente el escritor y periodista Francisco N. Juárez. El mundo de los territorios nacionales, el del más allá de la civilización; espacio de anarquía peculiar donde no faltaron policías analfabetos y de alpargatas que compartían el poder con jueces de paz beodos y aventureros, cuando no aliados de los exiliados de la ley. Mundo marginal, de foráneos, de culturas diversas y morales encontradas. Relato de un tiempo, aquel en el que las mujeres no tenían más derechos que los niños; y de los grandes acontecimientos de esta bisagra del siglo: la llegada del ferrocarril a la Confluencia; el traslado de la capital a la Confluencia; la matanza de los turcos en la Línea Sur, las fiestas del Bicentenario. También están presentes las relaciones con Chile, los circuitos comerciales de entonces, el mundo ganadero, los interminables arreos, los personajes de los pueblos, los medios de comunicación, las primeras logias masónicas. Una reconstrucción total de aquél mundo, que es uno de los principales méritos del libro; que fue escrito con la paciencia de un orfebre, al calor de archivos judiciales, hemerotecas y kilómetros andados aguzando sentidos. Una obra de perfecta ambientación y que contiene a un personaje que bien merecía un libro. Porque recuperar y resignificar a Elena Greenhill, es el mayor de sus logros. El mundo de una mujer, un destino posible dentro del acotado ramillete de opciones que una mujer podía tener entonces. La dramática vida de la bandolera inglesa, que no fue más que una mujer apasionada en pleno romanticismo. Elena Greenhill acompaña al periodista y escritor Francisco N. Juárez hace más de 50 años. Como un ánima poderosa, ella estuvo siempre en sus travesías por esta región como buscador de historias. Le preguntamos por qué la eligió, qué le cautivó de esta mujer. “Respecto del caso muy atípico de la bandolera, los relatos de la tradición oral deshilvanada en boliches sobre ‘la inglesa’ (no sabía su nombre por entonces) me fascinaron desde mis primeras andanzas sureñas de mediados de los años 50. Fue un proceso lento, porque eran muchos los personajes que descubría mi voracidad, pero ella ocupó una de mis mejores preferencias indagatorias. Pero cuando fui orientando mi investigación documental el personaje me cautivó mucho más. La razón, no desecha el género, o mejor dicho, gesta el motivo principal del deslumbramiento apenas la Greenhill, romántica como la mejor de las mujeres, actúa con la desinhibición, agresividad y réplica (de venganzas, burla, ataque armado) de un hombre, pero no cualquier hombre, sino el más corajudo. Desde luego, el mayor placer fue la saga documental (la investigación), de cada escenario donde vivió los mejores y los peores momentos de su vida”. Un encadenamiento de sucesos que agigantaron su curiosidad y definieron su búsqueda. “Es una historia larguísima en mi vida. Buena vida. Tengo miles de fotocopias de expedientes penales de archivos diversos, incluso fotografiando los rastros, a partir de encontrar la Biblia de la familia y haber estado en Bath (Inglaterra) donde se casaron los padres o en la tumba del padre en Santiago, Chile. Allí hice hemeroteca con diarios de Victoria y encontré el registro en el cementerio del padre. Desde encontrar a una familia que fue en Comodoro Rivadavia amiga de uno de los hijos de la bandolera, hasta que hace poco visité cerca de La Plata a la hija menor del policía Valenciano que la mató (y del que Bayer escribió por su tropelías en Santa Cruz con el asunto de la huelga obrera), hubo una seguidilla de casualidades que colaboraron para que llegara a este libro”. Elena Greenhill fue una inmigrante que llegó a la Araucanía chilena en 1888. Sus padres vinieron como colonos. Tuvo una infancia de privaciones, once hermanos y responsabilidades tempranas. Se radicaron cerca de Puerto Montt, como tantos otros extranjeros. “La Grinil”, había nacido en 1874 en Yorkshire, Inglaterra. Como toda mujer de su tiempo, traía impreso que debía casarse, debía someterse a su destino, equivalente a los deseos del marido. Como casi toda mujer de su tiempo, se casó con un hombre mayor (20 años más que ella), a quien siguió tanto en la “dicha como en la adversidad”, que para Elena fue abundante en penas. Cómo esta esbelta inglesa devino en bandolera sigue siendo un misterio. Al menos una extrañeza. Lo primero que se percibe al avanzar en las páginas, es que lo pudo haber hecho por aburrimiento. Era una mujer inteligente que vivía en las tierras más inhóspitas. De algún modo, se adaptó a todo. Y aprendió de lo que podía, esto es, de un marido cuatrero que vivía en conflicto con la ley. “No eligió una vida fácil. La inglesa odiaba las clásicas amas de casa sometidas entre hacendados y complacientes. Pero cocinaba y cosía lo necesario. Privilegiaba, eso sí, sus pasiones y conservaba todos los códigos