jueves, 10 de octubre de 2024
Pobladores de la zona organizados para apresar al asesino, de fondo, antigua administración Estancia Valle Huemules

Asesino de Niños

En Valle Huemules, cerca de la frontera con Chile, el chileno Rafael Bravo se cruzó con el niño de 11 años Segundo Antecao. Lo detuvo y le preguntó hacia donde se dirigía: – “Regreso a Balmaceda, mis padres me enviaron a comprar unas alpargatas y algo de ropa”. Al día siguiente, un vecino de Valle Huemules encontró la cabeza del niño sobre el poste de un alambrado. Indignados, los vecinos de Argentina y Chile organizaron partidas para apresar al asesino. Cuando lo capturaron en la zona de El Blanco, Chile, el criminal confesó que lo había degollado para ver si moría como un cordero, y luego advirtió que aún debía matar a otros tres niños. El Sargento Primero Fulgencio Coronel, de la policía del Territorio de Chubut, fue a buscarlo al Blanco. De allí lo condujo a la comisaría de Alto Río Mayo y luego a la cárcel de Esquel; donde los presos le cortaron la garganta, pero no falleció.

Fue liberado tras varios años de reclusión. Ya viejo se lo podía ver en las calles de Comodoro Rivadavia vendiendo boletos de lotería, apenas podía articular sonidos que se asemejaban a palabras y una gran cicatriz le cruzaba el cuello.

El Sargento Fulgencio Coronel lo reconoció y dio aviso a las autoridades policiales de Comodoro Rivadavia. Lo detuvieron y lo deportaron a Chile, donde finalmente falleció.

El rubio De La Pera

El rubio De La Pera era un Escandinavo que se dedicaba a comerciar pieles. Vagaba por la región cazando guanacos, zorros, zorrinos, etc. Cuando acumulaba una considerable cantidad de pieles y cueros, se dirigía a Lago Blanco para vendérselas a los comerciantes del pueblo.

Solía parar en las estancias de la región, donde era apreciado por su temperamento apacible. Según recuerdan quienes lo conocieron era un hombre educado, amable y amigo de los niños, a los que siempre les regalaba dulces. Sabía del apodo que le habían puesto y lo tomaba en gracia.

Según se comentaba, ante la necesidad de atrapar algún criminal para congraciarse con sus superiores de Buenos Aires, algunas autoridades de la región le crearon mala fama. Lo acusaron de ser el autor de robos, asesinatos y violaciones; pero los pobladores de la región sabían que no era cierto. Como era de esperarse, desde Buenos Aires se ordenó su captura.

Cierto día, un chileno que vagaba por las estancias pidiendo comida, llegó a la Estancia La Elisita, situada en el límite con Chile. Allí lo recibió su dueña, quien le dio carne y le prestó un poncho para que pasara la noche en una cocinita en donde fabricaba jabón. A la mañana siguiente el chileno partió hacia el pueblo de Lago Blanco. Al llegar a una tranquera contigua al pueblo, lo recibieron varios policías y vecinos armados. Al ver que le apuntaban, el hombre levantó los brazos y gritó asustado: “Yo no hice nada, no soy el que buscan”. Como respuesta recibió una descarga de disparos. Según las autoridades, habían dado muerte al Rubio De La Pera.

Algún tiempo después, el verdadero Rubio De La Pera, llegó a la Estancia La Elisita y durante una charla le comentó a la dueña: “Me enteré que me mataron”.

Texto del libro “El Viejo Oeste de la Patagonia” Alejandro Aguado

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