Con Milei estamos volviendo al viejo debate entre fondo y forma. ¿Qué importan algunos insultos o agravios por más soeces que sean, si se baja la inflación y el déficit?, lo que vale es el fondo, no las formas, dicen sus seguidores. Pero con la rebelión de los universitarios, algo cambió: éstos le contestan a Milei del mismo modo que él les habla a ellos y a casi todos. Por eso, por primera vez en el gobierno anarcolibertario el debate ya no es sólo entre forma y fondo como dicen los mileistas, sino de ratas contra ratas.
Javier Milei, como candidato y también como presidente, acusó de “rata comunista” a Horacio Rodríguez Larreta y simplemente de “ratas” a los miembros del Congreso en más de una oportunidad, ya sea porque se aumentaron los sueldos o no le votaron una ley. Sin embargo, algo cambió con el debate universitario, que terminó siendo un conflicto presupuestario pero que se inició como un conflicto ideológico ya que el anarcolibertario siempre mostró poca simpatía por la universidad pública y absolutamente cero simpatía por los científicos aglutinados en el Conicet e instituciones similares. Eso generó una reacción multitudinaria en defensa de la educación pública, que ahora felizmente parece haberse zanjado en un aspecto: el énfasis -novedosísimo- que después del veto pone Milei en asegurar su convicción plena de la defensa de las universidades en manos del Estado, aunque critique -a veces con razón- a parte de sus autoridades. Pero las secuelas del conflicto inicial no se apagaron y ahora se confundió todo: lo ideológico con la cuestión salarial y los insultos que hasta ayer sólo pronunciaba el presidente, ahora lo pronuncian también muchos defensores de las universidades que acusan de “ratas” a los diputados que votaron a favor del veto a la ley de financiamiento universitario. Hoy, todos acusan a todos de ratas. Y además de tomas de facultades, hay trompeaderas estudiantiles entre kirchneristas, franjamoradistas y libertarios. Todo parece haberse ido de las manos, cuando si desde el principio, se hubieran usado con prudencia las palabras, quizá este debate no hubiera existido o hubiera existido de modo mucho más racional. Sin acusaciones generalizadas de ladrones y corruptos a las autoridades universitarias no mostrando una sola prueba, y sin escraches y declaraciones de personas no gratas por parte de las universidades a los que apoyaron la ley. Sin que todos y cada uno creyeran que la rata es el otro.
Ha aparecido en Brasil un candidato de ultraderecha que está creciendo electoralmente. Se llama Pablo Marcal y sostiene todas las excentricidades ideológicas de Bolsonaro o de Trump (Milei todavía sigue siendo un niño de pecho frente a estos personajes que toman Capitolios o tientan a los militares para hacer golpes de Estado) solo que insulta más y con mucha más fuerza todavía. Eso es lo único que lo diferencia, los insultos potenciados a la enésima potencia, que lo han llevado hasta a llamar izquierdista a Bolsonaro. Los agravios y difamaciones, que siempre fueron usuales en las redes, ahora lo son también en la política y en general en todo el foro público. Y a una parte importante de la sociedad (ignoro si es mayoritaria o no) le encanta que los candidatos que votan sean insultadores profesionales porque parece que eso coincide con sus odios contra la clase política en general. Pero ahora se insulta a todos. Y todos insultan a todos. No sólo porque sean soeces, sino por ganas de ofender, de provocar, de humillar. O sea, para lo mismo que se usaron los insultos a través de los siglos pero inmensamente potenciado por las nuevas tecnologías. Aunque de allí a creer que eso tiene que ver con algún tipo de nueva política, no parece tener mucho sentido lógico.
