viernes, 11 de octubre de 2024
El portero uruguayo Mazurkiewicz ante Connelly en el Uruguay-Inglaterra del Mundial 66

Se dan por ciertos un montón de tópicos sobre la personalidad de los porteros de fútbol, a menudo edificados sobre manidos conceptos como la soledad o la locura. Sin embargo, los más grandes guardametas de la historia han sido personas sencillas, sacrificadas, cabales y, eso sí, con un toque de genialidad que les hace especiales.

Así era Ladislao Mazurkiewicz Iglesias (Piriápolis, Uruguay, 14 de febrero de 1945 – Montevideo, 2 de enero de 2013) y así lo describe el también uruguayo Víctor Espárrago, exfutbolista y compañero suyo en la selección celeste. «Fue, sin duda, el mejor guardameta que ha dado Sudamérica –afirmó en ‘El País’ el exentrenador de Sevilla, Valencia o Valladolid, entre otros clubes-. Era un tipo muy serio, siempre centrado en el fútbol, de gran personalidad. Lo mejor era su colocación. Había practicado baloncesto en su juventud y eso le ayudaba para saltar y salir a por los balones. Con 21 años, en el Mundial de Inglaterra, nos mandaba a todos».

Esa Copa del mundo, la celebrada en el año 1966, fue la primera de las tres a las que acudió Mazurka, uno de los muchos apodos que le pusieron para regatear su poco común nombre y su apellido imposible. Allí, en Reino Unido, mostró esa personalidad de la que habla Espárrago. No hizo falta esperar mucho. Lo hizo en el estreno -nunca mejor dicho-, en el escenario más majestuoso y ante Su Majestad.

Tras décadas de impaciente espera, los inventores del fútbol organizaban por fin un Mundial. El 11 de julio, la selección anfitriona, Inglaterra, abría el torneo frente a Uruguay en el imponente estadio de Wembley. Finalizada la ceremonia de inauguración, Isabel II, reina de Gran Bretaña, esperó a que los dos equipos salieran de los vestuarios y formaran sobre el césped. A continuación, fue saludando uno a uno a los jugadores y al trío arbitral.

Lo que sucedió en aquel breve e histórico paseo real lo contó así en varias entrevistas el propio Mazurkiewicz: «Vino la Reina a saludarnos a todos, la saludé y le dije en mi español: ‘Hoy les ganamos’. Bueno, no les pudimos ganar, empatamos a cero». En la comitiva, junto a Isabel II, el príncipe Felipe de Edimburgo, su marido. El portero uruguayo le dio la mano y, también en castellano, le espetó: «Vos sí que estás pintado», expresión que en varios países sudamericanos es similar al «tú no pintas nada» que se utiliza en España. Sus compañeros, alineados sobre la hierba londinense, no daban crédito a lo que acababan de escuchar. Intencionadamente o no, el descaro de aquel joven guardameta sirvió para aligerar la tensión de los suyos.

«Lo más importante de aquel Mundial creo que fue el debut contra Inglaterra, se sacó un empate a cero en un partido que pudimos haber ganado –rememora Mazurkiewicz en una entrevista publicada en 2004 en la página web oficial del Peñarol de Montevideo, el club de su vida-. Me acuerdo del estadio de Wembley repleto con 100.000 personas coreando el nombre de su país, fue impresionante eso. En lo personal, ese encuentro fue muy positivo porque hacía más de treinta años que un arquero no salía invicto de Wembley y, por suerte, no me convirtieron, lástima que Uruguay no ganó. Según la prensa inglesa, después de ese cero en nuestra portería se había quebrado un record. Para mí y también para mis compañeros fue un orgullo».

Pelé y Cruyff
Cuatro años después, siguiente campeonato del mundo y siguiente anécdota para la historia del fútbol universal. Esta vez con la pelota por medio y con otro protagonista monárquico, ‘O rei’ Pelé. 17 de junio de 1970, estadio Jalisco de Guadalajara, Brasil-Uruguay (3-1), primera semifinal del Mundial celebrado en México: Tostao, centrocampista brasileño, avanza con el balón pegado a su zurda y la cabeza levantada. Ve el desmarque de Pelé y dibuja un pase adelantado. Mazurkiewicz, atento, sale corriendo fuera del área y se tira al suelo intentando tapar el remate. Sin embargo, ‘O Rei’ no toca el balón. Amaga con todo su cuerpo y lo deja correr. Rodea al portero, llega a la pelota antes que el uruguayo Mújica y remata cruzado. Otro defensa, Ancheta, corre desesperado a cubrir la portería, pero se pasa de frenada, se cae al suelo y no puede detener el balón. Millones de espectadores cantaban ya el gol de los goles, pero el remate salió desviado a escasos centímetros del poste derecho.

Así lo recordaba el Chiquito, otro de los apodos del cancerbero suramericano debido a que era el menor de cinco hermanos: «Fue una jugada muy rápida; metieron un pase en profundidad, donde Pelé entraba solo y a mí en ese momento lo único que me quedaba era salir afuera del área para achicarle el arco. Lógicamente, el único que era capaz de hacer algo así era Pelé y no otro; muy hábilmente, dejó pasar la pelota para definir, pero se le abrió demasiado y como le achiqué rápido el ángulo no le dio para poder hacer el gol. Después de verla muchas veces, me convenzo cada vez más de que si no hubiera salido, Pelé seguro que hubiera entrado con pelota y todo al arco. Yo salí y Pelé hizo una jugada excepcional, pero no fue gol. Y eso es lo que yo siempre quise en mi vida, que no me hicieran gol».