de los ritos amorosos y costumbres románticas. Perfumaba las cartas de amor y siempre creyó que la entrega de un mechón de cabello significaba un compromiso de amor exclusivo –aunque no duradero y mucho menos definitivo– con el nuevo amante…”, la define Juárez hacia el final de su texto. Se casó con el chileno Manuel de la Cruz Astete, de 38 años. El marido la llevó al otro lado de la cordillera, precisamente donde se dibujaba el camino del ganado que transitaba entre Río Negro y Neuquén. De algún modo continuó en el mundo rural, pero lo que vendría la invitará a desplegarse en lugar distinto: el de la amazona armada. ¿Podría haber hecho otra cosa en este mundo? No había muchos antecedentes de mujeres bandoleras por aquí, uno apenas: Etha Place, de la banda de Butch Cassidy y The Sundance Kid, quienes vivieron en la Patagonia en la misma época pero nunca se cruzaron con Greenhill. En algún punto, esta joven inglesa se distancia de Etha, que dejó su vida de maestra en los EE. UU., y eligió formar parte de una banda que se estableció en Cholila. Elena, no eligió –o eligió a medias– si su objetivo fue el de huir de una casa en donde estaba destinada a reproducir su rol. Elena partió con su marido y desde entonces comenzó a mutar. De su mundo familiar y campestre, fue llevada a un mundo de frontera, de peligros, soledades y absoluta escasez. Un territorio de hombres rudos en el que ella sacó las uñas como debía hacerlo para sobrevivir. Una joven que se las rebuscó como pudo para no perder su romanticismo, su pasión, y su femineidad; aunque se haya convertido en una mujer de armas llevar. Nada fue gratuito para Elena. En su intento se le fue la vida. Unos diez años después de casada, y con dos hijos pequeños, la vida de la inglesa dio un vuelco trágico. En 1904 se la acusó de instigar la muerte de su esposo, desaparecido en el paraje neuquino donde vivían, Catan Lil. La peor prueba en su contra fue la de haberle sido infiel. El autor material –según el sumario judicial– había sido un peón que Elena tenía de amante. A ese episodio policial se enhebraron los principales trazos de su vida. La de adulta. La que vivirá en adelante. Eligiendo con quién dormir, en quién confiar y cómo sobrevivir. Las páginas que restan comienzan con la saga para dar con el cadáver del marido de Elena; sigue con crónicas policiales, encarcelamientos sucesivos, romances transgresores (como el que tuvo con Martín Coria, leguleyo que la defendió en el juicio y que terminó casándose con ella), persecuciones, robos y tiroteos, propios del mejor western. Este es el tiempo de Elena. “Su vida de bandida empezó en el mismo momento en que desapareció el marido”, dice Francisco Juárez, autor de su biografía novelada y también del libro “Historias de la Patagonia” (Ediciones B), que revisita en “La Bandolera inglesa en la Patagonia”. Pero, lo cierto es que otra pareja la determinó, Martín Coria. Con él vivió un tierno romance, que duró tanto como su primer matrimonio. Con él se mudó a Montón-Niló, un paraje de Río Negro, donde pusieron un almacén de ramos generales. Paralelamente, se dedicaron a la compraventa de hacienda, a la producción de ovejas, al robo y la estafa. Vendían hacienda robada y no pagaban a los proveedores del almacén. Durante estos años, Elena conoció Buenos Aires, donde mandó pupilos a sus hijos; vivió en Chubut y terminó de definir su carácter. Rara vez estaba desnuda de armas y rara vez experimentó paz en su espíritu. Elena fue una extraña, una extranjera de su tiempo. Nunca regresó a su patria. Nunca regresó a su familia. Así lo determinó al llegar a los 30 años. Apenas se ocupó de tener una cocina económica y una máquina de coser en un hogar que sabía a guarida. Le decían “La bandolera”, pero ella nunca mató a nadie. Hizo negocios limpios y sucios. Y fue audaz para los negocios y para el amor. Dotes difíciles de digerir por su sociedad que la condenaba una y otra vez. Aún así, Elena hizo suficientes méritos para ser leyenda, aunque silenciada o malinterpretada por la perspectiva masculina que impregnó la historia. Murió por una emboscada que le tendió un hombre despechado, un ex policía territoriano que había sido su amante fugaz. Tenía 43 años. “La repercusión periodística de la muerte de la inglesa fue inmediata –relata Juárez–. La primera breve noticia la dio ‘La Nación’ el domingo 4 de abril: ‘Muerte de una mujer bandolera’… ni el semanario porteño de habla inglesa ‘The Southern Cross’ difirió de sus colegas. El viernes 9 de abril coincidió con ‘La Nación’ en encuadrar las andanzas de la Greenhill dentro del bandolerismo (tituló ‘Woman bandiy shot’), poca cosa para una mujer que se atrevió a vivir de otra manera”.

Libro “La bandolera inglesa en la Patagonia”, de Francisco N. Juárez (Ediciones B, Grupo Z)

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