Cuando se habla de estas cosas con los mileistas más cerrados, ellos te miran con aire de suficiencia diciendo que sós un enano mental, que de haber sido por vós hubiera ganado Massa, que no tiene ningún sentido fijarse en estas pequeñas tonterías de forma ante los grandes transformaciones de fondo que se avecinan. Y ese es el verdadero debate, más que los insultos en sí: la diferencia entre forma y fondo, que en la Argentina tiene su historia. Contemos una parte de ella. La que empezó en 1930 y de algún modo se prolonga hasta ahora.
En aquel aciago 1930, nacionalistas y liberales antiyrigoyenistas, para derrotar al “tirano” elegido dos veces por las urnas, realizaron el primer golpe de Estado del siglo XX en la Argentina. Muchos liberales que justificaron el golpe y los fraudes cometido en esa década decían que a veces para salvar el fondo, o sea la República verdadera, hay que ignorar transitoriamente las formas, o sea el voto popular.
De algún modo, aún en las antípodas entre ellos, los gobiernos posteriores hasta 1983 casi todos razonaron de manera similar en un país fracturado donde derrotar al enemigo era lo que importaba, no debatir pluralmente con él.
En 1955, luego de derrotado el “otro tirano” (también elegido dos veces por el pueblo) con un nuevo golpe de Estado esta vez antiperonista, los defensores del régimen depuesto dijeron, hasta el regreso en 1973 del General Perón, que a él lo habían derrocado por formalidades que los justicialistas más lúcidos, admitían que no deberían haberse producido, como el adoctrinamiento escolar (”Perón y Evita me aman” decían todos los textos de la primaria), la obligación de afiliarse al PJ para tener un cargo público y para cualquier cosa o la exigencia de guardar luto por el fallecimiento de Eva Perón. Pero, decían la mayoría de los peronistas que aguardaban el regreso del líder, lo importante fueron las conquistas sociales y todas las transformaciones económicas que eran el fondo de la cuestión. No se debieran haber sacrificado las formas, pero si había que elegir….
Esa concepción sostenida por casi todos los políticos y militares hizo eclosión en la ominosa década del 70 (tan ominosa que hasta aún hoy anda presente en los debates actuales de todos los partidos e ideologías, no como si fuera parte de la historia, sino como algo aún vivo que no nos deja en paz). En aquel entonces voló el fondo y la forma. Voló todo, tanto con peronistas como con militares, y la concepción de diferenciar la forma del fondo llevada al extremo fue, sin dudas, una de las causas (no la única pero sí importante) de tamaño caos. Ejemplos bien concretos: los guerrilleros decían que el fondo era hacer la revolución y si para lograrla había que sacrificar algunas formas como matar sindicalistas y militares, pues bueno…. Los militares luego dijeron exactamente lo mismo aunque dado vuelta: el fondo era salvar al país del comunismo, y si para ello había que dejar de lado ciertas formas como torturar y matar a los comunistas, pues bueno…
Luego vino la edad de oro “formal” de la República y de la Constitución (lástima que no lo haya acompañado la economía) con Raúl Alfonsín, quien de manera explícita y contundente fue quizá uno de los primeros en su nivel en sostener que el fondo y las formas eran igual de importantes. Que no había uno sin el otro. Que la democracia, para sobrevivir a largo plazo no podía hacerlo sin las formalidades institucionales (y lo cierto es que aún maltrecha en otros aspectos, esa democracia es la más prolongada de la historia del país). Algo parecido afirman hoy los ganadores del premio Nobel de Economía 2024, al sostener, según investigaciones empíricas, que se puede crecer económicamente con dictaduras, pero en la mayoría de los casos el tiempo de duración de esas reformas es mucho menor a si se hace respetando las instituciones republicanas.
