lunes, 7 de octubre de 2024
Comparsa trabajando. Foto de 1930

Por ser el mayorcito entre los hermanos, me tocó acompañar a mi padre por la campaña, por ello conocí mucho la zona y la forma de vida trabajos en la ganadería que ahora no se hacen o se ejecutan y de realizar de otra forma.

Yo solamente trabajé en una de las máquinas del establecimiento de Ferro, entonces se usaba el peine angosto y la manija Nº 4, y los animales eran muy cerrados de lana, tenían hasta las pezuñas y desde el mismo hocico.

Mi primer trabajo fue ayudar a desarmar la máquina, ajustarla y rearmarla en otra posición, vale decir con los corrales laterales y la salida de las peladas al centro. La máquina tenía veintiséis manijas aunque normalmente trabajaba con veinte, así que, siempre había una horquilla desocupada al lado de la pieza del motor donde yo podía probar alguna manija y de paso aprender algo de esquila.

Se pagaba por el sistema de “lata” o sea una ficha por animal y doble por los carneros; era costumbre del playero o sea el que alzaba la lana esquilada, que tocara la espalda al esquilador y le depositara una lata por cada vellón que le retiraba. Los agarradores se encargaban de atar los animales con tres patas juntas y entregárselos a los esquiladores; los envellonadores armaban redondo el vellón, lo ataban y formaban los llamados “lienzos” que luego estivaban en otro galpón, luego que el capataz les marcaba el kilaje.

El motor de esta máquina era un Triunfo modelo 1904, a nafta. Para la chispa de arranque del mismo disponía de una batería de pilas de 1 1/2 volt cada una y con ello producía una chispita por separación de dos puntas de platino dentro del cilindro. Luego cuando el motor adquiría algo de velocidad ya empezaba a producir corriente un magneto que, por rozamiento de polea de cuero en uno de los grandes volantes del motor, hacía que la chispita de los platinos se intensificara y de tal manera funcionara (o no) el motor. Esto funcionaba a veces otras no, así que la marcha de toda la máquina era bastante alternada, lo que llevó a mi padre a reformar todo el sistema. La corriente la obtenía de una batería común de auto y a través de dos bobinas de alta tensión surtía de corriente a dos bujías dentro del mismo cilindro lo que producía un encendido eficaz y seguro. La carga de la batería la obtenía a través de una dínamo común de automóvil aplicado con correa, lo que permitía que durante toda la esquila no se interrumpiera el trabajo ni un minuto por falta de motor.

La batería de pilas estaba formada por cincuenta frascos de loza de veinte centímetros de diámetro por cuarenta de alto, muchos de los cuales fueron a dar a la despensa de casa como depósito de alimentos. Mi trabajo en la máquina comenzaba después de las nueve, cuando se paraba media hora para comer el asado de la mañana. Luego se continuaba hasta las doce, hora del almuerzo del puchero criollo, se volvía a parar media hora a las cuatro de la tarde para el mate cocido y se detenía la máquina a las ocho donde invariablemente el menú era asado.

Por las borracheras de los esquiladores se había prohibido la venta de vino en la esquila, pero entendiendo que mucha gente realmente necesitaba tomar un trago para poder digerir la comida, se lo empezó a vender nuevamente, primero a discreción, pero como las borracheras continuaban, el capataz dio la orden de vender solamente medio litro por comida. A algunos les sobraba, otros no lo consumían y lo vendían a más precio a los que no les alcanzaba, y había quienes lo retiraban puntualmente y lo iban acumulando en una damajuana la que, para el sábado, ya estaba llena. Entonces se agarraban tal borrachera que les duraba todo el domingo y a veces el lunes no podían trabajar.

Otro motivo de borracheras resultó el alcohol que entregaban para masajes a los doloridos de la espalda. Había un esquilador que siempre se ofrecía para hacer frotaciones a los doloridos, pero lo hacía con el fin de quedarse con una parte del alcohol que luego mezclaba con azúcar tostada y no sé qué otra cosa y se hacía una bebida con la cual se agarraba unas curdas de novela. Enterado el capataz prohibió el alcohol y desde entonces las fricciones se hacían con querosene, pero el voluntario no se ofreció más para frotar a nadie.

La máquina es una instalación fija, galpón de esquila, galpón para guardar la lana, dormitorio, cocina y demás instalaciones. La hacienda se arrea desde las distintas estancias o “puestos” hasta donde quedaba la máquina, a veces hasta más de diez leguas, después de esquiladas se arrean de vuelta. No sé desde cuándo pero hasta 1930 venían de Italia las llamadas comparsas, compuestas por un conjunto de obreros conducidos por un contratista. Muchos de ellos no sabían absolutamente nada de esquilar, pero aprovechando el invierno europeo, se venían a hacer aquí el verano. A mí me tocó ir a buscarlos al barco que los trajo a Madryn una vez, no sabían hablar castellano, no traían nada de ropa, no sabían lo que tenían que hacer pero como la plata argentina valía mucho para ellos, tenían unos deseos locos de ganarla. Los primeros días dormían en el suelo pelado, pero de a poquito juntando las sobritas de lana que quedaban en el suelo se iban haciendo de unos colchones enormes, al extremo de que cuando llegaron cabían todos en medio camión, pero cuando se iban el camión se completaba de carga con los colchonazos que cada uno se llevaba.

Estos trabajadores golondrinas -como se los llamaba- hacían primero la esquila, luego viajaban a hacer las cosechas tempranas, después regresaban a la matanza de lobos, volvían a las cosechas y recién pasado el mes de marzo. De estas comparsas siempre se desprendían algunos que se quedaban a probar fortuna, pero la mayoría seguía fielmente al jefe que los había traído y que luego los llevaba de regreso en algún carguero económico.

Fragmentos de “El Madryn olvidado”, de Juan Meisen

 

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