Para Mazurkiewicz, ese Mundial fue la consagración: «Lástima que perdimos con Alemania (1-0) aquel partido (final de consolación). Merecimos ganar y hubiéramos sido terceros. México 70 fue un Mundial bueno para Uruguay; además, fuimos la selección menos goleada». De hecho, él fue elegido como mejor portero del torneo.

Y de enfrentarse a Pelé, a verse las caras con Johan Cruyff en el Mundial celebrado en 1974 en Alemania Federal. Uruguay cayó en el Grupo 3 y el primer partido fue el 15 de junio en Hannover ante una impresionante Holanda. La selección celeste perdió 2-0, pero esto se lee en la crónica de la revista ‘El Grafico’: «Todavía seguimos impresionados, seguimos pensando en los holandeses. Uruguay perdió por dos goles, pero es mentira, absoluta mentira. De tan leve condena, el único responsable es ese gran arquero que es Mazurkiewicz. Estos holandeses fabricaron entre ocho y diez situaciones claras de gol. Porque es gol cada vez que parten, porque es gol cada vez que llegan». El equipo suramericano no ganó ni un partido y fue eliminado a la primera. Mazurka tenía 29 años y cerró su participación mundialista con 13 partidos disputados (16 goles encajados).

Ladislao Mazurkiewicz fue portero por casualidad. Hijo de un polaco –otro de sus apodos- y una española, empezó jugando al baloncesto. Luego, a los 13 años, trabajaba en un taller mecánico cuando un cliente, directivo del Racing de Montevideo, le llevó a entrenarse al club. Él jugaba de centrocampista, pero un día faltó el portero en uno de los equipos de categorías inferiores y le pidieron que ocupara su puesto. Lo hizo tan bien que al final del entrenamiento le probaron en el lanzamiento de penaltis. «Estuve bárbaro, me tiraron diez penales y atajé seis –recordaba el propio Mazurka-. A mí me ayudó mucho el baloncesto que practicaba en el club Olivol, eso me daba seguridad de manos e idea para salir a cortar los centros. Después comprobé que también me dio elasticidad en la piernas».

Le hicieron ficha, por supuesto como guardameta, y fue ascendiendo de categoría hasta que en 1964 debutó con el Racing en Primera. Apenas un año después fue contratado por uno de los grandes de Uruguay, el Peñarol de Montevideo, su hogar futbolístico al que regresó en 1976 y 1981. Allí explotó como cancerbero y vivió sus primeros y grandes títulos: Liga (1967 y 68), Copa Libertadores (1966) y Copa Intercontinental (1966) ganada al Real Madrid. Completó su periplo en Brasil –Atlético Mineiro-, España –Granada-, Chile –Cobreloa- y Colombia –América de Cali-.

El sucesor de Yashin
El portero uruguayo tuvo la suerte y la satisfacción de ver refrendada su categoría por los más grandes futbolistas de su época. Tanto en los Mundiales ya reseñados como en citas especiales de las que él guardaba muy grato recuerdo: «Tuve la suerte de formar parte de varios equipos llamados ‘resto del mundo’ en diferentes partidos amistosos. El primero en el año 1968 en Maracaná, en un homenaje a Pelé, donde jugué con Beckenbauer y Yashin, entre otros. Después, tuve la invitación para integrar un ‘resto de América’ muy recordado, en la despedida de Ratín (exfutbolista argentino) en La Bombonera. Ahora bien, la que tuvo sabor especial fue la despedida de Lev Yashin».

La relación y admiración que se profesaban los cancerberos uruguayo y ruso son tan famosas como ellos mismos. Sin ir más lejos, ambos vestían de negro. «El arquero tiene que jugar de negro, gris, azul oscuro… no lo tienen que ver los contrarios –explicaba Mazurkiewicz-. Cuando vas por la calle ves a la policía de naranja a 50 metros. Si el arquero viste de oscuro o de gris, con la tribuna detrás, un jugador contrario que está en mitad de la cancha no lo ve, no tiene un punto de referencia».

Lev Yashin invitó personalmente a Mazurka para su partido homenaje, celebrado el 27 de mayo de 1971 en Moscú. Tal «honor» era recordado siempre con mucho cariño por el uruguayo: «De América fui el único arquero. Fue emocionante la llegada, aquel abrazo inolvidable del recibimiento, además pasé horas junto a ese monstruo que era Yashin. Era una persona sensacional. Traductor de por medio, conversamos mucho. Yashin quería conocerme, me trató de forma maravillosa. Recuerdo que le pedí una foto para mi padre autografiada y me la dio sin problema. Era una persona muy sencilla, un grande en todo el amplio sentido de la palabra. Pero para mí fue especial porque fue un maestro, yo me fijaba mucho en él. Era maravilloso ver cómo resolvía situaciones dentro del área atrapando balones por bajo y por alto, sacando con los puños, jugando con el pie. Tenía una noción tremenda no solo del arco sino también del área en su totalidad. Era un arquero completo, un adelantado en técnicas».

Cuando terminó aquel partido de homenaje a la mítica ‘araña negra’, Yashin se quitó los guantes, se los entregó al guardameta uruguayo y le dijo: «Tú serás mi sucesor».

Mazurkiewicz pasó sus últimos años entrenando y aconsejando a los jóvenes porteros de la cantera del Peñarol en Los Aromos, la fábrica de talentos del club de Montevideo. Le gustaba rememorar su vida deportiva y disfrutaba sabiéndose reconocido y querido: «Que se acuerden de uno siendo viejito es lo más lindo que hay»-. Así fue. Y por eso, en enero de 2013, cuando falleció, alguien dijo: «Se fue el Chiquito, se fue un gigante»

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