En esos años 80 tanto radicales como peronistas renovadores compartieron la misma concepción, pero la historia en la Argentina no nos quiere dejar en paz nunca. Siempre regresa, pero peor. Los dos prolongadísimos reinados peronistas, el de Menem y el de los Kirchner no se interesaron tanto por ese debate. Aunque Menem intentó banalizar y copar con sus obsecuentes las instituciones y los Kirchner querían cambiar a la República por vaya a saber que otra cosa y de allí sus denuestos a la prensa, a la Corte Suprema, a los opositores y a tantos otros. Pero para estos dos tipos de peronismos populistas la contradicción más que forma-fondo era la de “roban, pero hacen”. Fórmula con la que los intelectuales liberales primero con Menem y progresistas después con los Kirchner, seducidos por estos peronismos que les hablaban como ellos querían (aunque repitieran consignas a lo loro para captar a sus nuevos públicos), podían calmar un poco su conciencia, diciendo durante esas tres décadas lo que acaba de decir nada metafóricamente, una militante peronista de base, en apariencia honesta personalmente y que sigue siendo pobre, llamada Mayra Arena: “Soy pro corrupción porque roban pero hacen”. Pero lo cierto, lo contundente, es que los que robaron, si hicieron algo, fue para ganar más ellos mismos, porque el país está como está en enorme medida por culpa de ellos. Basta sólo contar los años que estuvieron en el poder desde 1983 a hoy. Robaron y no hicieron.
Con Milei todo indica, como dijimos más arriba, que estamos volviendo al viejo debate entre fondo y forma. Por lo menos hace mucho tiempo que yo no lo escuchaba con la inmensa frecuencia con que lo citan los oficialistas de hoy. ¿Qué importan algunos insultos más o menos si se baja la inflación y el déficit? Bukele lo logró con su triunfo gracias a la mano dura en seguridad y ahora se va a poder reelegir las veces que quiera, lo permitan o no las instituciones de su país, ya que su respaldo es casi unánime. Allí andan por las redes los trolls y youtubers mileistas librando su guerra de ofensas verbales contra todo réprobo (por opositor o por traidor o por lo que sea) creyendo que quien más insulta más batallas culturales gana. Porque política e ideológicamente esos militantes mileistas son una copia inversa pero exacta de La Cámpora en sus inicios, defendiendo cada cual a su gobierno con toda la agresividad posible, sólo que éstos son mucho más bocasucias.
Quién sabe, han pasado 40 años de democracia que gracias a que Alfonsín (ese presidente tan odiado por Milei y tan admirado por quien esto escribe) le puso bases sólidas, parece no existir el menor peligro de algún cuestionamiento antisistema. Aunque tanto muchos mileistas y antimileistas piensan que sí. Pero por ahora no hay porqué preocuparse.
Quizá haya que aguantarse la agresividad discursiva del presidente, siempre al borde de la ofensa (no sólo ante la casta política sino ante cualquiera que no le caiga bien) a cambio de que sea el que salde la gran deuda argentina: la pobreza de la mitad de su pueblo.
Pero en esta oportunidad, en base a todo lo arriba escrito, nos permitimos decirle a Milei y a los suyos más apasionados lo mismo que una parte de los peronistas más autocríticos decían luego del 55: se podían haber hecho las cosas con otras formas y quizá hubiéramos salvado el fondo. Palabras que luego serían la herencia conceptual de los peronistas renovadores de los años 80.
Hasta ahora Milei, con su triunfo apabullante, antes y después de las elecciones, se dio el lujo de insultar y agredir y ofender con palabras soeces a todo el que quiso. Es cierto que tuvo algunas respuestas, pero la mayoría fueron políticas, no vulgares puteadas. Aunque ahora por primera vez el presidente está preocupado. Lo dijo esta semana él mismo: “los trotskos (hablando de los universitarios contestarios) me quieren voltear”. Y Patricia Bullrich continuó en la misma línea: ”quieren que terminemos como en Chile donde toda la debacle comenzó con los estudiantes universitarios en pie de guerra”. El mayo francés del 68 también tuvo ese origen, le recordamos a la Pato. Y tantos otros.
