A pesar de que los galeses vinieron con el firme propósito de preservar su etnia y sus tradiciones, con el correr del tiempo se produjeron algunos casamientos entre nativas y galeses.
Indudablemente para los nativos cambiar su modo de celebrar el matrimonio, haciéndolo ante un juez de paz y en una capilla con otras creencias religiosas, debió ser una gran decisión. Sobre todo de muy profunda convicción.
Si bien igual pudieron haberlo hecho sin cambiar sus creencias totalmente, al menos aceptaban las de los galeses. Tal vez los pastores sin ejercer una gran presión sobre los aborígenes, poco a poco les fueron transfiriendo sus creencias a algunos de ellos.
Por otro lado, algunos colonos galeses adoptaron niños indígenas criándolos con mucho amor y dentro de sus costumbres europeas a las que terminaban adaptándose.
Era bastante común entre las mujeres galesas de aquella época, criar los niños de los mismos colonos, que quedaban huérfanos. Sus madres morían muchas veces al dar a luz, por carecer de médicos cercanos, o de un hospital que pudiera prestarle los servicios adecuados cuando el parto era complicado. O bien podía ser por una neumonía o un accidente.
A veces solo los criban mientras eran pequeños, luego cuando llegaban a la adolescencia y se podían valer por sus propios medios, volvían con el padre. Por lo general se hacía cargo algún pariente, pero sino cualquier familia estaba acostumbrada a cuidar a muchos niños al mismo tiempo.
A veces la que quedaba viuda era la mujer galesa. Entonces era digno ver la fortaleza que demostraban tener, para llevar adelante los trabajos agrícolas, la crianza y la manutención de los niños.
Por lo tanto, no era muy extraño para ella criar a los huérfanos de los nativos.
Fragmento del libro “Tehuelches y galeses, hermanos en el desierto”, de Stella Maris Dodd