n la casa de Vera Iuguenburg ninguna puerta se trababa. Su padre había roto todos los pestillos, incluso de la del baño, que tenía uno de esos vidrios granulados que impiden ver con exactitud a la persona que está adentro, pero sí advertir que está ocupado. Vera se recuerda muy chiquita, saltando del inodoro para cerrar la puerta con su rodilla, y a su padre forcejeando del otro lado. “Pensé que no había nadie”, decía él después. Hasta que un día, la puerta se abrió. “Me violó cuando tenía ocho años”, cuenta hoy Vera, a los 86.
Recién con 60 años recordó, por primera vez, los abusos que habían pulverizado su infancia. Nunca pudo hacer una denuncia y su agresor murió sin condena cuando ella tenía 19. Sin embargo, dos semanas atrás, Vera protagonizó un hecho inédito: compartió su testimonio en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, frente a funcionarias públicas del Centro de Asistencia a las Víctimas de Delitos (Cenavid), donde quedó una copia por escrito.
Se trata de una iniciativa impulsada por la organización social Adultxs por los Derechos de la Infancia −que Vera integra−, con el objetivo de que, en aquellos casos donde la Justicia no puede avanzar, ya sea porque los delitos prescribieron o porque los acusados murieron, las víctimas tengan la posibilidad de dar su testimonio en un ámbito estatal, quedando un registro de la violencia sufrida. El de Vera fue el primero, pero la idea es que otras personas que sufrieron violencia sexual en la infancia o adolescencia, sigan sus pasos.
Además, desde Adultxs se proponen contribuir, por este medio, a generar estadísticas sobre la problemática y seguir visibilizándola. “Queremos que nuestros testimonios sirvan para darle voz a las niñas y los niños de hoy, y para generar datos a nivel nacional, porque estos casos del pasado ayudan a dar una idea de qué está ocurriendo en el presente”, sostiene Silvia Piceda, fundadora junto a Sebastián Cuattromo de Adultxs por los Derechos de la Infancia, y quienes ese día acompañaron a Vera. Además, estuvieron presentes la directora del Cenavid, María Azul Romero Beery y su equipo.
Para Vera fue un momento sumamente movilizante, pero también reparador. “Hice mi exposición civil y ellos tomaron nota. Me siento liberada, como si me hubiese sacado un peso de la espalda”, cuenta. Y agrega: “Me creyeron todo y eso fue muy impactante para mí. Me esperaba que me pidieran una montón de pruebas. Mi madre me pedía que yo le llevara un comprobante de cada cosa que decía. Por eso, que en el Estado me creyeran de palabra, me pareció extraordinario”. Y es que para las niñas y los niños que fueron víctimas de violencia sexual, romper el silencio impuesto por el agresor es apenas un primer y enorme gran paso. Ser creídos, el siguiente.
El testimonio de la mujer de 86 años se da en el marco de otras iniciativas que buscan que todas las víctimas de abuso sexual en la infancia y adolescencia puedan obtener algún tipo de reparación cuando la Justicia no les da respuesta. Un ejemplo son los juicios por la verdad que ganaron impulso en el último tiempo. Por otro lado, la semana pasada, el movimiento Derecho al Tiempo Argentina (DATA) presentó un proyecto de ley en la Cámara de Diputados de la Nación que busca lograr la imprescriptibilidad de todos los delitos de violencia sexual que hayan sufrido niñas, niños y adolescentes, sin importar cuándo hayan ocurrido.
“Papá es bueno y te quiere”
La niñez y adolescencia de Vera estuvieron cruzadas por los abusos. Con 13, 14 o 15 años, su agresor la llamaba desde una pieza oscura en el fondo de la casa. Ella no iba. Todo eso lo recordó más de medio siglo después. Después de la violación, su padre y madre buscaron silenciarla y le recetaron tranquilizantes. “Inmediatamente me empastillaron. Me hice adicta a los sedantes desde que era una niña hasta que entré en Narcóticos Anónimos. Estuve 46 años como zombie y tuvieron que pasar casi cinco de estar ‘limpia’ hasta que pude recordar los abusos”, cuenta Vera. Ponerlos en palabras tampoco fue fácil.