No lo decimos nosotros,ahora lo dicen desde el mismo gobierno. Que hay intentos insurreccionales como los hubo en Chile. Pero siempre es mejor analizar las causas en vez de comparar cosas incomparables: la universidad chilena, en un país con plena evolución económica, se alzó contra un sistema académico elitista antiquísimo que la democracia no había tocado, salvo ahora que con dificultad pero con sincero esfuerzo el presidente Boric está tratando de desmontar, aunque con prudencia.
En Argentina no nos encontrábamos frente a ese problema, teníamos casi todos los demás pero no ese. Y que había que reformar las universidades, había que hacerlo, como con casi todo en un país en ruinas. Pero este conflicto no lo iniciaron los universitarios, sino el propio Milei que primero les insinuó que les mantendría el mismo presupuesto del año pasado, luego se cansó de insultar científicos y sembrar dudas sobre su verdadera vocación por la universidad pública. Cosas de las que ahora, con un giro hasta copernicano, ya no dice más e incluso aparece como el primer sarmientino y el primer defensor de la escuela pública. Es que la necesidad tiene cara de hereje para las ideologías con que Milei llegó al gobierno y ya él se va dando cuenta que son irrealizables. Entonces, pragmáticamente, las fue cambiando. Pero el problema universitario lo gestó él. La primera marcha fue un apoyo enorme de gran parte de la gente a la educación pública (incluso de muchísimos moderados que habían votado a Milei horrorizados por Massa, me consta personalmente) porque en la sociedad en general se tenían dudas (justificadas cuando menos por sus “formas”) de que Milei quisiera defender en serio a la más prestigiosa, si no la única, institución prestigiosa del país. Pero la segunda marcha no fue tanto en defensa de la educación pública, ni siquiera tanto por una cuestión salarial, sino que fue directamente contra el gobierno de Milei. Por eso fue más chica, porque juntó a todos sus opositores, que aún siguen siendo menos que sus defensores, pero los que se movilizaron fueron aquéllos.
Y los universitarios, aquí sí es igual en Chile y en casi todas partes del mundo, no son como los pobres jubilados ni siquiera como los malvados de la casta. Éstos le contestan a Milei del mismo modo que él le habla a ellos y a todos. Por eso, por primera vez en el gobierno anarcolibertario el debate ya no es sólo entre forma y fondo como querían los mileistas, sino de ratas contra ratas. Ahora de ambos bandos se acusan por igual de ser ratas. Y alguno que otro polvorín, incluso algún signo de violencia física, comienza a surgir. Aunque todavía no parezca preocupante, mucho menos en comparación con lo que hemos vivido y aquí contado.
Pero para qué tentar al diablo. Ratas contra ratas no puede conducir a nada bueno. Quizá haya que bajar un poco los decibeles de ambos lados. Milei los bajó en el reconocimiento de ciertas demandas universitarias que él mismo hace apenas un par de años o menos hubiera considerado demoníacas, comunistas. Pero para satisfacer a su tribuna popular sigue llamando chorros a las autoridades académicas sin especificar nombres y considerando trotskistas (o sea comunistas, pero más malos) a los estudiantes que toman las facultades. Por su lado, la Universidad tendría que negociar sus reivindicaciones y haber aprendido que, ahora o mañana, si ella no resuelve sus muchas falencias, otros lo harán por ella. Y en vez de politizar partidariamente la cuestión queriendo hacer la revolución contra Milei, ser los universitarios los principales propulsores de una educación pública de calidad plural y científica. Pero eso será difícil si ahora no solo de una parte, sino de las dos partes, consideran ratas a los que están enfrente. Ahora son todos los que desprecian las “formas”, mileistas y antimileistas. Quizá no pase nada grave y Milei aun insultando a troche y moche, pasándose por la cola las formalidades, hace un muy buen gobierno. Es lo que muchos deseamos. Pero, como se decía antes, a seguro se lo llevaron preso.
Por Carlos Salvador La Rosa, sociólogo y periodista, para Los Andes