La carencia de los elementos más indispensables abarcaba todos los aspectos de la actividad policial: escaso personal y mal remunerado, falta de locales adecuados tanto para el funcionamiento de las comisarias como para alojar a los detenidos, insuficientes medios de movilidad (caballos)… y la lista se podría prolongar.
La carencia de locales adecuados para el alojamiento de los detenidos y los medios idóneos para su seguridad, obligaba a veces a emplear procedimientos no siempre encuadrados en las disposiciones legales.
Frecuentes evasiones
Entre los detenidos se encontraba un peligroso delincuente, Benjamin Dornelas, que había dado muerte al marinero William Lewis el 16 de marzo de 1887. Apenas llegado el Juez Horacio A. Reale, en abril de 1889, ordena al Jefe de Policía Arturo Woodley particulares medidas de seguridad. Woodley le contesta “que se ha obrado en consecuencia transmitiéndose nuevamente las instrucciones de vigilancia que se dieron a su debido tiempo al sargento de gendarmes Ricardo Franco encargado de la custodia de los detenidos; siendo un deber del infrascripto el hacer presente al señor Juez a los fines consiguientes que esta jefatura carece absolutamente de seguridad para la detención de criminales, por falta de calabozos adecuados; lo que facilita grandemente las evasiones, aun cuando la vigilancia sea constante”.
Cuando en la noche del 3 al 4 de abril de 1892 se fuga “por tercera vez en cinco años que lleva de procesado el encausado Benjamín Dornelas acompañado por el gendarme de guardia Eloi Doyle” al notificar al juez la novedad el Jefe de Policía reitera una vez más “la falta de seguridad que ofrece esta Policía para mantener presos por largos periodos en ella, dando lugar a la vez a que se liguen por vínculos de amistad con los gendarmes, repitiéndose las evasiones, en razón de que no se encuentra gente con las condiciones requeridas para estos puestos”.
El 5 de abril al informar al Juez sobre las medidas adoptadas para la captura de los evadidos, remite al “Juzgado los grillos y herramientas que ha empleado el fugitivo para sacárselas que consta de una lima, un par de tenazas y un hacha sin cabo que pertenecía al carpintero de la gobernación quien las reclamaba”.
Los evadidos fueron capturados ese mismo día en las cercanías de Puerto Madryn por el comisario Pedro 1. Martínez comisionado a tal efecto. Al notificarlo al Juez le manifiesta, Arturo Woodley “que estando haciéndose reparaciones en el calabozo del que se ha sacado la puerta de fierro para reforzarla y componerla; y no teniendo sino un calabozo, no es posible separar a los fugitivos Dornelas y Doyle a los que por el momento y como medida de seguridad se les ha puesto en las barras”.
Pero Dornelas se fugará una vez más en la noche del 7 al 8 de Junio de 1892, esta vez en compañía de Donofre Pérez que había sido detenido dos días antes como sospechoso del robo de unos caballos y puesto a disposición del Juez. “En vista de las continuas irregularidades [que] vienen sucediéndose en la Policía lo que denota una completa falta de atención al servicio policial, entrañada en la falta de carácter y actividad de parte de su Jefe Arturo Woodley”, el Secretario de la Gobernación Alejandro A. Conesa a cargo del Gobierno por ausencia de su titular, “resuelve: suspender en sus funciones a dicho empleado quedando la Jefatura a/c de la Secretaría con cargo de dar cuenta a la Superioridad”, el mismo día 8 de junio de 1892.
Los prófugos fueron alcanzados por el sargento Juan Manuel, el gendarme Juan Bustos y Agustín Rial, antes que saliera la nueva comisión, pues el mismo día (14 de junio) Conesa informa al Juez que según parte del sargento Manuel encontrándose éste “en la Aguada del Guanaco con el gendarme Bustos, “vieron a dos individuos que se aproximaban reconociendo a los fugitivos Dornelas y Pérez”. Aunque no poseían armas suficientes, resolvieron someterlos. Cuando el sargento Manuel dio a Pérez “la orden de entregarse”, se resistió trabándose ambos en lucha. Al acudir Bustos en auxilio del sargento Manuel, Dornelas los atacó con un cuchillo; “de la lucha resultó… que el sargento salió herido de dos puñaladas; Bustos presenta varias estocadas en la chaquetilla y una de refilón un poco arriba de la cintura, en la parte de atrás”.
“El parte del sargento dice que Bustos se portó cobardemente y pide se le castigue lo que se ha accedido en vista de los buenos antecedentes y condiciones de carácter de dicho sargento”, añade Conesa, para continuar “que después de lo ocurrido y estando el sargento herido, los fugitivos Pérez y Dornelas montaron a caballo, arriando los animales que traía Bustos y los que llevaba el sargento dejándole puramente los montados”.
El desarrollo y desenlace de este episodio deja en claro que las irregularidades que ocurrían en el Servicio Policial no podían ser atribuidas a la falta de carácter y actividad de su Jefe, Arturo Woodley, sino a las limitaciones y circunstancias reiteradamente señaladas en que debía desempeñar sus funciones. Así lo entendió el Gobernador Fontana quien repone en sus funciones al Jefe de Policía desde la Capital Federal donde se hallaba: “Buenos Aires, Julio 25 de 1892. Tomando en consideración la resolución que antecede la que suspendía a Woodley y hasta tanto sean evidenciadas las causas que a ella dieron lugar el Gobernador del Territorio dispone:
1º Apruébase el proceder ejercido en este caso por el Secretario encargado de esta Gobernación.
2º Repóngase en su empleo al Jefe de Policía.
Fragmento del libro “Historia de la Policía del Chubut”, de Clemente Dumrauf