La Vera niña daba señales todo el tiempo. Pero nadie podía o quería verlas. No podía estudiar, le resultaba imposible concentrarse, lloraba mucho. En la escuela, decían que tenía “trastornos de conducta”. Ella tenía un guardapolvo con el cuello amplio, que siempre buscaba con la mano y tironeaba para abajo: sentía que se ahogaba.
Su infancia transcurrió en la ciudad de Formosa. Se acuerda de una bicicleta y de esa búsqueda constante de salir corriendo de su casa. Su padre era gerente de una empresa algodonera. Don Simón, le decían. A los ojos de todos, él y su esposa eran “dos personas importantes, honorables”. A su madre, Vera la recuerda así: “Era una mujer perversa, cómplice. Los abusadores son terribles intrafamiliarmente y una belleza para afuera. Mi mamá es querida hasta hoy”. Y se acuerda de cómo le insistía: “Papá es bueno y te quiere muchísimo”. Cuando tenía 19 años, el padre de Vera murió. Al miedo, le siguió el alivio.
Muchos años después, parada frente a la vidriera de una casa de telas en Once −el barrio porteño donde aún vive−, Vera se acordó de todo. Ahí estaba, contra los azulejos del baño, apretando los ojos, deseando desaparecer. “Quedé desesperada queriendo ir a buscar a alguien para contarle: no podía tener semejante secreto. Eso me había pasado: no era una fantasía. Una vez se lo había insinuado a una psicóloga y ella me dijo muy suelta: ‘Nooo, todas las niñas sueñan con que su papá tuvo un asuntito con ellas’”, recuerda.
Piceda explica que en el caso de muchas personas que sufrieron abusos en su infancia y que logran denunciarlos en su vida adulta, la impunidad es la regla. En general, son casos que prescribieron. “Denuncia archivada es igual a delito no ocurrido y eso es lo terrible del Poder Judicial. También hay casos de agresores que murieron, y en el ámbito penal te dicen que para hacer una denuncia y que sea aceptada, el acusado tiene que estar vivo”, señala.
En ese contexto, surgió la iniciativa que protagonizó Vera días atrás: “Consideramos que es fundamental que quienes fuimos víctimas de estos crímenes seamos escuchados y creídos por el Estado. En este caso, el equipo del Cenavid se puso a averiguar cómo darle una respuesta a Vera y se hizo un acta, una exposición formal donde fue escuchada por funcionarios, donde fue creída y donde se le pidió disculpas por haber tenido un Estado ausente toda su vida respecto a la posibilidad de ser escuchada”, subraya Piceda.
Sentirse abrazada
A los 36 años, Vera pudo dejar la casa de su madre y se fue a vivir a un departamento que compró desde el pozo. Recuerda ese día como un cumpleaños. Ya se había recibido y trabajaba como partera. Hay otra fecha que también le quedó grabada: el 8 de abril de 1990, cuando entró a Narcóticos Anónimos. En el grupo le decían “tira bombas”, porque iba de frente. Hablar por primera vez del abuso sexual, sin embargo, no fue fácil. Lo describe como sacar un corcho roto de adentro de una botella: por partecitas. Cuando lo contó, en ese silencio se sintió abrazada. Enseguida supo que le creían.
A Adultxs por los Derechos de la Infancia los conoció por una nota que vio en la televisión. Anotó su teléfono y los llamó. Al día de hoy sigue siendo una referente de su grupo de pares. En los testimonios de otros, pudo ir reconociéndose así misma. “Al día de hoy sigo sintiendo que están hablando de mí, incluso la gente más joven. Me ayudó a ir entendiendo mis cosas”, dice la mujer. Que esta problemática se esté instalando cada vez más, es para Vera un avance. Pero aún queda mucho. Vera lo resume así: “Como decía un compañero, hace falta cambiar nada más que todo”.
Dónde pedir ayuda y denunciar
- LÍNEA 137. Llamá a esta línea del Ministerio de Justicia de la Nación para que te asesoren sobre los pasos a seguir. También podes enviar un WhatsApp al 11-3133-1000 desde cualquier lugar del país.