Los países bálticos recuperan la memoria de la resistencia contra Rusia.
Aunque menos recogida entonces por los medios de comunicación occidentales, esta fue una de las primeras y muy significativa grietas en el Muro de Berlín, que caería unos meses más tarde. Tal día como hoy, hace 35 años, dos millones de lituanos, estonios y letones protestaron contra el dominio de la Unión Soviética formando una cadena humana de 670 kilómetros de longitud, que se extendía desde Vilna, pasando por Riga, hasta Tallin.
A las siete de la tarde, se dieron las manos y guardaron quince minutos de silencio. Sólo se escuchó la canción «Bunda jau Baltija», del compositor letón Boris Reznik, interpretada por Zilvinas Bubel, Viktor Zemgala y Tarmas Pihalp. Una cuarta parte de la población báltica formó parte de aquella cadena humana, una especie de referéndum silencioso, pero estridente, que se atenía legalmente a la ausencia de libertad de expresión pero cuyo grito fue escuchado hasta en el último rincón soviético.
El régimen comunista quedó tan abrumado como paralizado. Cuando Mikhail Gorbachev vio en la televisión las imágenes de esta protesta, bautizada como «Vía Báltica», reconoció en voz alta: «no podemos traerlos de vuelta».
«Fuimos toda la familia, llevamos a los primos pequeños y también a la abuela, porque temíamos que no se llegase a conseguir una cadena humana tan larga», recuerda Pavel, que tenía 17 años aquel verano, «pero cuando llegamos a la plaza, que era el punto de la convocatoria, nos encontramos con una multitud y tuvimos que caminar hasta las afueras para encontrar nuestro lugar en la cadena».
Los testigos de aquella iniciativa destacan la clandestinidad con la que fue organizada la protesta y al mismo tiempo la naturalidad con la que todos hablaban de ella en todas partes. «La gente estaba muy harta, no podía más», explica Regina, que acudió a la protesta también con toda su familia, «a mi no me dejaron ir sola porque sólo tenía 16 años, así que fui con mis padres y mis tíos, pero mis hermanos mayores fueron en pandilla con sus amigos y me daba mucha envidia». Lo recuerda como un acto familiar y festivo, en el que se respiraba libertad: «algo flotaba en el ambiente, el opresor estaba dando muestras de debilidad y las personas se atrevían a dejar ver en la calle lo que durante décadas habían guardado sólo para la chimenea de casa y en voz baja».
Aquella cadena humana quedó pronto superada por los acontecimientos en los países del Este, pero ahora que el ejército ruso vuelve a manifestarse como amenaza, con tropas de la OTAN estacionadas en los países bálticos como elemento disuasorio, Estonia, Letonia y Lituania ponen en valor su memoria y lo recuperan como símbolo de resistencia pacífica a las ansias imperialistas rusas.
«Hemos vivido una época de bonanza, en la que creíamos que algo así jamás volvería a ocurrir, pero la realidad ha vuelto como una bofetada en la cara«, admite Boris, que estuvo en el inicio de la cadena, en el castillo de Vilna Gediminas. Sólo en Lituania, alrededor de medio millón de personas cubrieron la carretera principal, unos 220 kilómetros, y otras 300.000 se alinearon en los ramales. «El acto había sido organizado por el Movimiento de Transformación de Lituania y los Frentes Populares de Letonia y Estonia», precisa el que más tarde sería abogado en Vilna, «y eligieron esa fecha porque se cumplían 50 años de los protocolos secretos firmados el 23 de agosto de 1939 por los ministros de Exteriores de la Unión Soviética y la Alemania nazi, Viacheslav Mólotov y Joachim von Ribentrop, por los que se repartieron Europa y con ella a los tres estados bálticos». «Era la forma de gritar a Moscú y al mundo que los lituanos, letones y estonios sabían que habían sido anexionados por un acuerdo ilegítimo, no por su propia voluntad», traduce la intención de la protesta.
«Llevé conmigo a mi hijo Julius, casi un bebé, porque tenía que estar en aquel momento histórico de libertad», relata el publicista Valdas Vizinis, «como teníamos coche, un Zhigulius azul, nos alejamos hasta algún lugar frente a Lentvaris, donde pensamos que no habría suficiente gente, pero pronto comenzaron a llegar personas de todas partes y no quedó un sólo hueco vacío». «Aviones sobrevolando y lanzando flores, música y alegría, en realidad lo recuerdo todo envuelto en una sensación de euforia», dice. El veterano del Club de Aviación del condado de Kaunas, Petras Béta, fue uno de aquellos pilotos. «Yo no era precisamente un activista, pero apoyaba de corazón aquella idea», a pesar de que el entonces jefe de la Sociedad Voluntaria de Apoyo al Ejército, el general de división Ginutis Taurinkas, prohibió expresamente a todos los pilotos despegar aquel día.
La enorme tarea organizativa fue coordinada a través de las emisoras de radio y contó con la ayuda de la denominada «milicia de carretera», un equipo de voluntarios que calculó la distribución aproximada de 1.500 personas por cada kilómetro de vía, de manera que cada participante cubriese 80 centímetros y no quedasen huecos. El plan inicial contemplaba comenzar la Vía Báltica en Varsovia, pero hubo de ser rectificado porque eso exigía cubrir la frontera exterior, extremadamente protegida por el ejército soviético.
Unos meses más tarde, en la primavera de 1990, primero Lituania, luego Letonia y finalmente Estonia declararon su independencia. En 1991 fueron reconocidos oficialmente por los países occidentales.
Fuente: ABC