sábado, 27 de julio de 2024

Era un día pleno de sol en las alturas del Condorkanqui. El Dios Febo iluminaba el escenario de la que sería la Última Gran Batalla de la Emancipación Americana.
De un lado, un poderoso ejército realista de más de 9.000 hombres. Enfrente el Ejército Patriota de cerca de 5.800.
Cerca de las diez de mañana, el Ejército del Rey desciende de su posición elevada en las alturas del Cerro Condorkanqui y comienza la batalla que definiría el futuro de la América del Sur.
Y entre esos casi 15.000 combatientes hay un puñado de argentinos…
Hombres de caballería que habían venido desde las lejanas tierras del Plata siguiendo la ruta de la Libertad e Independencia de América.
Habían sobrevivido a las penurias de más de once años de guerra. Cientos, miles, habían regado su sangre y sus huesos por todos los campos de batalla americanos. Los últimos que quedan…
Los caballos se encabritan. Saben lo que ha de suceder…. Desenvainan su glorioso sable…
Y mientras se ordena tocar “A degüello”, el Grito Inmortal de los Granaderos a Caballo:
-¡Granaderos! ¡A la carga! ¡A vencer o morir!
Y como Pegasos sin alas, los Bravos parten raudos hacia la Victoria o la Muerte.
Y en las puntas de sus lanzas y en el filo de sus sables brilla el Sol de la Libertad Americana.

Por Eduardo Javier Mundani Osuna

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